6/4/23

Homo políticus v. México DF 2005

“No vamos a hablar de Cortés ni de la Malinche”, dice en una de sus partes la versión mexicana de Homo políticus, y la negación explícita de un tema que parecería obvio al abordar un proyecto binacional de clara connotación política propició el primer posicionamiento de esta obra que logró despertar emociones y discusiones entre el público que abarrotó la sala durante su temporada en el foro La Gruta de la Ciudad de México, a mediados del 2005. 

       Para quienes conozcan la experiencia previa de Homo políticus, realizada por Fernando Renjifo y la compañía La República en Madrid 2003, no resultará difícil imaginar el carácter de las acciones propuestas en este evento; no obstante, y dado que proceso de creación y representación constituyen en este caso un todo indisoluble, vale la pena recapitular algunos de los pasos que le dieron forma, comenzando, desde luego, por el propio montaje madrileño del que se desprendió una propuesta con características tales que ameritaba ser trasladada a otros lugares y ser realizada con otros equipos de trabajo. Así fue como surgió la idea del intercambio, materializado finalmente por la compañía La República y el Centro Cultural Helénico, con el apoyo de otras instituciones de ambos países  (alguien tendría que hablar también del incumplimiento de otros que no saben honrar su palabra). El proyecto consistía en una residencia, que se prolongó por más de seis meses, en la que Renjifo desarrolló y presentó la creación escénica titulada Homo políticus v. México DF 2005

     De la conformación del equipo de creación habrá que decir que, después de sostener decenas de entrevistas, se integró con artistas de escasa experiencia teatral, pero con indudable capacidad en otras áreas del arte y el conocimiento, hecho que también constituyó una postura frente a un stablishment teatral que olímpicamente ignoró la experiencia, aunque esto lejos de limitar al proyecto ayudó a proyectar en otras direcciones su interlocución con el público. También vale la pena destacar –así sea un hecho casual- la ascendencia de los seis intérpretes que en suma acumulan siete nacionalidades y dos raíces indígenas: situación que se hizo evidente en la escena donde cada uno cuenta la historia de sus abuelos; al enumerar su genealogía se apreció como toda una revelación el hecho de que nuestra población es menos homogénea de lo que los propios mexicanos suponemos. 

     A pesar de conjuntar en tiempo muy escaso experiencias y pensamientos heterogéneos, el proceso de creación acumuló decenas de acciones en torno al tema, de las que finalmente se seleccionaron 39 para armar la estructura representacional. Y aquí es donde vale la pena detenerse, pues si bien es cierto que algunas de estas acciones guardan estrecha relación con aquellas realizadas en la primera tentativa; la lucha cuerpo a cuerpo, el fenómeno de la evolución del hombre, la delimitación de fronteras, incluso la referencia biográfica de los abuelos, también se hicieron evidentes las diferencias en algo que podríamos llamar el temperamento de la obra; así, mientras en el primer caso se apreciaba un espíritu más franco, directo y abiertamente político en cuanto a la toma de posición frente a los hechos del mundo; la versión mexicana juega a darle la vuelta a lo evidente y se detiene más bien en la engañosa suavidad de las formas, en esa sinuosa cortesía que el grupo denomina “servilismo”, pero que al mismo tiempo denota  la desconfianza y el ocultamiento como rasgos de carácter: la escena que sintetiza esta postura queda encerrada en unas cuantas frases: “Rodrigo Martínez, a sus órdenes / Paola Picazo para servir a usted y a dios / Tanto gusto / Desde luego que sí / Disculpe usted / Claro que sí / Si es usted tan amable / Cómo no / Su humilde servidor / Si no es mucha molestia / Mi casa es su casa / Con permiso / Pase usted / Lo que usted diga / Lo que usted mande / ¿Mande? / Ahorita mismo / Siempre sí / Muchas gracias / Al contrario...”  A cada frase de “cortesía” se contraponen, desde luego, gestos de burla y repulsión que desenmascaran los falsos modales en los que se fundamenta buena parte de nuestro comportamiento. 

     Como ésta, hay al menos otro puñado de acciones que hablan de la identidad mexicana, de los símbolos patrios, la familia, la raza, la historia y el carácter. También se traducen en escena algunas de las contradicciones más evidentes de la metrópoli, donde conviven descaradamente la opulencia y la miseria. Sin embargo, el montaje se ha cuidado de ser políticamente correcto y, antes bien, ha dejado un amplio margen a la interpretación del público. Dicho de otra manera, podríamos decir que la puesta en escena se ha dejado atrapar por la sensualidad del entorno y, pretendiendo articular un discurso eminentemente racional no ha podido sustraerse de la expresión emotiva, lo que ha redundado, en suma, en la constitución de un corpus ambiguo que apenas formular el tema lo disuelve para proponer una nueva imagen. Éste es, tal vez, el punto más discutible de una propuesta rica, confrontadora y hasta seductora que, no obstante, opta por la acumulación de planteamientos y a veces coarta el desarrollo de acciones que podrían, en su evolución escénica, constituir un discurso mucho más sorprendente incluso para los propios creadores.

     En definitiva, la experiencia mexicana del Homo políticus ha propiciado arranques de admiración, irritación, perplejidad y emoción, pero, sobre todo, nos ha descubierto a un público que, alejado de las convenciones teatrales preponderantes en nuestro país, ha mostrado su interés por participar de experiencias escénicas donde él mismo sea problematizado. 

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Artículo publicado en Primer Acto, No. 310, Madrid, IV 2005, pp. 183-85



Texto del programa de mano

 

Homo políticus v. México DF 2005 es resultado de un laboratorio de creación escénica que buscando despojar al ser político del ruido coyuntural que lo rodea, y sin embargo apegado a él, reflexiona en torno a los eternos dilemas de la convivencia social. En su realización se han involucrado profesionales del teatro, la danza, las artes visuales y la filosofía, dando lugar a un ejercicio multidisciplinario que, curiosamente, emplea recursos expresivos para articular un discurso racional. 

       Hablar de la postura o el “posicionamiento” de la obra frente al tema implica necesariamente referirse a la génesis del proyecto, surgido en Madrid hace dos años con un primer laboratorio de creación que dio lugar a Homo políticus (digamos la versión madrileña 2003), por la compañía La República. La experiencia de tan específica creación, así como el intercambio con el público a lo largo de sus funciones llevaron a Fernando Renjifo, director de la compañía, a plantear la posibilidad de “trasladar el mismo proceso de creación a otro contexto y equipo de trabajo”, lo que daría pie a una obra nueva, aunque relacionada íntimamente con la tentativa original. 

        A partir de negociaciones, convenios verbales, desacuerdos escritos, convocatorias y prolongadas entrevistas Homo políticos v. México DF 2005 conformó un equipo de trabajo que ha pergeñado aquello que José Sánchez llama una dramaturgia compleja; es decir, una obra que surge de la problematización de un tema para crear una red textual “compuesta de signos no necesariamente verbales, en donde ningún elemento de los que intervienen en el collage actúa como centro de articulación, sino que la composición se sostiene por la tensión constante entre los elementos”. Con esta estructura se pretende eludir cualquier artilugio emocional y, más bien, confrontar de manera objetiva algunas de las relaciones que mantenemos con el entorno.

       Desde nuestra perspectiva, Homo políticus v. México DF 2005 es algo más que una obra y un modelo de trabajo artístico, es sobre todo una conceptualización del mundo a partir de lo más básico de la praxis escénica. 

Luis Mario Moncada


 

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