25/11/20

"La vida humana es breve, pero yo querría vivir siempre"

 

Llevo meses buscando si la muerte del Mishima ha sido analizada por los estudiosos del performance y no he encontrado nada. Es extraño tratándose del caso más radical de arte acción: el suicidio público ritualizado.  En estricto sentido es un seppuku, la muerte autoinflingida que el samurai lleva a cabo con apego a su código de honor, pero al realizarse ante una audiencia podemos definirlo como una intervención de la realidad para modificarla de manera simbólica y definitiva. Dice Yourcenar (1980) que la muerte tan premeditada de Mishima “es una de sus obras”, sin embargo, aunque reconoce todos los indicios que el artista fue distribuyendo a lo largo de sus novelas, obras teatrales y películas –indicios que reunidos en retrospectiva cobran otro sentido –, la autora francesa prefiere considerarlo un <martir del Japón heroico>, razonamiento que definiría su muerte como un acto político, pero no en el sentido emancipador y simbólico que sugiere el término die politische (lo político), sino en el de la integración de las estructuras del poder entendidos como politik (la política). En su opinión, dentro de las distintas facetas que Mishima interpreta como figura pública, “la política, con sus ambiciones, sus compromisos, sus bajezas, sus mentiras o sus fechorías más o menos camufladas con la razón de Estado, aparece, probablemente, como la más decepcionante de esas actividades”.

     Lo que parece definir la naturaleza de la acción es su condición de irreversibilidad y cambio efectivo de la realidad; no obstante, más allá de la consecuencia funesta para sus protagonistas, cabría preguntarse si es en la dimensión simbólica o en la real donde su acto tiene mayor peso. ¿Pretendía Mishima una revolución ultraconservadora en el Japón? El escritor era consciente del impacto que la acción tendría incluso más allá de las fronteras; unos días antes dijo en una entrevista al crítico Takashi Furubayashi que tuviera paciencia y observara los próximos acontecimientos: ““hay gente que haría de todo por sacar partido de mí. En este momento se dirán: «Ha venido un tonto a echarnos una mano; a darnos el dinero que ha ganado escribiendo». A mí me conviene que piensen así; al fin y al cabo, ahora sólo estoy interpretando este papel” (Kobayashi, H. y T. Furubayashi, 2015). A sabiendas de las impicaciones políticas de su acción, sus palabras no parecen responder a una lógica polìtica. La propia Yourcenar califica como extraño que un escritor que “ha descrito tan bien un Japón llegado probablemente al punto de no-retorno (respecto de su occidentalización), haya creído que un acto violento podía cambiar algo”. 

   Nos dice Aguirre Calleja (2012) que desde la perspectiva performativa de Judith Butler, “el sujeto se constituye en la acción, a través de su acción performativa”. Por su parte, Sedeño (2010) advierte que desde los años 60 el performance ha colocado en el centro de su acción al cuerpo en su triple noción: individual, social y política. En la suma de ambas perspectivas podemos afirmar que la acción performativa que constituye al sujeto Mishima es la destrucción del cuerpo individual y concreto en el intento de rescatar el cuerpo social y político, lo que a su vez nos coloca ante otra paradoja con respecto a la definición que nos comparte Diana Taylor (2018): “Las performances –afirma– funcionan como actos vitales de transferencia, transmitiendo saber social, memoria, y sentido de identidad a través de acciones reiteradas, o lo que Richard Schechner ha dado en llamar "twice behaved-behavior" (comportamiento dos veces actuado)”.

            En otro plano, Taylor afirma que

"performance" también constituye una lente metodológica que les permite a los académicos analizar eventos como performance . Las conductas de sujeción civil, resistencia, ciudadanía, género, etnicidad, e identidad sexual, por ejemplo, son ensayadas y reproducidas a diario en la esfera pública. (…) La distinción es/como (performance) subraya la comprensión de performance como un fenómeno simultáneamente "real" y "construído", como una serie de prácticas que aúnan lo que historicamente ha sido separado y mantenido como unidad discreta, como discursos ontológicos y epistemológicos supuestamente independientes.


