27/8/12

Programa del Piccolo Teatro (1972)



Por Mario Apollonio, Paolo Grassi, Giorgio Strehler y Virgilio Tosi
(Trad. del francés: Beatriz Luna)

Este teatro, que es el nuestro y que es de ustedes, el primer teatro comunal de Italia que plantea y resuelve al mismo tiempo problemas locales, de fondos, de subvenciones y muchos otros más, surgió de la iniciativa de ciertos hombres de arte y de estudios; ha recibido la aprobación y el sostén de la autoridad competente, responsable de la organización social en la vida de la Ciudad. Exponemos aquí las razones que se plantearon los hombres de teatro que han tomado la iniciativa de este proyecto y convencido a los administradores de la comunidad de su pertinencia, confiados en que parecerá, de igual manera pertinente, a ese círculo más amplio al cual le solicitamos atención: 

A los espectadores del mañana, a aquellos a quienes pedimos abrirse a las imágenes de la vida humana a veces dolorosas, a veces liberadoras, pero siempre íntegras;
a los hombres que, investidos de poder, se sientan responsables de la vida moral de otros hombres, con el fin de que pongan, para provecho de esta institución, su autoridad política o su poder económico;
a todos los ciudadanos de Milán, a la dignidad por la cual queremos responder a través de la belleza y la bondad de nuestro esfuerzo.
Nosotros, los otros, no creemos que el teatro sea una simple sobrevivencia de costumbres mundanas, ni siquiera un homenaje abstracto a la cultura. No buscamos ni ofrecemos un lugar de encuentro para los pasatiempos, ni la ocasión para el ocio, incluso cuando éste sea dignamente realizado, ni el espejo de una sociedad que parezca bella: amamos el descanso, y no el ocio, la fiesta y no el entretenimiento. Y tampoco pensamos en el teatro como una antología de obras pasadas memorables, o de obras presentes notables, ni como instrumento de una información precipitada o curiosa.
No creemos que el teatro esté en declive, siempre bajo el  pretexto de que hoy el cine aísla y muestra mejor el valor del gesto mínimo, de que hoy la radio aísla y muestra mejor el valor de la palabra pronunciada, disociando, por así decir, los elementos donde la fusión crea la unidad del acto escénico.
El teatro responde siempre a las intenciones profundas de sus creadores, a su primera necesidad: el lugar donde la comunidad, poniéndose en común acuerdo para contemplar y reavivarse, se revela a sí misma; el lugar donde esta comunidad se abre a una disponibilidad mayor, a una vocación más profunda: el lugar donde se crea la experiencia de una palabra para aceptarla o rechazarla; de una palabra que, aceptada, se convertirá mañana en un nuevo recinto que sugiera el ritmo y medida para los días venideros.
En el teatro, detrás del juego mágico de la forma, buscamos la ley que anima al hombre;
al poeta, quien no puede ofrecer la imagen necesaria sino después de haberla buscado en las profundidades de su sustancia viva;
al actor que, dando vida a un personaje de fantasía lo enviste de su propia exigencia de criatura humana;
y sobre todo a los espectadores quienes, a veces incluso sin ser conscientes, toman alguna cosa que les ayude en las elecciones de su vida personal y en la responsabilidad de su vida social.

Se deriva el siguiente programa:

1) El parterre, centro del teatro.

En estos tiempos, y bajo otras formas de vida social, el teatro ha buscado sus orígenes y su justificación en el texto literario: su centro era el escritorio de trabajo del autor.
En otros tiempos y sobre otras formas de vida social, ha prevalecido el actor, y su centro era la escena.
Es claro que no queremos, por simple gusto de la paradoja, borrar la imagen que con las palabras y didascalias el poeta sugiere a las realizaciones futuras; y tampoco reducir al actor a un simple portavoz o a un simple instrumento: así, pedimos tanto al poeta como al actor, comprometerse totalmente en su búsqueda. Pero evitando que ésta se limite a un acto de suficiencia, el poeta contentándose con sus palabras y el actor con su juego: la palabra es el primer tiempo, el juego el segundo de un proceso que no encuentra su incandescencia sino entre los espectadores; toca a ellos decidir si la obra de teatro está viva o no. El centro del teatro son, entonces, los espectadores, coro tácito y atento.

2) Debemos precisar esto:

Desplazar el teatro al corazón de un parterre significa también para los hombres de teatro asumir la responsabilidad de lo que está sometido a los espectadores.
Rechazamos los experimentos de pura literatura.
Rechazamos el aspecto decorativo de lo que no es más que pura escenografía.
Rechazamos el aval gratuito de la moda.
Rechazamos toda concesión a la sensualidad barata.
Rechazamos las frases hechas, los lugares comunes, el conformismo de los hábitos políticos y sociales.
Exigimos al coro sentirse responsable de la vida moral.

