El mismo año que iniciaba su aventura de formar la primera compañía teatral de teatro universitario, para ser precisos, entre el 19 de enero y el 29 de marzo de 1936, Julio Bracho publicaba en Revista de Revistas de Excelsior diez artículos que tenían como propósito formular sus ideas sobre el teatro moderno. Estos artículos debían concluir con sus propias formulaciones respecto a lo que sucedía o debía suceder con el teatro en México, pero el proyecto fue abandonado y hoy, por primera vez, vuelven a la luz sus reflexiones, que hemos anotado para contextualizar y dar su justa dimensión.
I
EVOLUCIÓN
DE LOS CONCEPTOS TEATRALES[1]
Para
intentar el análisis del teatro moderno y de los conceptos que le dan vida a
partir del naturalismo (objeto de capítulos[2]
subsecuentes), creemos oportuno[3]
intentar la evolución de los conceptos teatrales; renunciando por ahora a
referirnos a los orígenes del teatro y al teatro antiguo, temas trascendentes
que abordaremos en distinta ocasión.
Muerto el teatro antiguo con la aparición del cristianismo y de los
conceptos nuevos sobre el sentido de la vida, el teatro encuentra un nuevo
sentido hasta plena Edad Media, a la sombra del mismo cristianismo que le había
dado muerte. Tiene aquí, como lo tuvo en Grecia, un mismo origen religioso,
aunque limitado ahora por el sentido didáctico que le imprime quien de él se
sirve para fines ajenos a lo puramente estéticos: la iglesia. Nace, en efecto,
en el interior de la iglesias como parte de la liturgia –en alguna ocasión
trataremos de definir la influencia de la forma exterior de la tragedia griega
sobre el drama litúrgico-; se aloja después en los atrios porque la
participación cada vez más activa del pueblo-espectador comienza a darle un
sentido pagano de espectáculo, y porque el interior de la catedrales es incapaz
de contener, ya, a la muchedumbre ávida; y se arroja, finalmente, por la
afirmación de las mismas causas, a las plazas públicas.
Es la época de las piezas teatrales llamadas Misterios y Moralidades, emanadas del drama litúrgico, que se representan en escenarios
simultáneos divididos en mansiones, y
en los cuales –simultáneamente–, existen ante el espectador los lugares
sucesivos en los que ha de desarrollarse la acción dramática. El escenario
utilizado para la representación de la Pasión
de Cristo contiene, por ejemplo, a lo largo de un solo tablado: el Infierno, el Jardín de Gethsemaní, el Monte
de los Olivos, la casa de Herodes,
la de Caifás, la de Annás, la estancia de la Ultima Cena, la Columna del Gallo de la Pasión, el Paraíso, etc.
El texto que sirve para la representación es anónimo, inspirado,
desde luego, en los Evangelios y en los textos sagrados, y escrito en lengua
vulgar por alguno o algunos clérigos. El actor también es anónimo: no existe
aún la profesión de actor; es el pueblo mismo quien participa en las
representaciones, entre los que se ven mezclados frecuentemente los clérigos.
El teatro, sin embargo, adquiere cada vez más un carácter secular y se fundan
cofradías teatrales. Cada gremio de artesanos organiza su “compañía teatral” y
celebra anualmente fiestas en honor a su santo patrón; existe una especie de
olimpiada teatral en la que los gremios se disputan la soberanía de su
espectáculo. Por un proceso se inicia ya la profesión, o más bien el oficio, de
actor.
Edad Media: el teatro adquiere dos formas
definidas: la del tablado en medio de una plaza, con su escenario simultáneo –con piso giratorio- y[4]
aquel que aloja más bien a un género de teatro menor: la sátira, la farsa, el
juego de saltimbanquis y mimos, el arte poliédrico de los futuros juglares; y
que, errante, como nuestras “carpas”, va de pueblo en pueblo para participar en
las fiestas populares. En uno u otro escenario los “elementos teatrales” son
rudimentarios, pobres de expresión, admirables de significado en su simbolismo; pero no importa: adquieren
vida poética y dramática, porque la imaginación exuberante de la audiencia para
la que están destinados, todo lo suple.
En ocasiones no existe decoración alguna; el lugar de la acción es
indicado por un letrero o por la descripción verbal que hace uno de los actores.
