18/6/23

ASÍ PASAN… (Cien títulos que hacen un siglo)

  

En el principio fue La venganza de la gleba (1904) la que intentó fundar un México nuevo (1909), con todo y su Tenorio maderista (1911), pero apareció El terrible Zapata (1912) y, poco después, decenas de generales que inventaron El país de la metralla (1913). Pensar que fue la primera revolución del siglo XX, La Revolución Mexicana (1914), aunque a los pocos días se la conociera como La república lírica (1919) y en cada elección se interpretara El sainete de la democracia (1920). Los gobernantes eran asiduos al teatro e invitaban a los artistas a El jardín de Obregón (1920) o a La huerta de don Adolfo (1920). Tal era el dominio de la farsa que se permitían hasta un Chaplin candidato (1921). Sin embargo, llegaron los Aires nacionales (1921) y la política se volvió tragicómica al contemplar a Seis personajes en busca de una silla (1927), todos ellos bailando al ritmo de Su majestad el jazz (1928). Pero apareció de pronto el fantasma de 

la reelección y con él La concha madre (1928), que a muchos hizo gritar ¡Maldita revolución! (1929). Calles y más Calles (1929) pusieron el orden y prometieron que Según te portes, Gil (1929) surgiría el partido de Estado, claro está, si no Vas con celos y vienes con ambiciones (1929). Ah, qué Calles (1930), permitió que en algunos lados se pusieran de moda las Camisas rojas (1931), aunque también propició el martirio de San Miguel de las Espinas (1933) y otros tantos pueblos, y dejó crecer la leyenda de El caníbal de Tabasco (1935). Algo estaba cambiando porque si bien en noviembre veíamos El tenorio rojinegro (1936), la resaca hacía a muchos suspirar porque En tiempos de Don Porfirio (1938) era impensable que la política estuviera en manos de El gran elector (1939). Las aúténticas novedades eran Las aventuras de Max y Mino (1940)), el hermano incómodo de entonces, y los camiones en ruta De Morones a Morín (1941), hasta que estalló La bomba cetémica (1944) y se abrió El manicomomio de Don Celes (1944), en donde algunos consultaban El oráculo de Lombardo (1944). ¡Basta de huelgas! (1946), gritó entonces el candidato a la presidencia, mejor conocido como El tenorio veracruzano (1946), y alguien fuera del país sentenció “Lo Truman o lo dejan” (1946). <Así pasan> –dijo otro–, así pasa en los tiempos de El gesticulador (1947). Llegamos entonces a La zona intermedia (1950), a El cuadrante de la soledad (1951), pero de nuevo se nos olvidó consultar Los signos del zodiaco (1951); de haberlo hecho, no hubiésemos imaginado que eran Las cosas simples (1953) y hubiéramos edificado Una ciudad para vivir (1954). Es que no hay memoria, no hay conciencia colectiva y mejor gritamos que Cada quien su vida (1955), aunque después salga A ocho columnas (1956) que somos Los desarraigados (1956), Los frutos caídos (1957), Los fantoches (1958), el país donde Los cuervos están de luto (1960). Siempre Tan cerca del cielo (1961), descubrimos de pronto que nuestras Señoritas a disgusto (1961) comienzan a hablar de Los derechos de la mujer (1962) y no falta quien augure La guerra de las gordas (1961). Pese a todo éramos El país feliz (1964), no importaba que a cada rato nos dieran Una pura y dos con sal (1964). A nosotros también nos llegó la Beatlemima (1968) e intentamos hacer el amor y no la guerra, sólo para descubrir que éramos un Pueblo rechazado (1968) y que por más de que intentáramos entrarle a El juego que todos jugamos (1970), lo que recibíamos era un Juego de masacre (1971). Pero Octubre terminó hace mucho tiempo (1971) y con el los Juegos fatuos (1972). Así, pues, se impuso olvidar esas Cosas de muchachos (1973) y entrarle a Los años de prueba (1973), alinearnos con los no alineados y olvidar eso de que Vine vi y mejor me fui (1976); entrarle al toro por los cuernos, pues, y no devaluarnos como hicimos al cantar Adiós, guayabera mía (1976). ¿Qué podíamos hacer? Ya nos habían saqueado una vez con aquello de que La corrupción somos todos (1978) y ahora resultaba que hasta Lolita está embarazada (se busca al causante) (1979). Y sin embargo se mueve (1980), diría el más incrédulo de los incrédulos, mientras Chin chin el teporocho (1981) se pasaba pregonando la Novedad de la patria (1982): entérense que El jinete de la divina providencia (1984) anda juntando pruebas para que Agarren a López por pillo (1984). Estaría De película… (1985), dicen algunos, mientras que otros gritan Ay, Cuauhtémoc no te rajes (1987). Pero el asunto no era tan sencillo; estaba Prohibido dar vuelta a la izquierda (1988) y, pues, Abuelita de Batman (1988), habrá que esperar otros seis años. Aunque ya estábamos acostumbrados, de pronto resulta que Lo que cala son los filos (1988), así que a darle, Tempranito y en ayunas (1989) mientras se pasa El eclipse (1990), hay que esperar que vuelva la Paz en el Olimpo (1992). Pero lo complicado apenas comienza: primero llega alguien secreteando el Quítate tú pa’ ponerme yo (1993) aunque El gran elector (1994) pide que nadie se haga bolas –¡pum!–, el Homicidio calificado (1994) pone todo de cabeza. Y ahora, ¿quién podrá defendernos? Será el sereno y Todos somos Marcos (1995), pero mejor que llamen a los Superhéroes de la aldea global (1995), a ver si nos dejamos de hacer las Víctimas del pecado neoliberal (1995) y salimos por fin de esta Krisis (1996) interminable; otra vez La risa extraviada (1996), ¿cuándo terminará esta caída sin fin? Mejor hagamos Mutis (1997), aprendamos de Servando, el arte de la fuga (1997), nada de que Aitestás (1998); o de perdida hagámonos una Cura de espantos (1998) mientras nos echamos La última y nos vamos (1998). Es la misma historia de siempre, y aquí seguimos en este Palenque político (1999), esperando a Los héroes del día siguiente (1999), a ver si con ellos se nos va Llenando el vacío (2000) y… y pues ya. 


_________________

Publicado originalmente en Moncada, LM (2007). Así pasan, Efemérides teatrales 1900-2000. México. INBA-Escenología. 

No hay comentarios.: