24/11/22

La obra del CUT, drama documental

Straight (2018) Foto: José Jorge Carreón


Ponencia presentada en el XXVIII Congreso Internacional AMIT 2022, Re/pensar la investigación teatral en Iberoamérica: creación escénica, revisiones históricas y debates contemporáneos. (8-0ct-2022)

Coordenada temática:

Investigación historiográfica y reconfiguración de paradigmas: archivo(s), documento(s) y memorias marginales


M interesa compartir con los presentes mis reflexiones alrededor de la coordenada temática en cuestión, tomando como caso particular el libro que acabo de concluir, que lleva por título La obra del CUT. Drama documental 1962-2022. Pero antes de concentrarme en este trabajo, quisiera mencionar dos obras que empleo como referentes y que desde su mención advierten una toma de distancia respecto de lo que uno podría entender por técnica historiográfica. Me refiero, en primer lugar, a El nuevo periodismo de Tom Wolfe (1973), libro muy importante cuando iniciaba mis estudios teatrales. Mis padres son periodistas, yo mismo estuve a punto de estudiarlo y de hecho lo ejercí por un breve periodo. Lo que para mí revelaba ese libro –y en general la irrupción de una nueva generación de periodistas– era el reconocimiento de un cruce de géneros que construía con cada relato sus propias reglas y que, sin renunciar al rigor en el manejo de la información, iluminaba zonas oscuras desde la subjetividad.  Escuché el otro día en un podcast que el nuevo periodismo se propuso hacer de la nota del día un relato perdurable. Y me parece una buena definición.

     La otra referencia –más reciente, aunque intuída tiempo atrás–, está en El concepto de ficción de Juan José Saer (2010), un conjunto de ensayos que comienza con el establecimiento de algo parecido a un axioma que dice así

 

La primera exigencia de la biografía, la veracidad, atributo pretendidamente científico, no es otra cosa que el supuesto retórico de un género literario, no menos convencional que las tres unidades de la tragedia clásica, o el desenmascaramiento del asesino en las últimas páginas de la novela policial. 

 

Lo que Saer plantea con esta premisa es que la estructura de todo relato, en cualquiera de sus géneros, se propone no sólo comunicar, sino producir un efecto, una experiencia sensorial; tras la historia se adivina un propósito no explícito, pero reconocible, que se decanta en una composición peculiar. 

       En este punto es factible que surja la controversia sobre si estoy hablando de historiografía o de crónica (o de literatura); creo que de lo segundo. Lo que intento sostener es que las mejores crónicas se convierten con el tiempo en historia sustancial, por ende ameritan un lugar especial para la historiografía. 

     Tal vez por un interés personal en el relato subjetivo, los libros sobre teatro que perduran en mi memoria son aquellos escritos en primera persona. Más allá de textos teóricos, pienso en las críticas teatrales de Jorge Ibargüengoitia (1999), por ejemplo, que no son lo que dicen ser, sino crónicas punzantes de la cultura teatral en México. Pienso también en Vivir del teatro, de Vicente Leñero (2012), que, teniendo a sus propias obras como materia de observción, expone con vértigo y humor el know how de la producción teatral institucional en los setentas y ochentas; o las memorias de Pablo Prida (Y se levanta el telón, 1960), que son la mejor manera de entender el funcionamiento del teatro de revista en las primeras décadas del siglo XX. A veces es más aleccionador el relato vívido que un cuadro sinóptico. 

    El ánimo de historiar el teatro en México me viene de sempre. Tuve mi primer ejercicio hace más de 30 años cuando, en colaboración con el escritor salvadoreño Geovani Galeas (hoy asesor de Nayib Bukele), escribí una crónica en diez capítulos sobre el teatro de los ochenta. La estructura que acordamos para ella partió de entrevistar a una selección de –a nuestro juicio– los artistas teatrales más influyentes del periodo, y combinar fragmentos testimoniales a manera de diálogos, para producir un efecto coral que eludiera el enfoque hegemónico. Como suele pasar con muchos proyectos culturales, aunque el libro se terminó gracias a un encargo editorial que fue pagado, el patrocinador desapareció y el volumen nunca vio la luz. Apenas muchos años después subí algunos capítulos a mi blog. 

    Con el tiempo tuve oportunidad de poner otra vez a prueba esa estructura en el capítulo que escribí para el Anuario del teatro en México 1992-93, en el que trabajé a partir de fragmentos de entrevistas que edité para articular un relato sobre el teatro en esos dos años. 

     En mi muy intermitente labor como estudioso del teatro destaco una década intensa que me llevó a organizar dos grandes proyectos de consulta, uno de ellos en forma de diccionario, el otro, de cronología. Originalmente los dos estuvieron pensados como bases de datos (mucho trabajo para el que no tuvimos la tecnología adecuada) y vaya que su utilidad hubiera sido enorme, aunque ahí quedan aún como fuentes de consulta impresa y en línea. Lo que me dejaron fue el inmenso placer de perderme por horas en la hemeroteca nacional, la habilidad para el cruzamiento de datos y el juego de enamorarme de las carnosas tiples del género chico, especialmente de Mimí Derba. 

