Jorge Ibargüengoitia debería estar
cumpliendo 85 años de vida y aún así nada nuevo podríamos decir de su teatro que, al momento de su
trágica muerte, llevaba 20 años de abandono. Bastante
se ha dicho sobre aquel abrupto retiro del mundo teatral, hace exactamente medio
siglo, así que no abundaremos al respecto. No obstante, revisando en estos días
la tesis con la que en 1956 se graduó en la Facultad de Filosofía y Letras de
la UNAM, hemos encontrado un escrito marginal respecto del tema allí sustentado
–la escritura de su obra Ante varias esfinges–, que por su estructura y estilo
podría constituirse en antecedente de lo que más tarde fue su abundante labor
crítica y periodística. Apartado del estilo académico de la tesis, ya se
aprecian su lacónica ironía y temprano desencanto del medio teatral, dos de las
constantes que desarrolló durante los años en que fue crítico teatral de la Revista
de la Universidad. Hemos dicho en la introducción a El Libro de Oro del Teatro
Mexicano (Ibargüengoitia, 1999) que la subjetividad, la ironía y la ridiculización de
las convenciones que caracterizaron sus escritos parecían “subvertir uno de
los principios fundamentales de aquel que acepta ejercer la crítica teatral:
respeto y consideración a la hora de pronunciarse sobre una obra”. Ante tales
acusaciones, el propio Ibargüengoitia habría de justificar su postura de francotirador
al afirmar que respetaba “mucho más al teatro que a las obras que se montan en
él”. Lo que llama la atención, en este caso, es que sus reparos al provincianismo
teatral mexicano se avisoran aún cuando su carrera como dramaturgo se encuentra
en plena etapa ascendente. No agregaremos más para que el lector se adentre sin
prejuicio en el que podría haber sido, si lo aislamos de su contexto, el debut
de Ibargüengoitia como articulista; sólo mencionaremos que la anécdota que da
pie a la nota se menciona nuevamente, aunque de manera muy marginal, en otro
artículo: Teatro y subdesarrollo, publicado en la Revista Mexicana de
Literatura, en su edición de enero-febrero de 1963.
Jorge Ibargüengoitia
CONCURSOS [1]
Entre los muchos concursos que anualmente
se celebran en nuestra ciudad, el de la comedia del Nacional es uno de los más
respetables. Puede decirse que lo último de la producción del año participa en
él. Lo último de la producción joven, esto es.
Este
año fue premiada una pieza: Los Desarraigados[2],
entre otras razones: “…por haber sido considerada la mejor, dada la mexicanidad
de su tema, su excelente factura, etc…” Dejando para más tarde lo que el jurado
llamó “mexicanidad del tema” quiero recalcar que la primera virtud que vino a
la cabeza del jurado fue la mexicanidad. Si el jurado leyera de una comedia
premiada por “lo esquimal del tema” o por “lo guanajuatense del tema” le
parecería una manifestación de provincianismo execrable. Si fuera un periódico
de Londres y dijera “lo inglés del tema”, les parecería una excentricidad, como
la circulación a mano izquierda, o una altanería insoportable, y sonreiría si
oyera algo referente al “American Way of Life”. Somos nosotros los mexicanos
los únicos seres privilegiados que podemos referirnos a nuestra nacionalidad
con virtud, sin temor a parecer grotescos o imbéciles. Pero la cosa, que podría
ser un “lapsus lingüe”, es algo más grave, producto de las bases del concurso.
Hay una que dice: “las obras deberán plantear, sobre los temas mexicanos…
soluciones (positivas), afirmativas de la personalidad e idiosincracia del
pueblo mexicano y de su actual evolución social”. Lo que a primera vista puede
parecer un perverso intento de reducir el teatro a un periodismo moralizante, al
ser confrontado con la (ya citada) opinión de Zolá[3], resulta la
aceptación clara del teatro naturalista como el único posible en México, o,
cuando menos, en el concurso del Nacional. La actitud podría parecer aislada y
sin importancia, si no contara el concurso a que me refiero con la bendición de
todos nuestros organismos teatrales. No explica la convocatoria lo que entiende
por una solución (positiva): por un prurito de ambigüedad, por discresión o por
fortuna.
