por Patricia Cardona
(articulista invitada)
“Pareciera que todo se desploma cuando
en realidad el mundo se está recreando a sí mismo” han dicho los indios Hopi.
Una Tertulia auspiciada por la Secretaría de Cultura del DF alrededor de este
tema nos ha reunido a varios amigos y colegas. ¿Cómo recrear el mundo, la
sociedad, las instituciones que la conforman cuando se acabaron los espacios
para los jóvenes, se acabó el sistema educativo que una vez los preparó y sólo
queda la marginación y el desempleo para una población desplazada?
Omar Chanona, pedagogo, lo dijo muy
claramente aquella tarde en la terraza del Museo del Estanquillo cuando denunció
que la educación sigue “encerrada en aulas escolares, depositada en el maestro,
limitada a contenidos cerrados, sin posibilidad de construir nuevas atmósferas
y nuevos referentes urgentes y necesarios”. Omar fue contundente al negar que sólo
nos formamos en la escuela en tanto que tenemos un sistema educativo que fue
diseñado para “excluir a la gente”.
Y ofreció el dato espeluznante de que más de 70 millones de los 125
millones de mexicanos son rezago educativo. Actualmente 30 millones están en el
sistema escolarizado y desde ya son carne de rezago.”
Si los espacios escolares no están
cumpliendo con su función, ¿entonces quién? Para el pedagogo no cabe la menor
duda: “Los medios de comunicación, la publicidad, las experiencias contemporáneas
de formación colectiva.” Y añadió otro dato estremecedor: los jóvenes de 20 años
tienen acumuladas alrededor de 45 millones de impactos publicitarios…además de
las miles de horas de formación colectiva de la calle, antros, estadios,
transporte y centros comerciales.
Me pregunto si éste es el contraimpulso
que necesitamos para construir un nuevo tejido social donde una nueva educación,
el arte y la cultura son las herramientas más nobles y atemporales con las que
contamos para recrear el mundo, rescatando un nuevo renacimiento económico/cultural
humanista acompañado de las nuevas tecnologías.
¿Cómo nos vamos a reinventar? Cecilia Lugo, coreógrafa, afirma
que ante eso no hay nada escrito y lo resolveremos como creadores que somos. Pero
requerirá de una ética, una poiesis para vivir de manera poética y
creativa. Fernando de Ita, crítico de teatro, puso el dedo en la llaga al
preguntarse sobre la nueva sintaxis de la cultura. ¿De qué manera la estamos
programando? No hay vanguardia sin tradición y no hay tradición sin ruptura. Ante
esto, José Antonio Robles Cahero, músico e investigador plantea que para
empezar ¿cómo estamos enseñando el arte? Los jóvenes ya no necesitan estudiar
siete años para ser compositor con la nueva tecnología existente, dice. “No
creo que esto aplique a la danza o al teatro, pero esto nos enseña otra forma
de ver la música”. Cita el caso del etnomusicólogo inglés que en su libro Cuán musical es el ser humano afirma que
“si puedes hablar, puedes cantar, si puedes caminar, puedes bailar. No es
cierto que para poder bailar hay que sufrir y que para componer hay que sufrir
mucho. Hay mitos que hemos construido que no nos creemos ni nosotros mismos.
Todos los seres humanos somos potencialmente artísticos pero hay que creérnoslo”. Y advierte que “si enviamos el mensaje de
que para ser artista hay que sufrir, pues estamos creando sociedades no artísticas.”
En este sentido las nuevas sociedades de
redes son el mejor aliado para propagar nueva cultura. Con 40 millones de usuarios en las redes sociales
todos los días e intercambian ideas. O como dijo Fernando de Ita, “la clase
dominante pone la ideología y las clases populares ponen la contracultura. El
futuro de la cultura está en todos estos movimientos erráticos en donde la
población no tiene acceso a los bienes y servicios culturales oficiales”, pero
sí tienen una dinámica propia que hay que reconocer como una expresión
cultural.
