21/11/21

Las agujas dementes, de Jorge Volpi


 El suicidio de Sylvia Plath tras una tormentosa relación con Ted Hughes ha resultado muy atrayente para el teatro mexicano; antes de Las agujas dementes, que apenas se publica, han visto la escena al menos tres obras que giran en torno a la obsesiva imagen de la poeta disolviéndose en materia gaseosa. La primera de ellas fue Vacío, estrenada en 1980 por el grupo Sombras Blancas, con dirección de Julio Castillo, dramaturgia de Carmen Boullosa y escenografía de Jesusa Rodríguez; un icónico montaje estructurado a partir de Tres mujeres y otros poemas de Ariel, del que sólo quedan unas cuantas fotos y el libreto publicado en la antología Teatro para la escena de El Milagro (1996). Atrapado en la misma obsesión, Hugo Arrevillaga articuló 20 años más tarde una fascinante dramaturgia escénica titulada Canción para un cumpleaños (2003), en ella también se multiplicaban las Sylvias para declamar sus dudas y certezas con un entrañable registro que iba del humor a la tragedia. Por su cuenta, Silvia Peláez retomó la historia y escribióFiebre 107 grados (El Milagro, 2006) en la que desmenuzó la relación de ambos poetas desde los años felices, destilando de sus versos algunas pistas que presagiaban el inevitable desenlace.