1/1/20

#LeerTeatro

¿Cuánta gente lee teatro? Más allá de los clásicos, que con el tiempo se han vuelto literatura, ¿con qué claves se lee la dramaturgia actual? Le entramos al reto de #LeerTeatro, cien obras a lo largo del año. A cada una le dedicamos un comentario en forma de tuit (aunque algunas requirieron un poco más). El criterio de selección fue mayormente el capricho, a veces la coyuntura y otras, una revisión que nos llevó a explorar pendientes u omisiones, aunque tampoco es que con cien obras se agoten las deudas, pero al menos nos sirvió de pretexto para acercarnos a piezas que no encontrábamos el momento de leer. En total leímos textos dramáticos de 23 países, la mayoría de ellos mexicanos (37); 44 fueron escritas en el presente siglo por 42 del siglo XX y 14 obras clásicas de distintas épocas. Aunque hay un desbalance histórico entre autores y autoras, 71 y 25 (más cuatro creaciones colectivas), entre las lecturas del presente siglo el balance se modifica drásticamente: 22 escritas por hombres, 20 por mujeres y dos creaciones colectivas. En fin, esto no es más que un ejercicio y espero que haya quien quiera seguirlo, porque de lo que se trata es de #LeerTeatro e imaginarlo en el teatro de nuestra mente. 

1. De paraísos y mareas (primera parte de la trilogía Juego de paraísos), de Thomas Köck. Plagada de sugerencias no explícitas para una escena apocalíptica, comenzamos con una obra que pone a prueba la sola idea del teatro leído. Hay en De paraísos y mareas una mezcla de técnicas que conforman en sí misma un tríptico al interior de cada obra. Su autor, una de las nuevas voces del teatro germano, ganó con ella el Premio Von Kleist 2016.

2. Sara dice, de Fabio Rubiano. Una reforma radical propone desaparecer los asesinatos en el mundo, programándolos cada cien días. Inquietante y absorbente, el realismo mágico trocado en farsa cotidiana; los personajes, en la corriente del idiota funcional.

3. Las que se quedan, de Alejandra Serrrano. El muro fronterizo como tema, el teatro como recurso narrativo y la acción siempre en la extraescena. Me quedo con los caracteres, vivaces y resistentes.

4. A punto de veneno (delirio sobre Malcolm Lowry), de Silvia Peláez y Guillermo Heras. A partir del fundido de personalidad Lowry-Firmin se teje un recorrido por los círculos del infierno mexicano. Deliciosa en su fidelidad a los referentes.

5. Los ruiseñores cantan en griego, de Marco Antonio de la Parra. El espejismo del Boom latinoamericano a través de dos figuras tragicómicas. Pieza sin clímax, más melancolía que catarsis. Bella metáfora del “ya merito”.

6. El apóstol, de Rodolfo Usigli. Comedia temprana, inédita para la escena. No trata de nada concreto en realidad, pero practica una gimnasia verbal inverosímil que puede ser encantadora.

7. La que hubiera amado tanto, de Alejandro Licona. La fantasía de la mujer objeto deviene en acto fallido. Humor basado en el manejo de estereotipos y en la capacidad de adaptarnos incluso a nuestra propia deformación.

8. Rentas congeladas, de Sergio Magaña. En realidad hice trampa con esta lectura, la leí porque ya sabía que la iba a adaptar. ¿Es una comedia musical, opereta o revista?, da igual; es una pieza extraña y juguetona que ironiza con la política y el buen gobierno. Mi impresión es que Magaña la escribió sobre las rodillas por algún encargo o juego que resolvió a medias. La estructura es errática y algunos personajes sobran. No resulta extraño que estuviera a punto de perderse para siempre hasta que alguien la rescató de un archivo privado.

9. Soluna, de Miguel Ángel Asturias. Drama sólo para leer, aunque una larga escena de ensueño logra confrontar la hechicería ancestral con el raciocinio occidental del protagonista y con la noción espectacular de la que adolece el resto de la obra.

10. La sodomía en la Nueva España, de Luis Felipe Fabre. Poema de estructura dramática que recupera las investigaciones y documentos sobre la “encarnizada persecución de homosexuales entre 1657 y 58” para convertirlos en materia textual: retablos, villancicos y, en resumen, una inquietante verbalización del pecado nefando. Amé.



11. Encuentro entre Descartes y el joven Pascal, de Jean-Claude Brisville. Concita poco interés teatral, pese a reunir a dos portentos; es más un debate que un drama, aunque tiene su atractivo en el diálogo controversial entre el pensamiento científico y el teológico.