Sergio Bautista, antropólogo y promotor
cultural está convencido de que hemos heredado un pasado “con una carga social
destruida” y las artes son
importantes para sanar esa herencia. El arte recupera el espacio público, donde
se debe dar este debate, opina. Ahí el arte es resistencia civil, como en
Ciudad Juárez y el estado de Tamaulipas. Grupos artísticos ocupan los espacios públicos, las escuelas y
los llenan. Son espacios que había copado el narco.
La descomposición social contemporánea
sería, para los participantes de la Tertulia, la semilla de un futuro que va a tener
que recomponer el tejido social. Los economistas saben que el sistema social como
el mexicano, entre muchos, no podrán sostenerse por mucho tiempo. “Imaginemos la
crisis cuando todos esos desocupados ya no puedan cobrar las pensiones,”
sostiene Fernando de Ita. Pero no
sólo están desamparados los adultos mayores. Omar Chanona reflexiona sobre la
otra mitad de la población cuando la sociedad “le declaró la guerra a los niños
y a los jóvenes y a sus formas de pensar”. En este contexto, el arte necesita
ser entendido como método de conocimiento para aprovechar esa potencialidad y
no como “fuga o éxtasis” exclusivamente.
¿Renunciamos a las instituciones para
que la utopía se genere, o renovamos las instituciones que se llevan el 80 por
ciento del gasto público en burocracia?, pregunta de Ita. ¿Las incendiamos o
promovemos la ciudadanización de las decisiones de la cultura?
Emma Cecilia Delgado, maestra y bailarina
apuesta por las instituciones como espacios donde se generan “nuevas
reflexiones y herramientas”. Hay cantidad de brillantes maestros que “están
picando piedra enfrentando al poder que impone criterios.” Desde ahí hay que
incitar a los jóvenes a la curiosidad, a la búsqueda, a la alegría, a la
recreación de sí mismos para que puedan respetarse y respetar a los demás”, añade.
Cecilia Lugo coincide: “Desconocer de un día para otro a las instituciones no
es real. Podemos dialogar para que se transformen. Eso es real y a la vez un
desafío.”
Omar Chanona se niega a pensar que “ese
gradualismo” sirva de algo porque las instituciones “ya no dan más”. El reto consiste en cómo pensar las
instituciones y cómo formar a los ciudadanos para la toma de decisiones
correctas. Ana González, maestra y coreógrafo observa que lo único que le queda
claro es que “la institución no legitima el hacer artístico, sino las personas”.
Los contextos de la descomposición como ciudad Juárez lo están resignificando
todo, dice. “En el DF estamos acostumbrados a que la institución nos legitime
cuando en otras partes del país son las personas quienes legitiman el trabajo
artístico.”
De Ita reconoce que a las instituciones les corresponde reivindicar
su servicio público. “Cuando logremos
eso en la política y en la economía, en la educación y en la cultura podemos
hablar de otro país.” Hay diez millones de habitantes en las grandes
delegaciones con un público para todo tipo de artes, dice. “Si la burocracia se
abriera al servicio como una necesidad vital para lograr un nuevo renacimiento
en las colonias populares a partir del baile, del grafiti, de la contracultura,
todos volveríamos a respirar. Como dice José Antonio, el arte es la única
manera que nos queda para renacer y tener multiplicidad de identidades.” Cecilia
Lugo reconoce que hay un prejuicio que induce al artista a producir para su
pequeña comunidad. “Lo que hacemos nunca llega a ese gran público”.
A partir de todo lo dicho lo más probable es que las
instituciones, tal y como las conocemos, forzosamente se van a ir borrando. Hay
una “revolución silenciosa” que
está creando un mundo paralelo frente a ese que ya está agotado. El nuevo
emerge con otro planteamiento de la vida en sociedad. El momento actual exige
que ya no pongamos nuestra atención en aquello que no funciona, sino en una posibilidad distinta plena
de vida futura.
Tertulia sobre arte y educación organizada por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, Museo del Estanquillo, mayo del 2012
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