Terapia
de grupo
complementada
con la famosa
Perorata
sobre la
necesidad de
despenalizar el
consumo
de drogas.
Escena penúltima: La Perorata
Todos los personajes han girado y ahora dan la espalda al público. Al fondo se levanta un estrado en el que aparece el Orador. Antes de iniciar acentúa el silencio y lanza una mirada desafiante.
ORADOR: Señoras y señores: antes de venir hacia este lugar escuché la historia de un borracho en Oaxaca que luego de subirse con su coche a una banqueta, consiguió la libertad provisional porque las autoridades no encontraron una celda dónde meterlo. El bribón tuvo suerte de que el fin de semana en que casi mata a dos peatones, la policía había hecho redada en una discoteque, acción que dio como resultado que las celdas estuvieran ocupadas por muchachos de entre 15 y 18 años, todos ellos consumidores de marihuana y cocaína. ¿No les parece curioso que, ante el sobrecupo carcelario, la justicia haya considerado más lógico dejar fuera al “bebedor social” que al aficionado a las drogas?
De verdad es curioso este asunto, y lleno de entretelones. Estamos frente al negocio más rentable del mundo, un negocio del que somos consumidores más del 50 % de la población mundial, aunque los directamente beneficiados sean muchísimos menos. Incluímos en el número global tanto a comsumidores legales como ilegales, pese a que en términos jurídicos y morales unos y otros reciban hoy en día tratos muy distintos.
¿Qué es lo que hace distinta una adicción de otra? ¿Por qué se toleran unas adicciones, y otras no? Ese es el primer problema que impide acercarnos desprejuiciadamente al asunto de las drogas. Está demostrado que el alcoholismo hace más daño a la estructura y la convivencia social que la adicción a la marihuana, por ejemplo; también está demostrado que durante la prohibición del alcohol en Estados Unidos el problema llegó a extremos escandalosos: no sólo no disminuyó el consumo, sino que el licor adulterado que se conseguía en el mercado negro estaba matando a la población de bajos recursos. En esos años en que el puritanismo ortodoxo gobernó a los norteamericanos se consolidaron las importantes mafias o familias que, en algunos casos, han seguido imponiendo su ley hasta nuestros días. ¿Por qué esta contradicción?
Una y otra vez la historia demuestra que la prohibición de las drogas no ha dado la razón a quienes argumentan la necesidad de continuar y ser incluso más radicales con este método. En cambio, esta política beneficia a quienes viven del negocio, tanto a los que trafican como a quienes lo combaten. Numerosas instituciones creadas a partir de la década del Ochenta, cuando el presidente Ronald Reagan declaró la guerra santa contra las drogas, numerosas instituciones, decía, perderían su razón de ser e incluso desaparecerían si la guerra terminara y se optara por reglamentar su venta y su uso. Se afirma por ahí que la definición y la imposición de la medida crearon simultáneamente al malhechor, al mercado clandestino y a la institución policiaca encargada de combatirlos. Es decir que estos enemigos irreconciliables son hijos de la misma madre prohibición. En consecuencia, si la prohibición desapareciera también desaparecerían los jugosos presupuestos que año con año se emplean en este combate.
Desde 1981 a la fecha el presupuesto asignado por Estados Unidos para librar la guerra contra las drogas aumentó de 645 millones de dólares a más de 16 mil millones anuales; ¡se multiplicó 25 veces! Sin embargo, en ese periodo el problema ha crecido por lo menos en la misma proporción. El desastre público que se quería evitar ya se instaló en cada uno de nuestros países: “más policías, más cárceles, penas más severas, más operativos, más publicidad en contra de las drogas, y todo acompañado no de menos, sino de más adictos, más delitos y homicidios, más corrupción y más víctimas inocentes”.
Mientras tanto, la red mundial de narcotráfico se hace cada vez más compleja y poderosa, generando ganancias aproximadas de 500 mil millones de dolares anuales. ¿Quiénes son los poderosos accionistas de esta empresa modelo? ¿A quién le conviene y a quién no le conviene que se modifique el estado de cosas?
Hasta el momento, los efectos de la persecución al tráfico de drogas son más perniciosos que satisfactorios (salvo para los directamente involucrados), y éstos efectos se desencadenan en una cascada que lo arrastra todo:
En primer lugar, el combate al narcotráfico genera violencia del Estado hacia el narco, y viceversa;
En segundo lugar, la ilegalidad del narcotráfico genera violencia de narcotraficantes hacia narcotraficantes, debido a que no pueden acudir a instancias legales para dirimir problemas entre competidores y recurren a su propia ley, generando con ello acciones violentas que con frecuencia se extienden hacia la propia sociedad;
En tercer lugar, el combate al narcotráfico genera corrupción debido a los grandes recursos que maneja el narco y/o a las amenazas contra los familiares de las propias autoridades;
En cuarto lugar, el hecho de que el narcotráfico sea ilegal propicia rendimientos muy altos que, precisamente, sirven al narco para combatir y corromper al Estado que lo persigue;
En quinto lugar, la ilegalidad del narcotráfico propicia el empleo de cuantiosos recursos económicos por parte del Estado, que, de no dedicarse a ese fin, se podrían invertir en programas de prevención o de tratamiento a adictos, por no hablar de inyectar mayores recursos a la educación.