12. Señor Pirandello, lo llaman por teléfono, de Antonio Tabucchi. Entrelazando juegos de identidad, el de Pessoa y el del autor siciliano, todo queda en buenas intenciones por falta de tiempo y arrojo. Literatura explícita, ausencia de teatro real.


13. La medida, de Bertolt Brecht. Teatro didáctico que intenta justificar la ejecución de un compañero que hace daño al movimiento comunista. Para Miguel Sáenz “es una salvajada estalinista”. Lo cierto es que no sé andaba con medias tintas el camarada Brecht, quien en un acto de contrición decidió prohibir su presentación. ¿Cómo juzgar hoy esa postura?


14. El inspector llama a la puerta, de J.B Priestley (en traducción de Otto Minera). Una pieza de relojería, milimétrica en sus propósitos y su desarrollo. Injustamente relegado en la memoria teatral, habría que volver cada tanto a Priestley, sobre todo a su Trilogía del tiempo.


15. Gloria, de Freddy Palomec. Unipersonal sobre la amistad infantil; aunque explícito y lineal en su propósito, me sorprendió verlo después y comprobar cómo algunos textos bien almidonados “esponjan” en su contacto con el público.


16. Escuela de Escándalos, de Richard B. Sheridan (traducción de Otto Minera). Comedia dieciochesca sobre la hipocresía y las maledicencias. Entiendo que sigue vigente en el repertorio inglés, pero no puedo con esa retórica.


17. Tebas Land, de Sergio Blanco. Uno de los textos más reconocidos del teatro actual, monta y desmonta el tema del parricidio y el miedo social a ese acto. Tengo la impresión de que, dado el binomio actor-personaje, el impacto debe ser mayor en escena que en lectura.


18. El Cíclope, de Eurípides. Drama satírico, tragicomedia acaso, que representa el encuentro de Odiseo con Polifemo. Ágil y ameno, destaca la cómica ambigüedad de los sátiros, así como la habilidad para estructurar la acción escénica y extraescénica.


19. El consentidor y el disentidor (o el que dice sí y el que dice no) de Bertolt Brecht. Pieza didáctica por excelencia, no enseña las respuestas, sino a formular la pregunta, que siempre puede tener más de una respuesta.


20. El presidente y el ideal, de Rodolfo Usigli. Olvidada y monumental comedia impolítica que aborda el inicio del régimen cardenista. Sus 16 cuadros y centenar de personajes de todos los sectores y clases sociales constituyen el mayor fresco revolucionario. Es sorprendente la actualidad que adquiere a la luz de la 4T pues constituye un tumulto de voces discutiendo la llegada de un nuevo gobernante dispuesto a cambiarlo todo. Lo cierto es que en su estructura actual resulta imposible de llevar a escena por duración y falta de progresión deamática..., pero creo que he encontrado la manera de solucionarlo. (Pronto tendrán noticias, jojojo)


21. Alcestis, de Eurípides. De las tragedias menos representadas y comentadas, aporta algunas innovaciones a la estructura clásica. La escena de la muerte voluntaria de Alcestis es sumamente teatral.

22. Hasta luego, señor Freud, de Arturo Sandoval. Antiguos condiscípulos se reencuentran años después y luego de compartirse sus cuitas amorosas, descubren la empatía qué hay entre ambos. Un Woody Allen xalapeño, jocoso y algo más.

23. A. Anaerobia, de Berta Soni, ganadora del Premio Carballido 2019. A manera de glosario vemos la pérdida de sentido en la vida de un hombre que, a fuerza de concentrarse en su trabajo de definir las cosas, se ha quedado sin definición de sí mismo.

24. Donde se descomponen las colas de los burros, de Carolina Vivas. El vía crucis que es buscar los cuerpos de un familiar desaparecido y con toda probabilidad, asesinado. Discreta como bola de nieve que crece hasta ser avalancha.


25. The Mexico Swingers, de José Miguel Hidalgo. Un thriller que no es. A través de hábiles manejos del tiempo pretendemos dar respuesta al hallazgo de un cadáver. Hábil y graciosa en su desarrollo, pierde ante el derroche de sus propias virtudes.


26. Carruaje de viejos con látigo verde, de Henry Díaz Vargas. Un viaje hacia la muerte, sin acción; el juego es retórico. El deseo por tener una última erección sería más interesante.


27. Los motivos del lobo, de Sergio Magaña. El emblemático caso del fanático que mantuvo recluida a su familia por 18 años (también abordado por Ripstein en cine y por Spota en novela). Más allá de la nota roja, hay hondura en los caracteres y en el tratamiento.