El espectáculo se celebra al aire libre entre
la muchedumbre que rodea el tablado, y en la fusión admirable que existe entre
espectáculo y espectadores tiene parte predominante al elemento religioso,
elemento vivo, como cosa propia, en la conciencia colectiva de la audiencia y
en la representación, que es su reflejo. Hay un sentido auténtico del drama.
Siglo XV. Algunos autores pretenden que la
evolución del teatro es debida al hecho de ser halladas doce comedias
desconocidas hasta entonces, de Plauto, y algunas otras de Terencio; y a su
representación en Roma (1471). Sea como fuere, con la aparición del humanismo
las fiestas populares retornan al teatro antiguo. Los conceptos de la vida
humana se transforman y con ellos el teatro. Nacen en Inglaterra las Historias, mezcla de los elementos del
teatro antiguo y del arte popular, que alcanzarán, años más tarde, su completa
expresión en los tiempos de Shakespeare, con el drama isabelino.
Es el momento en que aparece en Francia la
famosa obra El abogado Patelin (1459),
obra maestra del teatro francés, creadora de un nuevo género dramático que
desencadenará una audaz libertad de expresión teatral, verdaderamente
aristofánica, hasta que Francisco I establece una censura teatral.
El teatro abandona los escenarios simultáneos
de la Edad Media, los tablados colocados en medio de las plazas y las plazas
mismas[5],
y busca un lugar cerrado, que sea propio. Así, encuentra refugio en los patios
de las ventas y mesones, que con sus galerías y ventanas imprimirán un sello
fundamental a las posteriores construcciones del Renacimiento. El escenario
sigue siendo, sin embargo, una tarima colocada en el fondo del patio, sin otro
decorado que la arquitectura del patio o alguna “tienda” colocada sobre el
tablado (conocidos por la tradición son los famosos “corrales” de España que
alojaron al teatro: el del Príncipe y el de la Pacheca).
El escenario simultáneo de la Edad Media se ha
transformado, ya , en el escenario donde se efectúa el drama isabelino. Las
comedias y los dramas de Shakespeare, en efecto, se representan en un escenario
con especial disposición, lleno de prodigioso simbolismo. El espacio escénico
se divide en tres partes; escena anterior, escena posterior, y escena superior, cada una
de las cuales tiene un significado teatral. Sirve la anterior para representar
lugares descubiertos (el campo, una calle...) ; para los interiores (de una
casa, de un palacio...) se utiliza la posterior, y, al efecto, se cubre
generalmente con un tapiz: un mueble completa la ilusión. La acción
desarrollada en lugares lejanos o bien entremezclada a la acción principal para
su mejor comprensión se desarrolla en la escena superior, ala que es utilizada,
a veces como terraza elevada, plataforma o balcón (Romeo y Julieta). El foso, bajo la tarima, cuando así lo requiere
la acción dramática, es símbolo de lugares bajo la tierra: una tumba, el
Infierno; de él surgen seguramente las brujas de Macbeth.
El escenario, sin embargo, permanece abierto a
la vista del espectador. No hay mutaciones de escena y la acción dramática se
desarrolla sin interrupción. La imaginación del espectador, como en la edad
media, tiene aún parte muy activa en la producción de un fenómeno dramático;
aceptando toda clase de convencionalismos contribuye vigorosamente a la creación de una ficción.
Leonardo descubre el nuevo arte de la
perspectiva; este, aplicado al teatro, crea una nueva forma de escenario, y
este escenario una nueva forma de construcción teatral: el teatro cerrado, el mismo, que con mas o menos modificaciones, ha
llegado hasta nuestros días, hasta Mayerhold, quien lo abandona por un nuevo
tipo de construcción, acorde con sus teorías teatrales: mezcla de
escenario-simultaneo e isabelino y pista de circo. El teatro cerrado nace en
Italia; de allí se extiende por Europa. Bramante, Aleotti, Andrea del Pozzo son
los primeros constructores: el Teatro de Vicenza, el Teatro Farnesio, las
primeras construcciones.
