Hace ya una década que el teatro de
Rafael Spregelburd irrumpió fugazmente en los escenarios mexicanos con La escala humana (2003) y poco
después se hizo imprescindible con la presentación de La estupidez y La modestia,
dos obras capitales dentro de su formulación dramática. Desde antes se sabía
que algo extraordinario ocurría con el teatro argentino, pero las obras de
Spregelburd vinieron a corroborar el sofisticado nivel de interlocución que un
movimiento artístico puede tener con el público que lo genera. Porque reconocer
los valores de una obra significa, en este caso, reconocer los códigos de
apreciación de su público. Y lo primero que identificamos en el estilo
spregelburdiano es la elusión de lo obvio y el constante reto a la
inteligencia. En palabras de Jorge Dubatti (a la sazón el más importante develador del teatro argentino actual),
el suyo es “un teatro jeroglífico que no busca la comunicación de un mensaje
ilustrado sino el contagio, la sugestión, el desasosiego de lo misterioso que
reclama la develación”.
Quien haya asistido a las funciones de La modestia en su breve temporada 2004 habrá atestiguado la irritante –por no decir inútil–, búsqueda de causalidades entre dos historias que corren paralelas, o, más recientemente, observaría el caos visible que surge del miedo invisible manifiesto en La Paranoia (2008). En el caso de Buenos Aires estamos ante la confirmación de que los argentinos postcorralitos son dignos personajes de las ficciones borgianas: su capacidad de elucubración intelectual, y su confrontación que la perplejidad de un extranjero que no entiende su lengua ni sus códigos, los ubica en otra realidad que, no obstante, también se nutre de las más insustanciales y urgentes necesidades cotidianas. Más que una nueva historia surgida de la imaginación de Spregelburd, Buenos Aires es la continuación de un estado de cosas manifiesto en cada una de sus obras a partir de que el derrumbe de los paradigmas económicos del capitalismo convirtió a esa ciudad en capital contracultural del mundo occidental. Eso digo yo. Y el que no esté convencido que me lo discuta… después de adentrarse en la lectura de este inefable texto.
Quien haya asistido a las funciones de La modestia en su breve temporada 2004 habrá atestiguado la irritante –por no decir inútil–, búsqueda de causalidades entre dos historias que corren paralelas, o, más recientemente, observaría el caos visible que surge del miedo invisible manifiesto en La Paranoia (2008). En el caso de Buenos Aires estamos ante la confirmación de que los argentinos postcorralitos son dignos personajes de las ficciones borgianas: su capacidad de elucubración intelectual, y su confrontación que la perplejidad de un extranjero que no entiende su lengua ni sus códigos, los ubica en otra realidad que, no obstante, también se nutre de las más insustanciales y urgentes necesidades cotidianas. Más que una nueva historia surgida de la imaginación de Spregelburd, Buenos Aires es la continuación de un estado de cosas manifiesto en cada una de sus obras a partir de que el derrumbe de los paradigmas económicos del capitalismo convirtió a esa ciudad en capital contracultural del mundo occidental. Eso digo yo. Y el que no esté convencido que me lo discuta… después de adentrarse en la lectura de este inefable texto.
Spregelburd, Rafael, Buenos Aires, México, Ed. Paso de Gato (Cuadernos de Dramaturgia Internacional # 6), 2008, 50 pp.
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