28. Revolución III o La última afrenta, de Luis Ayhllón. Dos hombres en 1915 quieren treparse al tren de la historia e inventan historias de su heroísmo al lado de Pancho Villa.Diálogo y elipsis intercalados para representar un frente de batalla.Simple e inquietante


29. El fin, de Giuliana Kiersz. Fácil decir que se trata de un relato apocalíptico despojado de estridencia; pero es más bien la recreación de la atmósfera que precede al fin. Todo acaba, el mundo tiene su última orilla en el mar y todos vamos allí con resignación.


30. Babilonia, de Armando Discépolo. Pieza coral de absoluta anticipación a su época (fue escrita en 1925). En la línea que después cristalizará La cocina de Wesker, personajes entran y salen manteniendo un pulso vertiginoso de múltiples aunque efímeras tramas. Destaca el despliegue babélico de modismos y lenguas muy a tono con el grotesco criollo, estilo tan argentino como el tango que el propio Discépolo contribuyó a desarrollar.

31. La intrusa, de Maeterlinck. De sus llamadas piezas estáticas, más que un desarrollo dramático asistimos a la generación de tensiones atmosféricas que afectan a los personajes y anticipan sensorialmente la noticia que esperan con zozobra.


32. Prefiero que me coman los perros, de Carla Zúñiga. La locura, la soledad y el absurdo de una sociedad infeliz, sintetizado todo en una anécdota sencilla que se desdobla hasta el delirio.


33. Las filtraciones, de Verónica Bujeiro. O de la imposibilidad de los cuentos de hadas en multifamiliares de interés social. Entre paredes delgadas que filtran las voces y contaminan cualquier sueño se teje una conferencia sobre el lenguaje y su absoluta impureza.


34. La trágica agonía de un pájaro azul, de Carla Zúñiga. Una joven decidida a suicidarse pide la complicidad del ser más querido. Parece comedia, pero los diálogos breves y punzantes funden hondura y ligereza hasta desarmar nuestras defensas. Una joya. ¡Viva Chile!


35. Cherán o La democracia según cinco indias rijosas, de Luis Enrique Gutiérrez O.M. El día que los talamontes cometieron el error de meterse con el árbol de Edelmira comenzó una gesta que también tiene sus lados oscuros. El estilo Legom es capaz de conmover.


36. Medea, de Eurípides. Cumbre del horror y la desolación, la tragedia se anticipa a cada instante y, no obstante, deja sin aliento. La escena en que Jasón abraza a los hijos, ignorante de la tragedia que se aproxima, es sutil y aterradora.

37. Medea, de Jean Anouilh. Fiel a la versión de Eurípides, acentúa el acorralamiento hacia Medea, exiliada por ser contraria a los aliados de Corinto y sin poder regresar a su tierra, de la que huyó. Rotos todos sus vínculos, ¿el crimen se juzga menos irracional?

38. Medea material, de Heiner Müller. Reduccionismo textual que quintaesencia la bilis negra que conduce al crimen. Paralelamente, en una sola acotación potencia el discurso escénico con juegos de simultaneidad y comentarios a la acción misma. Posdrama en estado puro.


39. Medea, de Antonio Zúñiga. Vacila entre el dictado clásico y la deriva actual. Medea ayuda al padrote Jasón en el negocio del lenocinio (el coro, por supuesto, es de prostitutas), pero esta circunstancia no incide en la pasión trágica, sólo la reviste de palabras.

40. Hija boba, de Maruja Bustamante. De esas piezas construidas en los intersticios del “no pasa nada” o pasa sin que pase, de pronto asoma un espacio brutal para la escena.

41. Heráclidas, de Eurípides. Sobre el asedio que sufren los descendientes de Heracles en su refugio ateniense. El momento culminante lo interpreta Macaria, la doncella que acepta entregar su vida, como lo condiciona el oráculo, para que sus huestes salgan airosas.

42. Paraná Porá, de Maruja Bustamante. En sentido inverso al “Orinoco” de Carballido, dos mujeres que compartieron al mismo hombre navegan el extenso río buscando una salvación. Rica en lenguaje y en imaginario, se extrañan progresión y clímax (como Orinoco).

43. Luneta, de Lucila Castillo. Luneta tiene un nombre tan raro que decide viajar a la Luna para corroborar sus sospechas de que es una niña adoptada. Notable habilidad de la autora para meterte en una historia dirigida al público infantil.

