22/7/22

Sheherezada, El cuerpo de la utopía

Encontré esta reseña de 1990 sobre una gran compañía yugoslava. En ella destaco el Equilibrio como uno de los valores de la Europa contemporánea. Paradójicamente, fue dicho apenas unos meses antes del estallamiento de la Guerra de los Balcanes que pulverizaría aquel precario equilibrio. Lo consigno aquí porque, a pesar de todo, es una de las más grandiosas puestas en escena que yo recuerdo en los escenarios mexicanos. 

En la milésima segunda noche Sheherezada se presenta al sultán Shahriar el bello, señor de la luz; es la penúltima mujer con vida en el serrallo y pronto morirá. Para evitarlo comienza a narrar al sultán un cuento de Las mil y una noches, pero no se trata en realidad de un cuento, sino de la historia de la sultana madre que dio a luz a dos hijos, Shahriar el bello  y Shahzeman, señor de las tinieblas. A este último hijo, la madre sacó los ojos en virtud del presagio de la estrella Tishtria, que profetizó la desgracia al serrallo si Shahzeman ocupaba el trono del pavo real. Desde entonces, ambos hermanos gobiernan, uno la luz, el otro las tinieblas, y luchan entre sí por obtener el dominio absoluto. Este equilibrio no puede romperse porque, de lo contrario,  no sólo la historia llegará a su fin, sino que traerá la muerte a Sheherezada y al propio sultán. Por eso la historia es un círculo ambiguo donde principio y fin se confunden necesariamente. 

        Ópera oriental-occidental es el subtítulo que mejor define el espectáculo presentado por el Teatro Mladinsko de Ljubjlana, Yugoslavia, en este Segundo Gran Festival de la Ciudad de México. Sheherezada llegó precedida por una ola de críticas que la colocaban como uno de los espectáculos más vigorosos y sorprendentes de Europa, pero fue el público defeño quien lo colocó, quizás, como el evento teatral más importante de los que tuvieron cabida en este festival. Por muchas razones que van desde el trabajo actoral en su conjunto hasta el concepto general de la puesta en escena, asistimos a una muestra refrescante y vital que nos brindó no sólo un goce poco habitual, sino un aprendizaje digno de tomar en cuenta por todos aquellos que de una forma u otra nos dedicamos al teatro. 

            Si tuviéramos que definir en una palabra el sentido primordial de este montaje, nos aventuraríamos a señalar el Equilibrio, concepto fundamental de la Europa contemporánea. En Sheherezada resulta palpable el desarrollo temático en este sentido, ya que en todo momento se encuentran en pugna las dos fuerzas esenciales que generan el movimiento, el yin y el yang, como afirma el programa de mano, o la luz y la oscuridad. 

            Andrej Inkret afirma que “Sheherezada narra que la belleza y la luz no son siempre confiables y seguras. Mientras que la noche y la oscuridad, con sus irremediables misterios, son sólidas y eternas. La noche y las tinieblas son sólo sinónimos de muerte, el extremo misterio… (y añade que) el mundo no es otra cosa que un equilibrio inseguro, frágil, entre la visibilidad del día y la impenetrabilidad de la noche. El conflicto entre ambos hermanos es el conflicto primordial que mantiene el frágil equilibrio de un mundo en claroscuro”. 

       Si el texto de Ivo Svetina pone énfasis en este asunto, el director Tomaz Pandur recrea los contenidos a través de un sorprendente despliegue de acciones que atenúan la importancia de la palabra en favor de una narración visual integradora. La riqueza imaginativa de cada uno de los cuentos nos introduce en un mundo fantástico, el único en el que el mito puede tomar forma, y nos hace viajar al mundo de lo imposible, donde presenciamos y sentimos éste, nuestro conflicto primordial. La plasticidad y belleza se muestra en todos sus contrastes, a partir de la musicalidad, el baile, la violencia, la pasión y la cruel supervivencia; es, como dice la dramaturga Livia Pandur, ”el teatro de la quintaesencia (agua, tierra, fuego, aire y éter) en el cual las cosas viven la metamorfosis, la arquitectura espiritual compuesta de eterno movimiento, mímica y ritmo”. 

            El escenario es un espacio lleno de signos,: la música, el vestuario, la escenografía y el movimiento interactúan en una sola dirección, la creación del microcosmos donde todas las fuerzas y caracteres conviven. El trabajo actoral posee una cohesión y unidad difícil de alcanzar, desde los negros derviches hasta los protagonistas, el elenco da muestra de su dominio técnico y expresivo; las coreografías no son bailes, sino el sonido musical del cuerpo. El perfeccionismo actoral, producto palpable de un arduo entrenamiento sensibilizador, alcanza su punto culminante en los tres hermanos protagonistas: Janez Skof es Shahriar el bello, su desempeño nos hace acordar del legendario Constante de Grotowski, sobre todo por sus acciones convulsas y cargadas de energía; Marko Mlacnik es Shahzeman el ciego, quien maneja una expresión corporal más introspectiva, acorde a su insondable reino de penumbras; por su parte, la hermana Nur es interpretada por Alojz Svete, un actor que, pese a mantenerse en segundo plano, posee una presencia enigmática y de gran energía en contención.

            El rumbo estético por el que emprende la búsqueda  el teatro Mladinsko tiene que ver, como ellos mismos afirman, con el abandono del peso de las ideologías y las tecnologías para dejarse llevar  por los sueños. “No es un ansia escapista, sino la firme creencia de que el ser humano ha creado algo más sólido… el mundo del arte es el único en el que puede tomar forma la utopía… Por ello nuestro repertorio sigue una sola finalidad llamada utopía, en este fin de siglo y milenio”. Y precisamente para que la utopia del teatro y los sueños no termine, la historia se acaba con el comienzo: En la milésima segunda noche Sheherezada se presenta al sultán Shahriar el bello, señor de la luz; es la penúltima mujer con vida en el serrallo y pronto morirá. Para evitarlo comienza a narrar al sultán un cuento de Las mil y una noches… 


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Publicada originalmente en Correo Escénico # 8-9 (sep-oct 1990), p. 54-55. Fotos de Macoleh


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