Ninguno otro dramaturgo puede jactarse de haber ejercido una influencia similar a que Tennessee Williams tuvo sobre el teatro mexicano de su tiempo. Comenzando por Un tranvía llamado deseo, estrenada en 1948, sus obras permearon rápido en los jóvenes autores que estaban por apropiarse de la escena nacional, entre ellos Emilio Carballido, Hugo Argüelles y el mismo Jorge Ibargüengoitia, quien incluso tomaría la base argumental de La gata sobre el tejado caliente, eliminando sus picos melodramáticos, para elaborar un ejercicio de contención chejoviana titulado Ante varias esfinges.
Si en los Estados Unidos su teatro representó la derrota moral y la inevitable decadencia sureña, en México sirvió de punta de lanza para destapar temas que la tradición española tenía vetados de los escenarios: el alcoholismo, la homosexualidad, las patologías enfermizas y, sobre todo, la pasión carnal que se desborda en cada una de sus obras. Es verdad que la preeminencia del teatro español se había perdido y que los grupos experimentales buscaban nuevas poéticas en autores europeos como Pirandello, Wilde o Giraudoux, pero fue la irrupción del teatro norteamericano, con Williams a la cabeza, la que perfiló definitivamente el rumbo de la dramaturgia nacional durante la segunda mitad del siglo XX.
La presencia en México de Tennessee Williams tuvo también otra carga simbólica: se considera que Un tranvía llamado deseo marca un parte aguas en el concepto de puesta en escena gracias, sobre todo, a la lectura que el director Seki Sano le imprimió durante su primera temporada en el palacio de Bellas Artes. Tendríamos que dedicar otro espacio para hablar de la evolución de la puesta en escena en México, pero bástenos comentar que antes se consideraba al director teatral como un coordinador de movimiento, hasta que Seki Sano demostró con esta puesta en escena que texto, interpretación, diseño e iluminación constituían un solo discurso y que el director sería, a partir de entonces, el nuevo conceptualizador del arte teatral.
20 años se prolongó el reinado de Tennessee Williams en los escenarios mexicanos con obras como El zoológico de cristal (1955), La rosa tatuada (1959), El dulce pájaro de la juventud (1960) y De repente en el verano (1961), aunque resulta por demás extraño que La noche de la iguana o Camino Real permanecieran inéditas para la escena pues su acción se desarrolla precisamente en nuestro país, un territorio que Williams conocía ampliamente por sus continuas escapadas turísticas.
Como sea, las nuevas generaciones lo fueron desplazando ante la aparición de propuestas que minimizaban el influjo realista. Tan rotunda fue su erradicación posterior que en los siguientes 40 años sólo dos o tres de sus obras han sido estrenadas, siempre en condiciones marginales. El motivo puede provenir, como dijimos, de la incompatibilidad de los nuevos conceptos escénicos con el realismo de sus obras. Sin embargo, la presentación, hace pocos años, de la Volksbühne con una versión llamada Un tranvía llamado América podría arrojar nuevas pistas sobre la forma de revitalizar a quien sin duda es un auténtico clásico del teatro.
Publicado en el suplemento Laberinto de Milenio (26-03-11)
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