44.  Las aves, de Aristófanes. Aunque hay diversas interpretaciones sobre su origen, me interesa aquella que refiere una crítica feroz a La República de Platón. Un grupo de atenienses hartos de la vida en la gran urbe deciden fundar una nueva ciudad y para ello acuerdan convertirse en pájaros y fundar su comunidad en las alturas. Sin embargo les resulta imposible desprenderse de los vicios y viciosos que intentan sacar raja de la nueva situación. Sátira anti utópica, tiene momentos de buena hilaridad.

45. Los persas, de Esquilo. La pieza teatral más antigua que se conserva es la única de las tragedias existentes basada en hechos históricos, tan recientes al momento de su realización que hay quien la considera la primera pieza de teatro documental. Representa el retorno de los soldados persas derrotados en la batalla de Salamina, en la que el propio Esquilo participó. Más un recuento de penas que un activo mecanismo dramático la pieza demuestra que el “pos” drama era en realidad “pre”. En este caso el efecto catártico debió estar más relacionado con la experiencia tan cercana de los espectadores que con la presencia o ausencia de peripecias. Con esta obra debería empezar todo acercamiento al teatro de lo real.

46. El robo del cochino, de Abelardo Estorino. Escrita y ubicada en los momentos cruciales de la revolución cubana, el supuesto robo de un cochino en una aldea cercana a Matanzas sirve de pretexto para desatar la búsqueda de posibles guerrilleros. El acento dramático está puesto en las reacciones al interior de la finca cuando comienza a sentirse el fragor del cambio. Buen retrato de personajes y de situación, sin maniqueísmos y con atractivo manejo del diálogo.

47. Sandino debe nacer, de Manuel José Arce. Pieza didáctica documental de los 70, narra la historia de Centroamérica desde la Conquista hasta la construcción del Canal de Panamá. Sus recursos escénicos, de renovada vigencia, deberían ser revisados por muchos de los que hacen teatro documental hoy en día.

48. Guadalupe años sin cuenta, creación colectiva de La Candelaria. Releída esta obra que vi a principio de los 80, no ha perdido nada de su fuerza y teatralidad. Un buen ejemplo del teatro político de esa época. Plagado de canciones y decenas de personajes que articulan con gran didactismo el complejo entramado social que dio pie a una de las guerras civiles más añejas e incomprensibles. A esta obra debe La Candelaria buena parte de su prestigio como forjador del teatro colombiano de creación colectiva.

49. El rumor del incendio, de Gabino Rodríguez, Francisco Barreiro y Luisa Pardo. Después de verla hace una década, da gusto leerla y comprobar que muchas de sus imágenes se conservan en la cabeza. A lo largo de 52 pequeños capítulos se desgrana una historia personal y otra documental. Con esta obra terminó, creo yo, de enfilarse el discurso estético-político de las Lagartijas.

50. La indagación, de Peter Weiss. Profusa y abismal, pieza fundante de un teatro que difumina los límites de la ficción. Los procesos de Auschwitz son recreados sin alterar su veracidad documental, pero editados de forma que “cobren fuerza dramática”. Un documento y una experiencia que en escena puede resultar insoportable pese a su aséptica presentación, se trata de un canto al horror y la brutalidad del hombre. Piedra de toque del teatro contemporáneo, La indagación merece muchas lecturas para entender los mecanismos teatrales que operan más allá de sus palabras. Como dato adicional, en 1966 La indagación se estrenó simultáneamente en 20 teatros de las dos Alemanias. Apenas un año después de concluido el proceso judicial. La experiencia debe haber sido catártica.

51. La casa limpia, de Sara Ruhl. La acotación inicial tiene la clave: “todos los actores de esta obra deben ser capaces de contar un chiste realmente bueno”. Comedia de sublimación en la que todos aceptan sus males por medio del humor y la compasión. Construcción quirúrgica, objetivos claros, pero no obvios, Ruhl es una dramaturga de premio, un poco maniquea, pero notable.

52. El mar en la cuenca de las manos, de Ingrid Bravo. Dos prostitutas en su eterna esquina juegan a que van al mar. Ilusión y realidad; el anhelo imposible que sólo la huida vuelve factible. Buena mano para el diálogo y una tersa construcción de personajes.

53. Bonita, de Amaranta Osorio. Más que una obra es una conferencia escénica que enumera los problemas y prejuicios de ser mujer.

54. Hécuba, de Eurípides. La derrotada reina troyana recibe dos nuevos dardos con las muertes de sus hijos Polixena y Polidoro, arrebatada la primera como tributo y el segundo, asesinado por un supuesto aliado. La venganza será su último y pálido consuelo.