Teatros del Renacimiento,
se inventan los telones de fondo pintados con perspectivas; atrevidas; los telari, elementos de decoración teatral
que bien pronto se transforman en los bastidores por nosotros conocidos. Son
aquellos unos prismas triangulares colocados en hilera, unos tras otros a ambos
lados del escenario, que, girando sobre pivotes y con diversa decoración en
cada una de sus caras, facilitan la mutación y permiten un juego rápido a la
vista del espectador, de color y perspectiva. Nosotros encontramos en los telari –aunque ningún autor, que
sepamos, lo señale— una clara reminiscencia de aquellos otros elementos de
decoración teatral del Teatro Griego: los periaktes.
Cerrado el lugar de la representación, la iluminación de la escena es un nuevo
problema. Se inventan diversos e ingeniosos dispositivos.
Pero aquí es preciso definir que las
modificaciones orgánicas del teatro, nacidas de nuevos conceptos teatrales,
engendran muchas más fundamentales. El escenario es aislado de la audiencia, no
sólo por su lejanía, no sólo por su altura, no sólo por los muros laterales que
permiten un juego de tramoya invisible, no sólo porque la visual del espectador
múltiple en el escenario abierto se constriñe a un solo ángulo: el de la “boca
del escenario” sino porque se ha inventado ahora un telón que, antes y después
de la representación, deja aislado al espectador en su propia realidad.
Los dos mundos –el de la ficción y el de la
realidad—están perfectamente delimitados. El espectador será parte más pasiva
que activa en el fenómeno dramático; concepto que, muchos años más tarde,
intentarán destruir: Pirandello en sus Seis
personajes en busca de autor haciendo a la audiencia que intervenga en la
acción dramática; Reinhardt en Alemania (aunque con otro sentido) y Mayerhold
en Rusia con su nuevo tipo de escenario.
A partir de ese momento, el teatro buscará
aproximarse a un realismo escénico que no podrá alcanzar nunca; y la búsqueda
constante y conciente de elementos teatrales cada vez más perfectos para la
creación de una ilusión, lo lanzará en la aventura del Naturalismo (expresión lo más fielmente posible de la naturaleza),
que alcanzará su plena madurez en la segunda mitad del siglo XIX. El poeta
despreciará los elementos poéticos de su drama para buscar una realidad humana
(no en lo universal, sino en lo particular); el escenario se llenará de
dispositivos y elementos nuevos de tramoya para la más fiel expresión de la
naturaleza viva; el intérprete buscará una expresión exacta del hombre que le
rodea. El héroe y el símbolo pierden, por momentos, su prestigio.
Así, cada hallazgo de un recurso escénico
cierra más el cielo del primitivo simbolismo que ha dado vida al teatro
moderno, con solo volver los ojos a un nuevo simbolismo, a una pureza teatral,
a una verdad más artística, precipitada, finalmente, por la aparición del
Séptimo Arte.
El cine, en efecto, podrá, ya no “imitar” más o
menos fielmente a la naturaleza sino captarla tal cual es, reproducirla con
toda su pobreza o toda su magnificencia, aun que hasta hoy se haya encerrado en
“sets” de cartón sin atreverse apenas, a desprenderse de su matriz: el teatro.
Quienes ignoran la esencia de uno y otro arte proclaman que el cine
significa la muerte del teatro cuando, en realidad, todo lo que significa es la
purificación del teatro al asestar un golpe de muerte al naturalismo escénico
que lo había llevado a la corrupción artística. El abismo que separa a ambos es
tan grande que se antoja infantil esa obsesión por asemejarlos. El cine,
admirable en sus posibilidades, bellamente libre, sin barreras aparentes
–porque las hay reales–, encuentra su
verdad en la “ausencia de limitaciones”; el teatro en cambio, admirable en
sus imposibilidades –por la fuerza de sus símbolos que lo nutren de valor
poético–, bellamente encadenado a
la presencia viva del intérprete, con barreras aparentes –porque la imaginación
del espectador estará siempre presente para liberarlo de ella –encuentra la
suya, su verdad, valga la paradoja,
en la “presencia de limitaciones”, las mismas que en aquel otro arte, el cine,
están ausentes. Ya hemos llegado a las puertas del naturalismo escénico.
[1] Publicado originalmente en Revista
de Revistas, dom 19 de enero de 1936
[2] En el original, artículos.
[3] Omitimos del original: “dentro de la limitación
de espacio[3] que exige un
artículo de periódico”
[4] se sugiere la adición del artículo el para que se comprenda la
segunda forma a la que se refiere.
[5] Checar concordancia (mismas)
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