La
limitación que representa esta pequeña cláusula es grave, y por la borda se
irían obras como El Cid, Hamlet, y Las Traquinianas, si fuésemos capaces de
escribirlas.
Para
una persona que haya aceptado el teatro como modo de conocimiento, escribir una
obra de acuerdo con las limitaciones expuestas, el único camino consistiría en
tomar la libreta de notas, escudriñar este vasto laboratorio que es la ciudad y
escribir, ante la interrogación de lo que querrá decir (positivas).
El resultado, aplaudido por los jurados, y
ahora por el público, es una obra llamada Los Desarraigados. Aborda, de una
manera vulgarmente llamada “valiente”, el problema de una familia mexicana
establecida al sur de los Estados Unidos. Como buena pieza naturalista,
atribuye todos los males de la familia al medio ambiente: dos hijos perdieron
la vida en la guerra y un tercero vive lleno de taras mentales a consecuencias
de la misma; el cuarto hijo, muy joven, ha caído en las garras de una
prostituta y se ve obligado a traficar con mariguana entre la colonia mexicana
que, por lo que se ve, es muy viciosa, La hija menor, por su parte, besa, de
una manera completamente deshonesta, casi en la puerta de su casa, al hijo de
un explotador de braceros. El diálogo es de los que se suponen fotográficos.
Como su antepasado Zolá, el autor no puede mantener la crudeza vital más lejos
del primer acto y cae, a mediados del segundo, en pleno melodrama. La obra
pretende mostrar una gran verdad de la vida cotidiana de un sector social y por
eso, sería mucho más propio verla representada ante los interesados, en uno de
los teatros mexicanos de Los Angeles que ante el público compadecido, ignorante
del problema, que asiste al teatro Granero. Los aspectos de la vida americana
abordados por el autor son los que conocemos gracias a las peores películas que
nos envían de aquel lado, a saber: problemas mentales de los veteranos de
guerra, contrabando de drogas, discriminación racial, conducta desenfadada e
inmoral de los adolescentes. Lo que me hace suponer que el autor, en vez de
investigar la vida humana en el vientre de alguna ciudad, lo hizo cómodamente
instalado desde la butaca de algún cine[4].
Este es el teatro naturalista que se hace en
México, el que recibe el asentimiento oficial y el aplauso del público. El
teatro de concurso.
[1] Extracto de la
tesis Ante varias esfinges, que para
obtener el título de licenciado en Letras modernas con especialidad en Arte
dramático, presentó en 1956, pp. 85-87 (Transcripción y notas de Luis Mario
Moncada, con la colaboración de Brittany Espinoza)
[2] Obra de José
Humberto Robles (1915-1984) ganadora del Premio único del periódico El Nacional en 1955 y estrenada en
septiembre del año siguiente en el teatro El Granero –que con esta obra se
inaugura–, bajo la dirección de Xavier Rojas.
[3] Ibargüengoitia
aborda en su tesis algunos aspectos del teatro naturalista y cita parte de la
correspondencia que Emile Zolá mantuvo con Strindberg, en donde se refiere a la
obra El Padre, del autor sueco: “…Me
gusta que mis personajes tengan un marco social completo, de manera que podamos
tocarlos y sentir que están penetrados de nuestro ambiente. Y su capitán que no
tiene ni nombre siquiera, sus otros personajes, que son casi creaturas de la
razón, no me dan el completo sentimiento de vida que yo requiero…”
[4] En descargo del
autor de Los desarraigados habrá que
consignar la nota biográfica del FCE, donde advierte que, mientras residía en
los Estados Unidos, Robles fue reclutado por el ejército norteamericano y
participó activamente en la II Guerra Mundial. (Magaña Esquivel, Antonio, Teatro mexicano del s. XX Vol. IV,
México, FCE, 1970, pp. 139)
Artículo publicado en Milenio Diario, 16/11/2013
Artículo publicado en Milenio Diario, 16/11/2013