55. Los tejedores, de Gerhart Hauptmann. Escrita en 1892, es un drama naturalista de gran formato que relata la rebelión de los tejedores alemanes ante la miseria en que los ha colocado la revolución industrial. Estructura coral, decenas de personajes desfilan para crear una bola de nieve que comienza con una inocente canción de protesta y termina arrasando un pueblo. Difícil de sostener sin gran inversión, imagino lo que fue la escenificación naturalista en todo su esplendor .

56. La secreta obscenidad de cada día, de Marco A de la Parra. Me es imposible disociar la lectura del montaje que hace 27años le vi a Carlos Cobos y Arturo Reyes, dirigidos por Martín Acosta, pero releerla me hace descubrir algunos cortes de aquella versión inolvidable. Para quien no la conozca, dos exhibicionistas que se disputan un lugar estratégico a la salida de una escuela de niñas se presentan como Karl y Sigmund, las máximos inspiradores del pensamiento contemporáneo. Un clásico.

57. Buenos días, señor presidente, de Rodolfo Usigli. Autor clasicista a final de cuentas, Usigli es defensor del orden y de la institución; es la única explicación plausible para escribir este delirio inverosímil en el contexto post 68. Valiéndose del recurso del sueño calderoniano, el autor propone una fábula inversa en la que los jóvenes sobrevivientes a la masacre gubernamental asumen el poder y cometen las mismas atrocidades que condenaban. Por si fuera poco, los mismos jóvenes terminarán reconociendo (ya en el quinto sueño) que los militares actuaron con heroísmo. Con esta obra concluye tristemente una brillante carrera teatral dedicando, para rematar, su obra al presidente Echeverría.

58. Underdogs. Los débiles, de Giuliana Kiersz. La historia circular de la lucha social y de sus liderazgos. Rumores enardecidos, búsqueda de conducción, arengas, sueños, y al final, los débiles siempre están en el mismo bando.

59. La máquina de sumar, de Elmer Rice. Farsa expresionista de 1923, tanto en forma como en fondo constituye un engranaje automatizado y sin escapatoria que revela en el hombre moderno la “marca del esclavo”. Anticipa a Metrópolis, Tiempos modernos o Viva la libertad.

60. La hermosa gente, de William Saroyan. Interrelaciones sin drama que “transforman lo cotidiano en maravilloso”. Un teatro a contracorriente del canon norteamericano, extrae lo positivo de los personajes y rezuma optimismo. Todo lo que sucede está bien, el padre es permisivo con los hijos, estos se dejan llevar por sus obsesiones; incluso el empresario que por equivocación ha estado enviando un cheque mensual a la persona equivocada, decide mantenerlo y aumentar la pensión. Afirmaba el propio Saroyan que el escritor es un “anarquista espiritual”. Leo la crítica de Solana al montaje de Gurrola, hace 60 años, y me intriga lo que el director debe haber hecho para hacerle exclamar que era una obra “rosa rosa”. En ese montaje debutaron Mauricio Herrera y Héctor Ortega, entonces estudiantes de Arquitectura.

61. Sopa de pollo con cebada, de Arnold Wesker. 20 años en la vida de una familia comunista. Maestría en la creación realista y la dialogación, los puntos de tensión abarcan la congruencia ideológica, la pequeñez del carácter y la caída de la utopía socialista.

62. Raíces, de Arnold Wesker. Retrato rural que contrasta con el del cosmopolitismo británico del medio siglo. Una hija vuelve para anunciar la visita de quien posiblemente sea su próximo marido y educador, pero la expectativa sufre un vuelco inesperado. Imposible no relacionar la llamada Trilogía Wesker con el primer Carballido, contemporáneo suyo, con distinto humor, pero una mirada igual de aguda y compasiva.

63. Dominio público, de Roger Bernat. Un guión de preguntas e instrucciones destinadas a activar al público y hacerlo jugar. Aquí se dinamita el axioma de Brook y el actor hace mutis para permitir la relación directa del creador con el público que concreta su puesta. La estructura, de una sencillez prodigiosa, logra movilizar a 60 espectadores que se convertirán en intérpretes para otros transeúntes que inopinadamente se vuelven público. Giro de 360º a la teatralidad que encuentra nuevos motivos y relaciones. Una pasada en 3 actos.

64. Matsukaze, de Kiyotsugu Kan’ami, pieza emblemática del teatro Nō. Los espíritus de dos jóvenes pescadoras se aparecen en el sueño de un viajante y reviven para él su triste lamento por la muerte del ser amado.
Hermoso poema plagado en la lectura de códigos escénicos poco comprensibles para el espectador profano. El del teatro Nō es un buen ejemplo para afirmar que el texto es apenas una guía para desentrañar el tiempo/espacio del drama.