Lo que sigue poniendo en jaque nuestra comprensión del fenómeno es, entonces, el objetivo que Mishima da a su acción (cuyos ensayos han sido disfrazados de creación artística). Volvemos a Yourcenar, quien advierte de la dificultad de juzgar al artista y su acción procedentes de una “civilización que no es la nuestra y con la cual entran en juego el atractivo del exotismo y la desconfianza ante el exotismo”.  Tendríamos que partir, tal vez, de la reacción que suscitó en su propio entorno: del rechazo abierto de las fuerzas armadas a la descalificación social, el sacrificio samurai se convirtió casi inmediatamente en un tema tabú. El acto molestó a tal grado a quienes consideraban que el Japón progresaba en la dirección correcta que “tomárselo en serio habría sido como renegar de su adaptación a la derrota y al progreso de la modernización, así como a la prosperidad que era consecuencia de ello”. Por esa razón se terminó viendo en aquel gesto “una mezcla heroica y absurda de literatura, de teatro y de afán de notoriedad” (Yourcenar, 1980). 

   Existe otro componente que le confiere más complejidad al diseño de su acción: Si la tetralogía novelada a la que dedicó los últimos años de su vida tiene como eje narrativo la reencarnación, ¿sería remoto pensar que él creía formar parte de la casta dulya (los nacidos dos veces) y preparaba su transición a otra forma de vida? Es notorio el espacio que dedica en El templo del alba a explicar las Leyes del Manu, documento sáscrito que en su último capítulo desglosa la doctrina del karma y la absolución. No olvidar, por otro lado, que sobre su escritorio dejó escrito una nota sobre su deseo de vida eterna: “la vida humana es breve, pero yo querría vivir para siempre”.  También existe la posibilidad de que todo fuera una construcción fantasiosa y que Mishima se burlase de todos dejando pistas falsas para la futura interpretación, pero esto resulta poco probable si, como afirma Henry Miller (1994), no existe en todas las obras de Mishima “ningún rasgo de humorismo”. ¿Se trata de un acto de fanatismo entonces? Si así hubiera sido es probable que tuviera la convicción de que su atentado lo conduciría a la victoria, pero en sus obras deja numerosas evidencias de que las rebeliones armadas siempre fracasan, lo que nos lleva a la última hipótesis: el montaje militar es sólo un pretexto para consumar el seppuku, para el que venía preparándose física y mentalmente desde su juventud. 

    Con la distancia de 50 años es probable que existan nuevas herramientas para analizar la acción performativa de Mishima. Yo sólo aprovecho esa misma distancia temporal para traer a la memoria aquel breve relato de Juan de la Colina llamado La tumba india, en donde un dolido maharajá manda construir una fastuosa tumba como promesa de que matará a la amante que huyó con su mejor amigo. El circunspecto constructor se disculpa ante el gobernante pues pensaba que se trataba del monumento a un gran amor, ante lo que el maharajá responde: “no te equivocas: la tumba la construye ahora mi odio. Pero cuando pasen muchos años, tantos años que esta historia será olvidada, y mi nombre, y el de ella, la tumba quedará sólo como un monumento que un hombre mandó construir en memoria de un gran amor”. 

    Así creo que pasará con el tiempo, cuando se olviden las circunstancias y las implicaciones políticas que lo han descalificado, las obras y las acciones de Mishima se recordarán como el concienzudo y devoto recorrido de un Samurai hacia la muerte. 


Referencias

-    Aguirre Calleja, A. (2012) Figuras performativas de la acción colectiva (tesis doctoral). Facultad de Psicología, Universidad Autónoma de Barcelona, 254 pp. 

-       Colina, J. (1976) La tumba india, en Valadez, E. El libro de la imaginación. México FCE, p. 86-87

-        Miller, H. (1994) Reflexiones sobre lamuerte de Mishima. Toluca, UAEM, 87 pp. 

-        Sedeño Valdellós, A. (2010) Cuerpo, dolor y rito en la performance: las prácticas artísticas de Ron Athey, en Nómadas, Revista Crítica de Ciencias sociales y Jurídicas # 27, 2010. 

- Taylor, Diana. Hacia una definición de performance, recuperado en 24-11-2020 en http://performancelogia.blogspot.com/2007/08/hacia-una-definicin-de-performance.html

-        Yourcenar, M. (1980) Mishima o la visión del vacío. Barcelona, Seix Barral, 144 pp. 

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