Heiner Goebbelse (Alemania, 1952) obtuvo el
año pasado el Premio Internacional Ibsen, un reconocimiento que en el pasado
sólo han merecido Peter Brook, Arianne Mnouchkine y el dramaturgo noruego Jon
Fosse. A pesar de eso, y de haber presentado en el Festival de México de 2011
su impronunciable Eraritjaritjaka (Museo de las frases), prácticamente
desconocemos su amplia producción de más de 20 años, que incluye composiciones
orquestales, discos de jazz, instalaciones sonoras y piezas escénicas que él
suele bautizar como teatro musical.
Goebbels parece ser ante todo un explorador de
las posibilidades del sonido en el espacio y, a últimas fechas, un consumado
pintor de la escena. A decir de las críticas que nos hemos encontrado en
Internet, se trata de uno de los artistas que están definiendo los rumbos de la
escena contemporánea; rumbos que se alejan cada vez más de la historia, o por decirlo de otra
manera, de la causalidad de la historia.
La obra es “una reacción en cadena de pensamientos,
palabras, acciones, imágenes, olores y sonidos", acaba de formular en una
entrevista para El País, a propósito del reestreno de Max Black (1998), obra que junto con Eraritjaritjaka
(2004) y Ou bien le
débarquement désastreux (1993) conforma la trilogía realizada en
colaboración directa con el actor belga Andre Wilms.
“Mis obras tienen todos los elementos del
teatro: texto, fuego, iluminación y música. La clave está en lograr que ninguno
destaque por encima de otro y que todos formen parte del mismo engranaje”.
Congruente con los postulados del teatro
postdramático frente al discurso dominante del cine y de los medios de
comunicación, Goebbels afirma que “cada vez es más crucial defender el teatro
como un lugar para la libertad y para la imaginación. Por esta misma razón el teatro tiene que cambiar y renunciar a ofrecer
mensajes e historias. Ya hay demasiadas de las dos. Hay que buscar un
teatro que huela, que vaya más allá del texto. No podemos cambiar el mundo pero
sí podemos abrir los ojos para que nuestra relación con este mundo sea más
crítica”.
Incluso refiere que la palabra importa en
escena más por su textura sonora que por su significado. No es a través de la guía verbal que se lleva al espectador
de una acción a otra, sino que ésta debe ser entendida sólo como un elemento
más.
En una entrevista para The Telegraph, Ivan Hewett pregunta si la intención de Goebbels va
en el mismo sentido que la de Wagner con sus óperas, hace 150 años, al pretender la combinación de todas las artes, pero Goebbels ataja que de ninguna manera, pues
en Wagner todos los elementos trabajan para el mismo fin, “lo que se ve es lo
mismo que se escucha; en mi trabajo, en cambio, la iluminación, las palabras,
la música, los sonidos, todas son formas en sí mismas, lo que yo busco es una
polifonía en la que todos los elementos mantengan su integridad”.
Para ir dando forma didáctica a
sus búsquedas, Goebbels preside desde 2006 la Academia de Teatro de Hessen, una red de
educación que abarca cuatro universidades y una decena de teatros; como parte
de sus aportaciones, ha creado un máster para coreografía e interpretación, así
como el Frankfurt LAB, proyecto de arte y pedagogía aplicadas a la creación.
Desgraciadamente estamos muy lejos para poder
adentrarnos en sus propuestas y corroborar presencialmente los estímulos que
mueven sus creaciones. Quedémonos, por lo pronto, con el resignado aprecio de
estos fragmentos exquisitos del paraíso al que nos invita.
Más información en: http://www.heinergoebbels.com
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