65. Meciendo héroes, de Tania Castillo. La noche y el insomnio son el escenario en que el niño descubre el origen de su nombre: Quetzalcóatl. Detrás, la explicación del miedo y el reconocimiento de los héroes propios dormidos en el inconsciente histórico.

66. Juego de paraísos III, de Thomas Köck. Cierra la trilogía con otra postal apocalíptica que tiene al ferrocarril como espacio y metáfora. Mezcla de técnicas narrativas, líricas y dramáticas ofrecen un canto abigarrado y pleno de estímulos que desbordan la lectura.

67. Doña Rosita la soltera, de Federico García Lorca. Qué añejo se pinta el teatro de Lorca y no obstante sigue vibrando. La forma pasa a segundo plano cuando irrumpen estos caracteres desolados y nos muestran el proceso de marchitar una rosa. El efecto es dramático y poético.

68. Antígona furiosa, de Griselda Gambaro. Con los ecos de la dictadura argentina atrás el personaje se vuelve indiscutible. Para bien y para mal.

69. Hechos consumados, de Juan Radrigán. En escena un lenguaje y una forma de pensar en lo más profundo de la pobreza andina. Una suicida, un hombre cansado y un portero de hacienda debaten su sobrevivencia como fuera del tiempo. Esa es la atmósfera Radrigán. Cercana a la Sabaiba de Liera, construida con el eco de la voz y el peso de los cuerpos que se mueven como estatuas. Habría que conocer más a Radrigán. Creo que en México no se ha montado. Recuerdo Las brutas que sólo pude ver en video y de la qué hay una película.

70. El mar, de veras, de Martha Rodríguez Mega. Un reto para el teatro leído: estructura abierta con al menos 2 órdenes posibles de lectura, códigos no explícitos para que el lector descubra y elija, una obra dentro de la obra (soberbia Los zapatos de Alfonsina) y en resumen un desparpajo delicioso que cuenta las disyuntivas amorosas y creativas de una morra que se come al mundo antes que viceversa entre a escena. A esto apela la lectura; desde la escena es posible que las posibilidades disminuyan.

71. Velorio de Silvia Pelález. Un dictador que es, como el de Valle-Inclán, mezcla de otros tantos latinoamericanos, intenta perpetuar su mandato envenenando a su pueblo con gases de amor. Un militar que quiere ser amado es siempre un buen gancho para la tragicomedia.

72. R.U.R. de Karel Capek. En 2020 se cumple un siglo de la aparición de esta obra distópica que además de acuñar el término “robot” muestra una delirante rebelión de autómatas cuya intención es exterminar a los humanos. Reveladora de las preocupaciones que la tecnología detonaba en los albores del siglo XX, su género es la tragicomedia.

73. Spam, ópera hablada de Rafael Spregelburd. Construcción aleatoria de la historia donde el accidente es norma, hay otra realidad del tamaño de un iceberg en los correos basura y en los estímulos que caen al inconsciente y ya no recordamos si eran importantes. Personaje que no existe, biografía de un no nato que pudo ser un héroe, Spam es ese tipo de obra que uno no quisiera leer, sino vivir.

74. El mamarracho, de Muhammad Al-Magut. Comedia muy popular de uno de los mayores poetas sirios, en ella el mítico Abderramán I vuelve mil años después para recuperar Al-Andalús y Palestina, pero la justicia lo toma por loco agitador y lo encarcela. La metáfora no necesita explicación y nos hace suponer el enaltecido espíritu del público árabe al verla.

75. Labio de liebre, de Fabio Rubiano. Parteaguas del teatro colombiano con sus códigos grotescos, como sólo puede verse aquella realidad en guerra permanente, hay ecos pirandelianos q llevan a reconstruir la identidad y la culpa a través de la propia representación.

76. Todo está bien, de Alejandra Reyes. Farsa sobre el absurdo de la vida y el suicidio, se plantea poner en acción dramática algunos postulados de Camus en El mito de Sísifo. Insólito el tono elegido, con momentos muy logrados y un trasfondo inquietante.

77. Contigo, pan y cebolla de Manuel Eduardo de Gorostiza. La relectura de todos los años para la clase de actemas y peripecias. Un gracioso clásico decimonónico que hoy resulta polémico por su idea de la mujer burguesa.

