The Wire (Bajo Escucha o Los vigilantes, según el país) es una serie norteamericana que en sus cinco temporadas aborda los operativos de la policía de Baltimore contra el crimen organizado. Para algunos se trata de una serie de culto, incluso una de las mejores de la historia, sobre todo por los interesantes caracteres que intervienen en uno y otro bando de la justicia. Yo me sumo a esa postura, no sólo por la inteligencia y dramatismo de la serie, sino porque cada caso nos muestra una visión poliédrica en donde los aspectos políticos, legales, morales y económicos tienen el mismo valor.
Por ahora me interesa el conflicto de la tercera temporada que inicia cuando, a punto de echarse a andar un nuevo proceso electoral en la alcaldía de Baltimore, los políticos se preocupan por los resultados del combate al crimen y exigen al departamento de policía disminuir los márgenes de violencia.
– tienen que prometerme menos de 300 asesinatos este año– pide al alcalde a su jefe policiaco, y éste a su vez se lo pide a cada uno de sus hombres. Sin embargo, los cárteles rivales están en guerra y es posible que no se pueda conseguir la meta solicitada, lo que complicará la reelección del político.
Desesperado por la presión que recibe de los superiores, uno de los oficiales encargados de la sección oeste de la ciudad decide instrumentar una arriesgada estrategia: hablar con cada uno de los jefes criminales y proponerles un pacto: él asignará tres calles periféricas para que puedan vender libremente sus drogas siempre y cuando ellos dejen tranquila al resto de la ciudad. Todos se ríen inicialmente de él, pero de alguna manera logra persuadirlos llevándoles clientes y ofreciendo atención médica y actividades de recreación. Sus propios policías están divididos ante la estrategia, pero ésta finalmente se lleva a cabo en un corredor "libre" al que bautizan como Hamsterdam.
A pesar de que que en pocas semanas logra disminuir 14 % el índice de delincuencia, el oficial oculta las razones a sus superiores con la idea de consolidar una tendencia a la baja. Sin embargo, las filtraciones llegan a oídos del alcalde, quien se escandaliza al analizar las implicaciones: "si el gobierno federal descubre que en Baltimore hemos aprobado de facto la legalización del mercado de drogas estamos liquidados", discute con sus asesores; pero, por otro lado, "si yo muestro a la ciudadanía que he logrado abatir los índices de delincuencia, la reelección está garantizada". Por si fuera poco el departamento de policía ha recibido numerosas cartas de felicitación porque nuevamente la ciudadanía ha recuperado (casi todas) sus calles. ¿Qué hacer? El alcalde trata de ganar tiempo para aprovechar esta información a su favor; pero los otros candidatos también han hecho averiguaciones y pretenden crucificarlo en público por lo que consideran un pacto ilegal con el crimen organizado.
No pienso contar el desenlace; simplemente establecer la problemática que enfrentan estos personajes de ficción. ¿Qué pasaría si algo así experimentaran en nuestras ciudades? ¿Es el pragmatismo el que debe imponerse?, ¿o el cumplimiento de la ley es más importante incluso que la seguridad de la ciudadanía? El asunto es muy complejo, por supuesto, pero si en este caso la ficción nos ofrece un interesante laboratorio, tal vez habría que tomarles la palabra y experimentar. En fin; yo lo único que hago es recomendar que los políticos vean esta serie –específicamente su tercera temporada–, y analicen las implicaciones con total objetividad. Es un simple ejercicio de hipotética ficción, por supuesto, porque en la realidad los políticos saben muy bien lo que hacen y no les importan las consecuencias electorales. ¿O sí?
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