     Después de diversos artículos de tipo documental e historiográfico,  llegué finalmente a La obra del CUT, que surgió hace cinco años gracias la invitación de Mario Espinosa para escribir la historia del Centro Universitario de Teatro. Por mi parte, llamé a la poeta y dramaturga Martha Rodríguez Mega para ayudarme a concebir un formato de exposición. Las primeras deliberaciones fueron cruciales para definir el rumbo del trabajo, que se decantó hacia una estructura teatral, por lo menos en la ordenación de las voces. Se trata, precisamente, de una crónica que recurre a más de cien voces para testimoniar, desde la mirada de los protagonistas y testigos de primera fila, cada una de las etapas del CUT. Podría decirse que nuestra labor ha sido la del documentalista o editor que revisa un material determinado y ordena las evidencias de tal forma que descubran un hilo discursivo. La intención fue siempre apartiarnos de lo que pudiera parecer una historia oficial (por favor, nunca como las memorias de 50 años de la ENAT) y, en su lugar, trazar un fresco poliédrico plagado de anécdotas que se explicarían por sí mismas. 

     La hipótesis de trabajo se resume en la idea de que el CUT fue siempre una escuela viva, moldeable y expresiva, una personalidad en sí, mimetizable según el estilo personal de gobernar de cada director. 

     Este enunciado resultó muy útil para estructurar la investigación a partir de cada periodo o director. Suman diez periodos, tomando en cuenta que uno de los directores (Margules) tuvo dos épocas al frente del CUT, y que en un periodo caótico hubo dos directores (Caballero y Quintanilla) además de dos encargados de despacho. Los periodos no tienen una duración determinada, el último de ellos  es el más largo, con 14 años, al que le sigue el primero, el de Azar, el fundador, que alcanzó poco más de diez años. En cambio, hay dos periodos, el primero de Margules y el único de Tavira, que quizás no cumplieron ni dos años cada uno, el prumero de ellos, insustancial, y el segundo, con la gran hazaña de conseguir una sede definitiva. Lo importante de aislar cada periodo alrededor del titular de la institución es que ayuda a condensar el fenómeno, identificar un núcleo discursivo (conflictivo) y valorar sus experiencias particulares. No en balde, al definir las nueve características que singularizan al CUT,  Mario Espinosa pone en primer lugar aquella que define la dirección del centro como “el ejercicio de una dirección artística” (Moncada y Rodríguez, 2022). Las otras ocho son, por cierto: 

2) La participación predominante de profesores que son artistas profesionales activos y reconocidos en su ámbito. 3) La vida académica ligada íntimamente a los procesos creativos y de producción. 4) El énfasis en el trabajo en equipo. 5) El acento en el cuerpo como esencia del trabajo actoral, 6) Procesos de ingreso selectivos, prolongados y rigurosos. 7) Grupos de trabajo reducidos y evaluaciones realizadas conjuntamente por equipo de profesores. 8) Un alto porcentaje de egresados incorporados como profesionales activos al teatro y al cine mexicanos. Y 9) la investigación concebida como un quehacer ligado al proceso creativo y de producción. 

Hablando del primer punto: el ejercicio de una dirección artística: no es remoto afirmar que la impronta de cada director es notoria en el proceso formativo (lo que resulta sorprendente tratándose de una dependencia de la UNAM), pero sobre todo se aprecia en el estilo de sus producciones, porque, como menciona Espinosa en el punto 3, la identidad del CUT está también en sus puestas en escena, que alacanzan más de un centenar a lo largo de 60 años. Lo que en definitiva ha resultado muy estimulante ha sido identificar cada periodo como un núcleo dramático que permite exponer sus aportaciones específicas y sus pasajes conflictivos. Y debo decir que el CUT no decepciona, no hay periodo (o escena) en que el centro no haya vivido un dilema o conflicto interno de cierta relevancia. No falla. Casi siempre se trata de pasiones humanas las que tuercen la historia, de veras, el CUT es un espacio conceptual y dramático. 

       No nos queda espacio para hablar de cada núcleo dramático, pero cito un par de ejemplos: Escena I) bajo la égida de Azar, el CUT es un lugar fulgurante y visionario, hasta que el exceso de poder le hace perder propósito y genio. Escena II) Aunque Mendoza fundó una gran escuela, lo que él en realidad quería era un laboratorio que formara a los actores que él necesitaba para hacer su teatro, por eso, en cuanto los tuvo, renunció. Y así toda la obra… 

       Como el tiempo se agota y ustedes han podido seguir la historia –al menos– desde el recorrido visual, no abundo en el hallazgo de la crónica cuando encuentra la fisura, la herida movilizadora. Sólo me resta decir que todos los testimonios proceden de una fuente citada en el apartado final, que hemos enlistado en forma de un “Dramatis personae”, aquellos que intervienen en la obra. 

       Así mismo, y para no entorpecer el relato con datos excesivos, hemos agregado un anexo cronológico del teatro universitario estudiantil que abarca más de un siglo. Allí están los datos duros.

      En conclusión, lo que nos hemos propuesto es una historia rigurosa en el registro, plural en la exposición de voces, atractiva en sus imágenes, y suficientemente morbosa para que un lector cualquiera la disfrute como si estuviera observando una obra de teatro. 

Gracias

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