9/7/23

Nocturno en que se oye a Villaurrutia

 

1950: La nochebuena está a punto de bajar su telón y la ciudad entera se guarda  con el deseo de levantarse tarde al día siguiente. Mientras tanto, en su departamento, Xavier Villaurrutia afina los detalles de su viaje –el último–, ironizando que “ha llegado el momento”, o acaso repasando los versos que se han convertido en obsesión: “sonámbulo, dormido y despierto a la vez / en silencio recorro la ciudad sumergida / ¡Y dudo!, no me atrevo a preguntarme si es / el despertar de un sueño o es un sueño mi vida”. 

            Es inútil negarlo: las circunstancias que rodearon la muerte (y la vida) de Villaurrutia nos lo pintan como un poeta obsesionado por el sueño, la soledad, el insomnio y la muerte, y en cambio hacen borroso, hasta anodino, su paso por el teatro, oficio al que  se entregó con método y pasión durante toda su vida. 

            ¿Por qué mientras su influencia como poeta ha quedado patente, su legado teatral aguarda empolvado en alguna biblioteca? La pregunta es casi otra obsesión para la que no hay respuesta, a no ser la que cada espectador y lector formulen. Sin embargo, con la idea de ofrecerle algunos elementos de contexto a usted, asistente de estos foros, o acaso con la idea de invitarlo a que no pase de largo y se anime con el Villaurrutia teatral una de estas noches, he aquí una pequeña semblanza que subraya su aportación al arte dramático.

            Poeta, crítico, traductor, dramaturgo y director de escena ligado a los movimientos de vanguardia, propuso un teatro de carácter psicológico, alejado del costumbrismo y el realismo imperantes en el teatro nacional de su tiempo. 

            Realizó sus primeros estudios en el Colegio Francés y en 1917 ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria, donde trabó amistad con Salvador Novo y publicó sus primeros poemas. Años después abandonó sus estudios de Jurisprudencia para dedicarse a la crítica de arte. En 1927 fundó con Novo, Gilberto Owen y Jorge Cuesta la revista Ulises, y posteriormente colaboró en ContemporáneosEl Espectador (en la que escribió crítica teatral), Letras de México y El Hijo Pródigo, entre otras publicaciones.  Fue autor de los poemarios Reflejos, Nocturno de los ángeles, Nostalgia de la muerte y Décima muerte y otros poemas no coleccionados, entre otros.  Incursionó en el cine como guionista de las películas Vámonos con Pancho Villa, en colaboración con Fernando de Fuentes; La mujer de todos, en colaboración con Mauricio Magdaleno;  La mujer sin cabeza, Distinto amanecer, La mujer legítima, El monje blanco, La caza de la zorra, La mulata de Córdoba, Bel A mi (El buen mozo o Historia de un canalla), San Felipe de Jesús  y La dama de alba, entre otras. 

       Si bien su primer incursión en el teatro tuvo lugar en 1925, cuando se asoció con Novo para estrenar Café Negro en el teatro Lírico, sus inicios formales se remontan a fines de 1927 cuando junto con Antonieta Rivas Mercado, Gilberto Owen, Manuel Rodríguez Lozano y el propio Novo,  fundó el Teatro de Ulises, grupo que a pesar de estrenar sólo  cinco obras en su corta existencia, marcó la pauta distanciándose del costumbrismo español, dando a conocer a la vanguardia europea y proponiendo un espacio íntimo y riguroso en el que el apuntador ya no tenía cabida. Durante su estancia en el Teatro de Ulises tradujo y dirigió El tiempo es sueño (1928), de Lenormand; y actuó en Símili y Orfeo (1928). Posteriormente participó como autor, traductor y director en el Teatro de Orientación; allí estrenó sus primeras piezas cortas: Parece mentira (1933) y ¿En qué piensas? (1934); y tradujo Petición de mano (1932), de Chéjov; Knock o el triunfo de la medicina (1933), de Romains, A la sombra del mal (1934), de Lenormand y Minnie la cándida (1938), de Bontempelli, obra que también se encargó de dirigir. Entre 1935 y 1936 fue becado por la Fundación Rockefeller para realizar estudios de teatro en la Universidad de Yale. A su regreso dirigió al grupo del Sindicato Mexicano de Electricistas y posteriormente fue nombrado jefe del Laboratorio de Teatro y del Departamento de Teatro de la SEP. Entre 1943 y 1945 fue director de escena del Teatro de México, grupo con el que estrenó su obra El yerro candente (1944), y en 1947 se incorporó a la planta docente de la Escuela de Arte Teatral del INBA. 

             Además de las antes mencionadas, escribió y estrenó Ha llegado el momento (1940), La hiedra (1941), El solterón (1946), Invitación a la muerte, El pobre Barba Azul (1947), La tragedia de las equivocaciones (1950), La mujer legítima (1954) y Juego peligroso (1956). Permanece inédita para el teatro La mulata de Córdoba, aunque una versión de la obra se ha presentado en ballet.

      Muchos son los comentarios que ha generado la actividad teatral de Villaurrutia, aquí recogemos dos: Octavio Paz afirma que fue “su gran afición y, al final de su vida, su ocupación central”.  Sin embargo, considera que si bien sus obras están “bien construidas, son inteligentes y algunas contienen pasajes admirables, (éstas) carecen de un elemento esencial: la teatralidad. (El suyo es un) teatro de situaciones más que de caracteres. Las pasiones nunca se desencadenan del todo y los conflictos, antes de resolverse del todo, se disipan”. Para Magaña Esquivel, en cambio, “su teatro se fundamenta en la precisión de las ideas y en el juego del lenguaje”, y agrega que “otra particularidad de su teatro es que no muestra la premeditación de lo mexicano”.

       Por nuestra parte, sólo queremos apuntar algo que distancia la voz del poeta de la del dramaturgo: los silencios. Si el poema se construye con palabras, en su teatro, buena parte de la expresión radica en lo que no se dice, en los intersticios del diálogo. Pero eso es algo que con el paso del tiempo parece demasiado evidente para ser destacado. 

            Quedémonos mejor en un punto medio, flotante, en el que la palabra poética rezuma tensión dramática al abordar a la pareja que se encierra en su alcoba: “Es la frase que dejas caer, interrumpida / y la pregunta  mía que no oyes / que no comprendes o que no respondes... ( )  Entonces, sólo entonces, los dos solos, sabemos / que no el amor sino la oscura muerte / nos precipita a vernos cara a cara, a los ojos / y a unirnos y a estrecharnos, más que solos y náufragos / todavía más, y cada vez más, todavía”.

 

 

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