Aunque podría suponerse que Moliere, de Sabina Berman, se centra en la biografía del más grande autor de comedias que haya pisado este mundo, en realidad trata de
la rivalidad entre la comedia y la tragedia, aquí encarnadas en las personas de
Moliere y Racine. Ambos coincidieron en un periodo breve de la historia de
Francia, y juntos constituyen el más grande esplendor de su teatro. Tal vez no sea una coincidencia que ambos desarrollaran su carrera bajo la
protección de Luis XIV, el Rey sol; y tampoco parece casual que este monarca haya
jugado como fiel de la balanza en la entronización de la comedia, primero, y de
la tragedia, más tarde, como si deliberadamente se hubiese hecho acompañar por
el esplendor de la risa, en su primera juventud, y posteriormente hubiera buscado
un tono más severo para simbolizar sus años de madurez. Siendo así, diremos más bien que esta obra trata de la rivalidad entre la comedia y la tragedia por apoderarse de la
cultura oficial.
La
historia comienza cuando Moliere ya es el más importante autor teatral de toda
Francia y decide apoyar a un autor recién llegado de provincia, pese a que este
joven –de nombre Jean Racine–, tiene inclinaciones hacia la tragedia, un género por el que Moliere
sólo ha recibido abucheos. Al principio su relación es fructífera, pero la
amistad resulta breve porque hay en juego dos visiones del mundo y una gran ambición.
Mediante un talento incuestionable y alguna que otra artimaña, Racine le
arrebatará al amigo no sólo el favor del rey, sino el de la más importante
actriz de su compañía, hechos ambos que contribuirán a la debacle física del cómico
y a la persecución velada de sus obras. Con tan solo un golpe de mano el ambicioso
autor trágico ha conseguido elevarse a la cúspide del reconocimiento público
(cabe puntualizar la prontitud con la que recibe los nombramientos de Poeta oficial de
Francia, presidente de la Academia e Historiador del reino), logrando colocar a
la tragedia como la escuela de virtud que tanto esperaba la cultura francesa.
En su prólogo
a Fedra, Racine sentencia que los
autores deberían de pensar en instruir a sus espectadores tanto como en
divertirlos. Y así es; el sentido didáctico del teatro ha logrado imponerse
como una purga que se hace a la medida de los gobiernos reales y eclesiásticos.
¿Y qué pasa, mientras tanto, con nuestro autor de Tartufo? No se piense que pena su suerte en teatros periféricos; muy al contrario, prueba nuevas formas de alentar la risa del público, sea éste vulgar o cortesano. “Curioso oficio este de hacer reír a la gente decente”, escribe mientras se mofa de sí mismo representando sus vicios hipocondríacos. Resulta admirable que en su última obra, El enfermo imaginario, haya sido él mismo el modelo de personaje vicioso, lo que demuestra que incluso en la revelación de sus dolores más amargos sabe reír y compartir la risa como sólo lo hacen los espíritus verdaderamente virtuosos.
¿Y qué pasa, mientras tanto, con nuestro autor de Tartufo? No se piense que pena su suerte en teatros periféricos; muy al contrario, prueba nuevas formas de alentar la risa del público, sea éste vulgar o cortesano. “Curioso oficio este de hacer reír a la gente decente”, escribe mientras se mofa de sí mismo representando sus vicios hipocondríacos. Resulta admirable que en su última obra, El enfermo imaginario, haya sido él mismo el modelo de personaje vicioso, lo que demuestra que incluso en la revelación de sus dolores más amargos sabe reír y compartir la risa como sólo lo hacen los espíritus verdaderamente virtuosos.
En última instancia, la
tragedia y la comedia no representan valores contrapuestos, sino la indagación
de realidades distintas. Aristóteles se ocupó de ambas y logró deslindar claramente el
terreno que cada una pisaba: el de lo mítico y ético, la primera; y el de lo
mundano y extravagante, la segunda. Sin embargo, no hay que olvidar la hipótesis
que Umberto Eco ofrece en El nombre de la
rosa, donde se intenta erradicar a la comedia por mostrar las miserias del
hombre, pero, sobre todo, por enseñarnos a reír de esas miserias. Esfuerzo
vano: la risa ha sido enemiga de la autoridad y, no obstante, amiga de la
inteligencia; por eso no resulta extraña la vigencia de Moliere y en cambio luce demasiado pesada la losa que aún hoy aplasta al talento trágico de Racine.
¿Y a qué viene todo esto?, se preguntarán; a que ahora que un nuevo sol sexenal asoma por el oriente, no está de más pensar de qué lado mascará la iguana oficial.
Sabina Berman, Moliere, México, Ed. Plaza y Janés, 2000, 153 pp.
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