A finales de 1994 trabajábamos con José Ramón Enríquez y Estela Leñero en el diseño de una revista que mantuviera un diálogo directo con el quehacer teatral, que permitiera a la planta de investigadores del Citru dar a conocer sus avances de investigación y que concentrara información sobre temas de interés actual. Aunque teníamos claro el nombre de la revista y los contenidos del primer número, que abordaría el tema de la censura, los trabajos se retrasaron por la inesperada renuncia de Enríquez a la dirección del Citru y mi aún más inesperada toma de estafeta, materializada al mismo tiempo que coordinábamos la mudanza de los centros de investigación del INBA al recién inaugurado Centro Nacional de las Artes. En noviembre del agitado año de 1995 pudimos por fin lanzar la publicación, que contó con tres secciones fijas: para empezar, la denominada Carpeta especial a manera de dossier, la Agenda del Citru, dedicaba a las investigaciones en curso, y un Archivero que reunía colaboraciones diversas. En este número fundacional colaboraron plumas tan diversas como Maya Ramos, Tito Vasconcelos, Héctor Mendoza, Jaime Chabaud, Víctor Hugo Rascón Banda, José Antonio Alcaraz, y los académicos del Citru: Socorro Merlín, Jovita Millán, Israel Franco y Giovanna Recchia, entre otros. En el transcurso de dos años se publicaron cuatro números que concentraron en sus carpetas especiales la situación de las Escuelas de actuación, el concepto de teatro y nación y, por último, las políticas teatrales. Después tuvimos que abandonar el barco del Citru y la nueva dirección, a cargo de Omar Valdés, reorientó los contenidos y el diseño dando pie a una segunda época. Hoy en día los cuatro primeros números constituyen una singular colección a la que se puede tener acceso en formato digital. Para recordar las expectativas que nos trazamos, los dejo con la editorial del primer número, que comenzó con un singular título:
DIATRIBA
Parece mentira, pero Documenta nace al teatro y sus confines y dedica su primer número a la negación del mismo, a su contraparte oscura, a la censura vil. No obstante, reconozcamos que si esta revista pretende ser testimonio histórico de todo aquello que gira en tomo a este arte de los mil demonios, tendrá que distinguir a la censura como una de sus más fieles enemigas.
Armando de Maria y Campos sitúa el primer ejercicio de censura teatral unos 400 años antes de Cristo, cuando Alcibíades hizo publicar en Atenas "una ordenanza mediante la cual se prohibía a todos los poetas nombrar personas en sus obras cómicas". De ahí en adelante, la "cólera" divina explotará sobre cómicos y dramaturgos, sobre brujos y alquimistas, cada vez que se aparten de los preceptos señalados. La censura proviene de quien pueda ejercerla, de los dueños del destino colectivo, de la autoridad gubernamental, siempre del poder; y su acción radica en autorizarse el derecho de intervenir en la vida pública y privada de los individuos y los grupos. La censura en el teatro abarca fundamentalmente dos aspectos: el religioso y el político; del primero se deriva la problemática moral y sexual, mientras que del segundo se desprenden las acciones contra los sectores críticos al Estado.
Pero la censura tiene también otras caras que provienen de sectores colaterales al poder: la intolerancia y la marginación. Podríamos describir la intolerancia como el gesto intempestuoso de quien no sabe conservar la calma ante aquello que le resulta inconcebible; es la acción poderosa del impotente. La marginación, por su parte, es el escenario de la periferia a donde ha sido confimado aquel cuyo arte no es digno de los estetas provenientes de Oxford y Milán.
Ellas tres: censura, marginalidad e intolerancia se nos aparecen de vez en cuando para recordarnos que "el teatro no se manda solo, y qué carajos". Ellas tres se pasean susurrantes para invitar a su hermana la autocensura (tema aparte que en México daría para demasiadas confesiones), y mantener el buen rumbo de nuestra escuela española. Ellas cuatro, como apocalípticas jinetes, anuncian los lúnites de lo permitido con una sonrisa macabra y familiar que da a escoger entre el castigo flamígero y la automarginación
eterna. La censura y el teatro son dos opuestos inseparables Ying y Yang, uno persigue al otro para contenerlo, pero nunca se juntan.
Comenzamos, pues -una vez que hemos decidido entrarle al teatro por la cola-, esta aventura de papel que no pretende sino evocar y desglosar nuestra vida teatral en un tiempo en el que sucedieron muchas cosas en nuestro país.
Noviembre 1995
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Documenta Citru # 1 (Nov 1995)
Descarga: http://inbadigital.bellasartes.gob.mx:8080/jspui/handle/11271/708
Documenta Citru # 2 (Junio 1996)
Descarga: https://citru.inba.gob.mx/?id=293