Es entonces, que con severidad, excluiremos todo eclecticismo que se manifieste sobre formas vacías ya sea porque pertenezcan al catálogo del pasado, ya sea que estén a la moda. Y nuestra actitud hacia el texto y el espectáculo seguirá el mismo impulso de dignidad que creemos está contenido en el acto dramatúrgico.

3) Italianos y extranjeros.

Este teatro no necesita reivindicar un carácter nacional: nosotros lo realizaremos concretamente a partir de la sustancia viva de un círculo social que recogerá espontáneamente la herencia común de la historia y de las costumbres, en la medida donde se dispone a integrarlas profundamente. Incluso, si hacemos en primera instancia un llamado a las palabras pronunciadas anteriormente y en otra parte por otros pueblos, nosotros pondremos en relieve los actos universalmente humanos que se revelan en estas obras, según las condiciones o las situaciones que podamos encontrar como nuestras en tanto que italianos. No renunciaremos a enriquecernos de las fuentes universales de la palabra humana: la traduciremos especialmente para nosotros, la llevaremos entre nosotros. Y a causa de esto, le pediremos al traductor ser un intérprete, casi un segundo autor, un poeta sumado al poeta.

4) Los nuevos autores.

Deploramos en estos tiempos la ausencia de autores; salvo excepciones, los unos se alejan del teatro, los otros se precipitan sin razón. Abiertos a la nueva cultura, engendran a través de realizaciones escenográficas y puestas en escena los frutos de una nueva concepción del arte, de una sensibilidad naciente, de un nuevo lenguaje, podemos esperar que los nuevos autores vengan a nuestro encuentro. Queremos promulgar, para esta nueva literatura dramática, condiciones que pueden parecer insuficientes, pero que son, sin embargo, necesarias.

5) Civilización del espectáculo.

Cuando se pide todo, se debe estar listo para darlo todo: es por esto que nos replanteamos la idea, una apuesta común para los hombres de teatro, de compensar con la ayuda de los recursos del arte la falta de sustancia de un texto. No solamente rechazamos la vacuidad del décorum, sino que preferimos, la verdad enterrada bajo los fastos de la retórica, la palabra desnuda: incluso sabiendo que no es una fácil elección. Pero si detestamos el exceso, nos cuidaremos también de la falta. No pediremos jamás, ni a nosotros mismos ni a los demás, fiarse de las intenciones proclamadas. Lo que es inadecuado en arte, es sin ninguna duda desagradable, por lo tanto falso, en consecuencia nocivo. Pero queremos, por esta vía, influir sobre los hábitos del pueblo, acostumbrarlo a estar vigilante a las divergencias entre la palabra y las intenciones, habituarlo o rehabituarlo a la dignidad y la coherencia, a una integridad de vida que anule las lagunas, las insuficiencias, las aproximaciones.

6) Técnica.

Todo programa supone un quantum de diletantismo, pero la prueba de los hechos nos demostrará si hemos conseguido dar una forma viva a nuestras intenciones. Entonces, ustedes verán en nosotros lo que no puede aparecer a través de nuestras palabras: técnicos del espectáculo. Y nosotros en nada habremos renunciado a la dignidad prometida; e incluso, la habremos integrado.

7) Por qué un pequeño teatro.

El límite nos es ofrecido, e impuesto. Pero nosotros nos proponemos encontrar en este límite una feliz influencia. Después de los slogans del teatro de masas y del conformismo de la propaganda, creemos que es hora de reemplazar lo uniforme por la diversidad, y trabajar primeramente en profundidad para poder, en una segunda fase, ganar en extensión. El grupo que constituyen nuestros espectadores formará un núcleo de agregación más amplio: si no nos engañamos, toda civilización se realiza a lo largo de un proceso de integración que hace frecuentarse a dos grupos y después a otro, y éste deviene en otro más rico y múltiple. Es por esto que iremos a buscar a nuestros espectadores, en la medida de lo posible, en las escuelas y en las capas populares con fórmulas y abonos susceptibles de solicitarse y de permitir una frecuencia asidua.
No se trata de teatro experimental, abierto sobre la indefinición, sobre lo posible y lo imposible, ni siquiera de teatro de excepción restringida a un círculo de iniciados. Nosotros tenemos la ambición de ser ejemplares: mañana, cada municipio, grande y pequeño, podrá imitar nuestro "Piccolo Teatro".

Originalmente en: Du théatre d’Art al’ Art du théatre (Anthologie des textes fondateurs), de Jean-François Dusigne,  (traducción del francés de Beatriz Luna), París, Éditions Theatrales, 2002, pp.81-84. 

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