Robert Walser |
(Fragmento de El paseo, de R. Walser)
...Sin prestar atención a
ninguna otra cosa, corrí a la caja municipal u oficina de Hacienda debido a los
impuestos; no se trataba de pago alguno, sino por el momento tan sólo de una
conversación con el señor presidente de la muy digna comisión de impuestos, a quien en forma concisa formulé la
siguiente declaración:
—Permítame decirle que como
pobre escritor y plumífero u homme de
lettres disfruto de unos muy cuestionables ingresos. Naturalmente, en mí no
se puede apreciar ni hallar rastro de cualquier acumulación patrimonial.
Constato esto muy a pesar mío, sin por otra parte desesperarme ni llorar ante el
lamentable hecho. Me las voy arreglando, como suele decirse. No practico lujo
alguno; eso puede usted verlo con sólo mirarme… He escrito libros que por
desgracia no han gustado al público, y las consecuencias de ello son
angustiosas. No dudo ni por un momento de que usted lo apreciará y en
consecuencia entenderá mi situación financiera. No poseo posición ni prestigio
social; esto es claro como el sol. El vivo interés por las bellas letras se da
de manera escasa, y la crítica implacable que todo el mundo cree poder ejercer
y cultivar sobre nuestra obra constituye otra fuerte causa de daño y frena como
una zapata la realización de cualquier modesto bienestar. Sin duda hay
bondadosos benefactores que me apoyan del modo más noble de vez en cuando; pero
un donativo no es un ingreso, y un apoyo no es un patrimonio. Por todas estas
razones, elocuentes y sin duda convincentes, quisiera solicitarle que prescinda
de todo aumento de impuestos como el que me ha anunciado, y tengo que rogarle,
cuando no conminarle a ello, que estime mi capacidad de pago tan bajo como sea
posible.
El señor director o señor
tasador dijo:
—¡Pero siempre se le ve
paseando, despreocupado del trabajo!
—Pasear —respondí yo— me es
imprescindible, para animarme y para mantener el contacto con el mundo vivo,
sin cuyas sensaciones no podría escribir media letra más ni producir el más leve
poema en verso o prosa. Sin pasear estaría muerto, y mi profesión, a la que amo
apasionadamente, estaría aniquilada. Sin pasear no podría tampoco rendir informe
alguno ni redactar el más mínimo artículo, y no digamos una novela. Sin pasear
no podría hacer observaciones ni estudios. Un hombre tan inteligente y
despierto como usted podrá entender y entenderá esto al instante. En un bello y
dilatado paseo se me ocurren mil ideas aprovechables y útiles. Encerrado en
casa, me arruinaría y secaría miserablemente. Un paseo me estimula
profesionalmente y a la vez me da gusto y alegría en el terreno personal; me
recrea y consuela y alegra, es para mí un placer y al mismo tiempo tiene la
cualidad de que me excita y acicatea a seguir creando, en tanto que me ofrece
como material numerosos objetos pequeños y grandes que después, en casa,
elaboro con celo y diligencia. Un paseo está siempre lleno de importantes
manifestaciones dignas de ver y de sentir. Naturaleza y costumbres se abren
atractivas y encantadoras a los sentidos y ojos del paseante atento, que desde
luego tiene que pasear no con los ojos bajos, sino abiertos y despejados, si ha
de brotar en él el hermoso sentido y el sereno y noble pensamiento del paseo.
Piense cómo el poeta ha de empobrecerse y fracasar de forma lamentable si la
hermosa Naturaleza maternal y paternal e infantil no le refresca una y otra vez
con la fuente de lo bueno y de lo hermoso. Piense cómo para el poeta la
instrucción y la sagrada y dorada enseñanza que obtiene ahí fuera, al juguetón
aire libre, son una y otra vez de la mayor importancia. Sin el paseo y sin la
contemplación de la Naturaleza a él vinculada, sin esa indagación tan agradable
como llena de advertencias, me siento como perdido y lo estoy de hecho. Con
supremo cariño y atención ha de estudiar y contemplar el que pasea la más
pequeña de las cosas vivas, ya sea un niño, un perro, un mosquito, una
mariposa, un gorrión, un gusano, una flor, un hombre, una casa, un árbol, un
arbusto, un caracol, un ratón, una nube, una montaña, una hoja o tan sólo un
pobre y desechado trozo de papel de escribir, en el que quizá un buen escolar
ha escrito sus primeras e inconexas letras. Las cosas más elevadas y las más
bajas, las más serias y las más graciosas, le son por igual queridas y bellas y
valiosas. No puede llevar consigo ninguna clase de sensible amor propio y
sensibilidad. Su cuidadosa mirada tiene que vagar y deslizarse por doquier, desinteresada
y carente de egoísmo; tiene que ser siempre capaz de disolverse en la
observación y percepción de las cosas, y ha de postergarse, menospreciarse y
olvidarse de sí mismo, sus quejas, necesidades, carencias, privaciones, como el
bravo, servicial y dispuesto al sacrificio soldado en campaña. De otro modo,
pasea tan sólo con media atención y medio espíritu, y eso no vale nada. Tiene
que ser capaz en todo momento de compasión, de identificación y de entusiasmo.
