(Un manifiesto perdido en 1995)* |
Todo modelo presupone una visión y conceptualización
del mundo, un principio de traducción de hechos reales en términos simbólicos.
Aristóteles propone con su Arte Poética
más que una serie de reglas para escribir tragedias, una lectura de la sociedad
helénica, un concepto de orden y transgresión. Por mencionar sólo uno más,
Bertolt Brecht establece con su modelo de teatro épico una forma de analizar
dialécticamente a la sociedad capitalista, y en su método se vislumbran las
propuestas para su transformación.
Para efectos teatrales,
Pavis define el modelo en estos términos:
Operación
que consiste en organizar y reducir a un esquema más o menos coherente la
realidad ideológica y estética de la obra puesta en escena y del espectador que
asiste a la representación. En el primer caso, se trata para el dramaturgista y
el director de proponer una representación que permite al público “leer” el
universo teatral simbolizado y reconocer algunos principios de organización. En
el segundo, el espectador debe ser capaz de materializar su propio universo
ideológico, de tomar conciencia del sistema ideológico en el que él evoluciona[1]
Todo modelo se
respalda por una experiencia comprobada y una práctica constante; sin embargo,
en este caso proponemos, bajo el nombre de guión dramatúrgico, un modelo que será tan sólo una hipótesis de trabajo abierta a
sucesivos replanteamientos. Dicha propuesta concibe el texto dramático como un guión que debe equilibrarse entre el
diálogo y la acotación, entre su información visual y sonora, que proponga
estructuras de representación y cuya escritura no esté destinada (en principio
al menos) al lector común, sino a los demás creadores del espectáculo; que se
permita lenguajes cifrados o específicamente teatrales; en una palabra, que sea
una guía que aglutine en su estructura todos los lenguajes del espectáculo.
No se trata de una propuesta totalitaria, por
supuesto; coincidimos con Gianfranco Betttetini cuando afirma que:
Incluso
el texto dramático más completo y rico en acotaciones destinadas al montaje
escénico, debe considerarse como un esquema, como una hipóstesis teatral
articulada y, por consiguiente, debe analizarse desde ese punto de vista. Una
consideración del texto como manifestación literaria independiente implica una
sobredeterminación de sus funciones, un arriesgado desconocimiento de sus fines
y de su posición dentro de un proceso de comunicación que lo transforma y lo
utiliza únicamente en calidad de material perteneciente al plano de los
contenidos.[2]
Dicha aseveración
responde a una operación que pretende integrar al dramaturgo a los procesos
contemporáneos de creación teatral, de tal manera que su participación sea
precisa y propositiva. En todo caso, creemos que el interés literario que pueda
despertar el dramaturgo no depende tanto de su cercanía con la literatura, sino
acaso de su manera de agrupar el material en el papel, de la definición visual
que dé a su partitura para lograr
elocuencia emocional y coherencia discursiva en la lectura.
Existen muchas formas de acercamiento a un
modelo así, pero nosotros vislumbramos dos que ya están siendo preponderantes
en la creación actual: el primero surge a partir de la apropiación de los
referentes culturales más inmediatos (los medios de comunicación y la cultura
masificada), y el segundo, a través de las búsquedas del teatro personal. Con el primero no sólo se evidencian las costuras
de nuestra realidad, sino que ésta se cuestiona mediante la instrumentación de
una realidad alterna, muy ad hoc con
la realidad virtual o el reality show de
nuestro tiempo. Mediante el segundo, asumimos la posición de testigos, somos el
conejillo de indias que muestra sus síntomas
de existencia, de manera que el texto se vuelve en cierto sentido
testimonial. Con ambos entendemos que no se ven los dramas desde fuera y con
distancia emocional; nos asumimos en un estado de alienación irreversible y
queremos testimoniarlo para –quizás–, romper con él.
El
arte, para captar al mundo, hace presa en él, asumiendo desde el interior las
condiciones de crisis, empleando para descubrirlo el mismo lenguaje alienado
con el cual se expresa este mundo, aunque llevándolo a una condición de
claridad, haciéndolo ostensible como forma de discurso, con lo cual se despoja
de su condición alienante y nos hace capaces de desmitificarlo.[3]
Todas las
posturas artísticas surgen en condiciones coyunturales que al mismo tiempo que
las generan, acaban con ellas. Todas han aportado brotes de genio y cierto
fastidio por lo ya existente. En estas nunca faltan los esquematismos ni las excepciones a la regla. Lo cierto es que
nuestra propuesta no implica una postura definitiva, ni siquiera podemos
afirmar que sea un modelo en sí, pero plantea una búsqueda hacia las formas de
leer el mundo que tenemos a la mano.
Con
Brecht concebíamos el mundo como transformable; hoy sabemos que nada ha
cambiado. Hoy la televisión anuncia que Dios ha vuelto para poner en orden todo
aquello que los hombres trastocaron. Ya tenemos una policía mundial para todos
los incrédulos, una nueva inquisición que nace desplegando banderas de justicia
y democracia; los avances de la ciencia y la tecnología nos provocan un vértigo
tan inexplicable que de nuevo convierte en posible la metafísica. Es esta
dualidad cambio-estatismo, esta
opción de gatopardismo que desdibuja la ideología, la que nos impulsa a definir
una actitud: seguir dándole la vuelta a las estructuras existentes,
alienándonos en el espejismo de las realidades virtuales. En los sueños la
realidad sí es transformable, en el teatro aún es posible la utopía; espacio
íntimo, marginal, espejo del pensamiento, la metamorfosis de Gregorio Samsa
comenzó apenas cuando él creyó que ya había cambiado. (LMM)
* Tomado de Moncada, Luis Mario, Alicia detrás de la pantalla, Apuntes hacia un modelo de guión dramatúrgico, Tesina, México DF, UNAM, 1995, pp. 106-09.
[1] Pavis, Patrice, Diccionario del teatro, Madrid, XXXXXXX, p. 318
[1] Pavis, Patrice, Diccionario del teatro, Madrid, XXXXXXX, p. 318
[2] Bettetini,
Gianfranco, Producción significante y puesta en escena, Barcelona,, Ed. Gustavo
Gili, 1977, pp. 80-81
[3] Eco, Umberto,
Obra abierta, México, Ed. Origen/Planeta, 1984, p. 282