78. Máster de Rubén Ramos Nogueira. Estructurada como un blog, desgrana las impresiones de un grupo que reconstruye el perfil de su amigo Máster, músico negro que ha desaparecido. Se trata de un proyecto inacabado desde su propia concepción, vaya, ni siquiera es teatro (aunque la singular edición lleve el nombre de TeatroTinta#1, es la construcción de un carácter que puede tener tantas aristas como relatos se acumulan. En el blog van cuatro temporadas y Máster sigue sin aparecer.

79. Columna de fuego de Ray Bradbury. Ejercicio que, como él apunta, contiene las trazas de lo que sería Fahrenheit 451: un “muerto viviente” resucita en un futuro en el que ya no existen la muerte ni los libros, y su rebelión efímera lo conducirá a la hoguera. Fábula extraña, desconozco la fortuna que habrá tenido en escena. Para mí se queda en ejercicio que ayudó a pulir una gran novela.

80. Masas, reportaje dramático de Juan Bustillos Oro. El mejor ejemplo de la influencia de Piscator con el uso de altoparlantes y proyección cinematográfica, así como una gran cantidad de actores y la incorporación del público como parte de la masa manifestante. Escrita para estrenarse en el programa del Teatro de Ahora en 1932 (aunque finalmente permaneció inédita), Masas aborda la traición ideológica y espectaculariza la represión.

81. Mi hijo el mexicano, de Juan Bustillo Oro. Estructura errática y confuso propósito,por algo sigue Inédita para la escena. Lejos quedan los hallazgo para el Teatro de Ahora, en los 30, y más lejos aún los ecos de su Ahí está el detalle, donde consagró a Cantinflas.

82. La velocidad del zoom del horizonte, de David Gaitán. Punto de inflexión en su dramaturgia, el futuro es el mejor escenario para jugar con espesores de signos donde al final prevalece la incertidumbre. Tiempo, vida, conocimiento, Dios, todo es relativo en la experiencia de sus disidentes neuronales. Con esta obra Gaitán abre nuevas rutas para la exploración de las teatralidades mínimas.

83. MW La vaca que baila tap, de Jimena Eme Uve. Hay cosas extrañas en el mundo y luego está Bonita, la vaca de seis patas. Pero ella no es la única extraordinaria, con un poco de suerte pueden conocer a Amanda Coco. 
Esta es una obra para estos tiempos raros que procrean seres especiales, y tampoco es que sean tan raros, tampoco es que se necesite un circo de animales, es simplemente que cuando la monten nos van a dar muchas ganas de bailar. MUUUchas.

84. El chillido de los cerdos, de Alejandro Saldaña. En una clínica estatal que desarrolla una campaña en pro de la vasectomía tiene lugar esta comedia de situaciones que pone en predicamento el concepto de hombría y otras conductas culturales.

85. Andrómaca, de Eurípides. Los sufrimientos no acaban para los derrotados. Ahora es Andrómaca, viuda de Héctor, quien esclavizada y hecha concubina, es atacada por la esposa estéril de Neoptólemo. Melodrama que muestra el descarado avasallamiento de los vencedores.

86. Historias de familia, de Biljana Srbljanovic. En once cuadros que forman un bucle, cuatro familiares representan el conflicto que dinamitó por dentro a los Balcanes. Hay claves históricas y culturales indescifrables, pero detrás una verdad cruda y autodestructiva.

87. Kassandra, de Sergio Blanco. ¿Quién es Kassandra? ¿La hija loca y vidente de un rey asesinado? ¿el personaje incidental de una tragedia? ¿Un migrante trans que quiere corregir el pasado? El prodigio aquí está en lo que se puede hacer con un lenguaje deliberadamente limitado.

88. La chinche, de Maiakovsky. Sátira cuya premisa argumental aprovecharán más tarde El bulto o Adiós a Lenin. Un obrero del partido que pretende ascender socialmente queda congelado durante un siniestro y 50 años después es reanimado por arte de la ciencia soviética. Con el obrero sobrevive una chinche aferrada a su cuello. La reacción ante los cambios en el tiempo nos muestran que la mezquindad humana no cambia. Esta obra fue puesta en su tiempo por Meyerhold.

89. Los años de prueba, de María Luisa Algarra. Estrenada en 1954, es una de las primeras obras mexicanas que responde al género de la pieza, desarrolla sin estridencia conflictos propios de la clase media urbana e introduce temas como el aborto.

90. El departamento de Zoia, de Mijail Bulgakov. En plena consolidación del régimen soviético se estrena esta comedia en donde la protagonista burla el reordenamiento habitacional e instala en su departamento un burdel clandestino. De un humor insospechado, la obra fue prohibida y “corregida” en 1935 por lo que no podemos conocer la profundidad de su crítica original, que no obstante se adivina.