Aquí cabe agregar, también, que todos estos efectos tienen una carga doble en el propio consumidor ya que la ilegalidad le obliga, por un lado, a comprar la droga a precios altos y, por otra, a financiar con sus impuestos la lucha contra el flagelo.
¿Entonces por qué nos seguimos contradiciendo?
Aquí nos topamos con un nuevo problema: la fuerte penalización que se aplica al uso de sustancias prohibidas es por el momento inamovible debido a que ningún país latinoamericano puede modificar su ley sin el visto bueno de nuestro vecino; Estados Unidos ha hecho de éste un asunto de interés estratégico y por ello extiende certificaciones a cada país. No es necesario afirmar que las certificaciones representan bonos para seguir recibiendo créditos y otros “beneficios” comerciales.
Ciertamente para nuestros gobiernos no resulta fácil enfrentar esta postura frente a su más importante “socio comercial”. Pero, ¿qué ocurre?, ¿por qué nuestros países ven el problema desde la óptica de Estados Unidos si la problemática interior es de muy diversa índole? Estados Unidos es el principal consumidor de psicotrópicos, mientras que México, Colombia, Bolivia y otros países de Latinoamérica son consideardos países productores y de tránsito de drogas. Los argumentos a favor y/o en contra que unos y otros países tienen no pueden ser los mismos por la simple y sencilla razón de que las implicaciones sociales, psicológicas y hasta económicas que recaen sobre cada país son abosulutamente distintas.
En la búsqueda de un enfoque múltiple del problema, un diagnóstico elaborado por el gobierno peruano indicaba tres formas de relacionar a las drogas con la población, :
Población ligada a la producción ilícita,
Población ligada a la comercialización, y
Población ligada al consumo.
Bajo estas tres perspectivas, el mismo diagnóstico consideraba que incluyendo a los “campesinos que cultivan la hoja de coca como trabajo derivado de la pobreza - unas 200 mil familias -, los aproximadamente 500 mil usuarios ocasionales o habituales de drogas; y a una indeterminada pero creciente población ligada a la comercialización y al lavado del negocio, no menos del 7 % de los 22 millones de habitantes del Perú mantenían el "elemento droga" ligado a su proyecto de vida.
Pese a estos argumentos, y aquí hay que recordar que el déficit de empleos prevaleciente en nuestros países no se puede menospreciar, los criterios que nuestros gobiernos utilizan para afrontar el problema de los estupefacientes son exactamente los que dicta el “socio mayoritario”. Ante esta situación no se puede por una parte “pecar por omisión” y, por otra, aplicar preceptos morales. Sabemos de la moralidad de Estados Unidos cuando se trata de intereses políticos y económicos.
En este punto se vuelve necesario decir: ¡No podemos aceptar una postura que no incluya nuestra postura! Se deben revisar todos los acuerdos de cooperación y combate a las drogas (tanto los oficiales como los secretos) y buscar consensos incluyentes. Lo que nuestro país debe hacer al respecto no puede más que pensarse en una óptica constructiva y en diversas etapas. En primer lugar, el gobierno debe aceptar que un porcentaje significativo de la población está ligada directa o indirectamente a cada uno de los derivados del negocio de las drogas; en segundo lugar, debe encontrar a los países que experimenten la misma problemática y hacer frente común con ellos; este bloque defendería en foros internacionales la despenalización de algunos aspectos del flagelo, así como su estricta reglamentación. Pero una vez instrumentadas las reglas, debe activar con vigor la naciente agro-industria, pues constituye hoy por hoy la más prometedora herramienta para el renacimiento económico de nuestra región.
No se plantea en ninguna medida una promoción del consumo, sino un enfoque distinto para tratar el asunto. Si actualmente se destina menos de la tercera parte del presupuesto global del combate a las drogas para la prevención y el tratamiento de las adicciones, creemos que la cifra debe revertirse de modo que en lugar de castigar al adicto, se le cure. El reforzamiento de este enfoque debe tomar en cuenta muy especialmente la protección a los niños a través de la educación; medidas restrictivas sobre las drogas legales sin llegar en ningún caso a la prohibición; orden y seguridad públicas; protección de la salud pública; respeto por los valores relativos a la libertad y responsabilidad individuales...
Súbitamente FANATICA se levanta de su lugar y apunta a ORADOR con un arma.
FANATICA: ¡Toma mi mano, Señor!
Dispara tres veces sobre ORADOR, quien cae muerto.Inmediatamente después se produce el alboroto. Los oyentes (salvo FARMACODEPENDIENTE) saltan de su asiento y comienzan a correr hacia todos los puntos cardinales, desarrollando una fuerte atmósfera de persecución. Finalmente el escenario quedá prácticamente vacío, sólo bañado por el charco de sangre que fluye a borbotones detrás del estrado del orador, y por las lágrimas de FARMACODEPENDIENTE, que solloza desconsolada desde su asiento.