Pero ese fiel y entregado disolverse y perderse en los objetos y ese celoso
amor por todas las manifestaciones y cosas lo hacen feliz, como todo
cumplimiento de obligación hace feliz y rico en lo más íntimo a quien tiene una
obligación que cumplir. Espíritu, entrega y fidelidad lo satisfacen y elevan
sobre su propia e insignificante persona de paseante, que con demasiada
frecuencia tiene reputación y mala fama de vagabundeo e inútil pérdida de
tiempo. Sus múltiples estudios lo enriquecen y entretienen, lo calman y refinan
y rozan a veces, por improbable que pueda sonar, con la ciencia exacta, lo que
nadie creería del en apariencia frívolo caminante. ¿Sabe usted que mi cabeza
trabaja dura y tercamente, y a menudo estoy activo en el mejor de los sentidos,
cuando parezco un archigandul y persona frívola sin responsabilidad, sin
pensamiento ni trabajo, perdido en el azul o en el verde, lento, soñador y
perezoso, que ofrece la peor de las impresiones? Secreta y misteriosamente,
siguen al paseante toda clase de hermosos y sutiles pensamientos de paseo, de
tal modo que en medio de su celoso y atento caminar tiene que parar, detenerse
y escuchar, que está cada vez más arrebatado y confundido por extrañas
impresiones y por la hechicera fuerza del espíritu, y tiene la sensación de ir
a hundirse de pronto en la tierra o de que ante sus ojos deslumbrados y
confusos de pensador y poeta se abre un abismo. La cabeza se le quiere caer, y
los por lo demás tan vivos brazos y piernas están como petrificados. Paisaje y
gente, sonidos y colores, rostros y figuras, nubes y sol giran como sombras a
su alrededor, y ha de preguntarse: «¿Dónde estoy?». Tierra y cielo fluyen y se
precipitan de golpe en una niebla relampagueante, brillante, apelotonada, imprecisa;
el caos empieza, y los órdenes desaparecen. Trabajosamente, el conmocionado
intenta mantener su sano conocimiento; lo consigue, y sigue paseando confiado.
¿Considera usted del todo imposible que en un suave y paciente paseo encuentre
gigantes, tenga el honor de ver a profesores, trate al pasar con libreros y
empleados de banca, hable con futuras jóvenes cantantes y antiguas actrices,
coma con ingeniosas damas, pasee por los bosques, envíe peligrosas cartas y me
bata violentamente con insidiosos e irónicos sastres? Todo esto puede suceder,
y creo que de hecho ha sucedido. Al paseante le acompaña siempre algo curioso,
reflexivo y fantástico, y sería tonto si no lo tuviera en cuenta o incluso lo
apartara de sí; pero no lo hace; más bien da la bienvenida a toda clase de
extrañas y peculiares manifestaciones, hace amistad y confraterniza con ellas,
porque le encantan, las convierte en cuerpos con esencia y configuración, les da
formación y ánima, mientras ellas por su parte lo animan y forman. En una palabra,
me gano el pan de cada día pensando, cavilando, hurgando, excavando, meditando,
inventando, analizando, investigando y paseando tan a disgusto como el que más.
¡Y aunque quizá ponga la cara más complacida del mundo soy serio y concienzudo
en grado sumo, y aunque no parezca más que delicado y soñador soy un sólido
experto! Espero que todas estas detalladas explicaciones le convenzan de mis
sinceras aspiraciones y le satisfagan plenamente.
El funcionario dijo
«¡Bien!», y añadió:
—Examinaremos con atención
su solicitud de que se le aplique la tarifa más baja posible y le enviaremos al
respecto pronta comunicación denegatoria o aprobatoria. Se le agradece la
declaración amablemente presentada y los sinceros testimonios celosamente
aportados. Por el momento puede marcharse y continuar su paseo.
Puesto que se me indultaba,
eché a andar con alegría y pronto volví a estar al aire libre.
Walser, Roberto, El paseo, Madrid, Ed. Siruela, 2001, 79 pp.