91. Lectura especial: El trato, de Juan Tovar y Joe Martín. Apenas aprobado el TLC, Tovar decidió desempolvar teatralmente el que pudo ser el primer acuerdo de libre comercio, el tratado Lerdo-Forsyth. Nos remontamos al agitado año de 1858, a punto de guerra civil, donde nadie escuchó a los negociadores, llamados a ser líderes de la vida pública de ambos países y que terminarían en el olvido. Tovar sigue la línea estilística de Manga de Clavo, personajes fantasmales, rompimientos al presente y canciones para aligerar. Descanse en paz.

92. La mandrágora, de Maquiavelo. Comedia satírica sobre las estrategias para bajarle la mujer a un marido crédulo. Destaca el humor desenfadado y que no intente una restauración moral, sobre todo lo último.

93. The Children’s hour, de Lillian Hellman. En algunas traducciones para la escena es La calumnia, en otras, Las inocentes, pero no encuentro ficha de edición en español, lo que no sería extraño para una obra de 1934 cuyo plot es una acusación de lesbianismo. Tuve que rebuscar mucho para encontrar su ficha de estreno en México, bajo el título de Infamia: marzo de 1954. Dirigida entonces por Virgilio Mariel, el crítico de Maria y Campos escribió que el tema giraba en torno a un supuesto "pecado contra natura entre dos profesoras", por eso se le "aumentó una escena que desvirtúa la profunda e inquietante dramaticidad de esta pieza agresiva al teatro burgués y al buen gusto del público medio, que tiene ojos y no quiere ver, oídos y se empeña en no escuchar la voz misteriosa de pasiones incontrolables".
  Alguna relación debe tener con el caso de Pas de quatre o Mujeres calumniadas, de Carmen Montejo, a la que para estrenar en 1955 se le obligó a modificar título y escenas. La obra de Montejo quedó tan desfigurada por la censura que, según el mismo de Maria y Campos "ya la pueden ver las niñas bien". Volviendo a Hellman, es increíble que la dramaturga norteamericana más importante del siglo XX tenga tan poco presencia en los escenarios.
94. Pequeños zorros, de Lillian Hellman. De entre los sólidos caracteres que muestran su codicia y ambición en esta obra sobresale Regina Giddens, personaje interpretado en distintas épocas por Tallulah Bankhead, Simone Signoret, Anne Bancroft y Elizabeth Taylor. También la hicieron Nuria Espert y Bette Davis (en cine), y en México, Carmen Montejo, Pilar Pellicer y Stephanie Weiss. Gran intriga aderezada con las costumbres y el caló de la Luisiana de principios del siglo XX.

95. Pollito de Talía Yael. Desconcierto inicial: ¿estoy leyendo una obra para niños? No. Hay que levantar la piel de esta carne tierna para descubrir, en 9 escenas y una necropsia, la forma en que la industria del crimen prepara el cuerpo femenino para ser deglutido.

96. Peek Chuun, de Diego Álvarez Robledo. Versión libre del Peer Gynt que equipará la mitología nórdica con la del Mayab, sólo como palanca para seguir sus propias estrategias escénicas y temáticas. Sugerentes el manejo de tiempos y la galería de personajes.

97. Marta la piadosa de Tirso de Molina. Comedia rocambolesca en la que dos hermanas aún en duelo se disputan el amor del asesino de su hermano. Es verdad que Marta es un emblema de librepensamiento desatada a su época, pero no deja de ser curiosa su estrategia.

98. La guerra de las gordas de Salvador Novo. El conflicto que enfrentó a México Tenichtitlan y Tlatelolco en el s.XV abordado desde la comedia aporta frescura a la historia antigua, aunque temo que para escenificarla le haría falta una desempolvada.

99. Los paraísos verdaderos de Juan Carlos Franco. Enlaza tres historias de amor lésbico a lo largo del siglo XX; dentro de ellas, el descubrimiento, la negación, el diagnóstico errado, la rebeldía, la lucha y la libertad del deseo.

100. El arte de la comedia, de Eduardo de Filippo. El gobernador recibe en audiencia a un director teatral y acto seguido en su oficina ocurre un hecho trágico. Imposible dilucidar si fue verdad o sólo un montaje. Así el precario equilibrio de la pieza y la realidad.

Y con esto concluimos el reto de #LeerTeatro, justo el último día del 2019.

No hay comentarios.: