Esta fue la última y la más importante obra de Alejandro Reyes (1963-1996). Formado con Abraham Oceransky en sus experimentos pedagógicos de Xalapa, su carrera apenas rebasó los diez años, pero muchos aún lo recuerdan por sus actuaciones en Doble Cara (1987), Sexo, pudor y lágrimas (1991, sustituyendo a Daniel Giménez Cacho), Mishima (1993) y Roberto Zucco (1995). Con todo, fue su papel en James Joyce. Carta al Artista Adolescente (1994) el que lo elevó al rango de gran creador. Imposible llegar al resultado conocido sin su sensibilidad y su manejo del lenguaje escénico: él encarnó como nadie al legendario Stephen Dedalus.
Al principio Martín y yo pensamos que teníamos una obra "elitista", pero la forma en que Alejandro fue envolviendo al público, trayéndolo a un terreno de intimidad, humor y confesión inédito para nosotros, nos convenció de que la obra aguantaba en todos los espacios y lugares. De hecho no fuimos nosotros, sino la forma en que Alejandro seducía al público la que nos llevó a los rincones más insospechados, desde un auditorio de ciudad Guzmán a la mítica sala La Mamma de Nueva York, pasando por decenas de escenarios y públicos distintos. De su actuación en inglés se podría decir otro tanto; por ahí quedan algunos testimonios en video que dejan ver la fluidez y emoción con la que trabajaba incluso en ese idioma.
Al principio Martín y yo pensamos que teníamos una obra "elitista", pero la forma en que Alejandro fue envolviendo al público, trayéndolo a un terreno de intimidad, humor y confesión inédito para nosotros, nos convenció de que la obra aguantaba en todos los espacios y lugares. De hecho no fuimos nosotros, sino la forma en que Alejandro seducía al público la que nos llevó a los rincones más insospechados, desde un auditorio de ciudad Guzmán a la mítica sala La Mamma de Nueva York, pasando por decenas de escenarios y públicos distintos. De su actuación en inglés se podría decir otro tanto; por ahí quedan algunos testimonios en video que dejan ver la fluidez y emoción con la que trabajaba incluso en ese idioma.
Conforme avanzó la temporada del Joyce... –como le decíamos–, algunos apenas descubrimos su enfermedad, pero ésta nunca fue pretexto para interrumpir funciones hasta que de plano ya no pudo más. Recuerdo alguna vez que tuvimos que suspender una gira estando ya todos en Yucatán, porque simplemente le resultó imposible levantarse; después nos vimos en la necesidad de sustituirlo para los festivales de Manizalez y de Cádiz, donde Ari Brickman hizo un extraordinario trabajo. Precisamente en aquella ciudad portuaria decidimos que no volveríamos a hacer la obra si Alejandro ya no estaba (era octubre de 1996), pero la insistencia y nuestras propias ganas de revivirla nos hicieron remontarla para las temporadas de 2000 y 2001. La experiencia fue buena y Ari hizo verdaderamente suyo el papel, pero nunca volvió a ser lo mismo.
A fines de 1995 le pidió a Martín que hiciéramos un Hamlet; era la obra que quería interpretar antes de morir (y que no alcanzamos a estrenar con él). Durante ese proceso de ensayos, uno de los más intensos y densos que recuerde, Martín le pidió a cada actor que preparara el unipersonal de alguna obra de Shakespeare. Alejandro eligió Ricardo III, una presentación de casi media hora que quienes la presenciamos la recordamos como uno de los momentos teatrales más estrujantes: su voz, su inteligencia corporal, hasta el color de su piel, nos hacían ver la muerte detrás de cada gesto y palabra. Después de ese ensayo ya no volvió a trabajar y finalmente el 21 de agosto de 1996 lo despedimos cantándole la canción de "La campana del castillo".
Pero nos quedamos con un pendiente que hasta hoy no le hemos cumplido. A principios de los 90's comenzó a escribir una novela que narraba su paso por el taller de Oceransky en Xalapa mientras enfrentaba los primeros síntomas del VIH. Unos meses antes de morir nos dio el manuscrito para que hiciéramos con él lo que consideráramos conveniente. Yo intenté ofrecerla a varias editoriales, pero en ese momento no hubo manera (hoy en día sería facilísimo publicarla). Pero ocurre que en uno de esos préstamos del engargolado la novela no volvió a mis manos y nunca supe quién se la quedó. Por allí anda, con seguridad, pasando de mano en mano, o extraviada en un cajón. Si alguien sabe de ella, estaría bien que nos la compartiera para cerrar el círculo y decirle a Alejandro que estamos en paz con él. Aunque lo estamos.
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