26/2/11

Antesala Teatral


El Centro de Investigación Teatral "Rodolfo Usigli" me acaba de regalar este libro de Héctor Quiroga. Bueno, en realidad lo gané al contestar una trivia que el Citru publicó en facebook, y con la que me sentí un poco gandalla pues no debe verse bien que un ex-director del Centro ande compitiendo para ganarse una de sus publicaciones. Hay una razón para que no pudiese contenerme, y aquí la explico:
     Siempre tuve una curiosidad malsana por comprobar cómo y cuándo germinaría el trabajo de Quiroga, a quien conocí hace 18 años como responsable de un minúsculo departamento de restauración fotográfica con el que nunca se podía contar para las peticiones urgentes del área de Documentación del Centro, del que yo era incipiente coordinador. Ya fuera que necesitara imágenes para una publicación, un préstamo o simplemente para consulta de investigadores, entraba yo al cubículo de Quiroga en aras de su colaboración y él me respondía –siempre amable y parsimonioso–, que era imposible satisfacer mi demanda. ¿Por qué razón? Por la que fuera, aunque las más recurrentes eran que el material solicitado no existía, no estaba clasificado o aún no había sido restaurado. Para algunos de los que trabajábamos en el Citru de aquel entonces, Quiroga era una moderna versión de Bartleby, eficaz y escrupuloso en su trabajo personal, pero incapaz de atender las demandas ajenas. Al igual que el personaje de Melville, Quiroga producía en mí una incrédula simpatía ya que percibía su dedicación y amor al trabajo de restauración, aunque me contrariaba que nunca pudiese contar con su apoyo. La perplejidad y comprensión que me producía su carácter me hicieron olvidarlo en su rincón durante buena parte de mi administración, tanto que no recuerdo haberme despedido el día que abandoné el Citru intempestivamente.
     Lo que puedo decir de nuestras esporádicas discusiones laborales es que Quiroga conocía perfectamente la naturaleza y técnica de su trabajo, y ejercía su especialidad con la delicadeza y minuciosidad que sólo tiene alguien que está fuera del mundo cotidiano. Quiroga habitaba una realidad de superficies microscópicas y sólo estaba pendiente de la actualidad para encontrar un nuevo material, técnica o programa (cuando dio el salto a lo digital) que ayudara a rescatar esas fotografías que, de otra manera, estarían hoy en un bote de basura. 
     Después de años de trabajo, los resultados palpables al fin han quedado depositados en una magnífica publicación, hermosa y necesaria como la que más. Aquí quedan plenamente justificadas sus horas de mutismo y abstracción. 
     Antesala teatral (fotografía de gabinete y escénica 1871-1944) constituye un recorrido para entendidos en la historia de la fotografía y el espectáculo, pero eso no impide al mundo apreciar el rescate de fotografías incunables, de las cuales existía en muchos casos sólo una impresión vieja y deteriorada, tal como se verifica en la doble exposición de cada imagen, lo que nos da cuenta del antes y después de la restauración. 
     No pretendo realizar un análisis crítico del contenido, simplemente compartir el gozo de encontrar imágenes renovadas de una historia que uno creía perdida. Desfilan por este volumen personajes y compañías que marcaron una época del teatro, y lo hacen con toda elegancia gracias al trabajo de recuperación de Quiroga, a quien ahora admiro doblemente por su finura, extravagancia... y concreción. 
      Por otro lado, esta publicación lleva implícito el alegato por la existencia de procesos de estudio y conservación que no pueden responder a la demanda inmediatista de los diarios o revistas. En aras de resultados serios y duraderos como estos, vaya un voto de confianza a la cocina lenta del Citru. 

17/2/11

Alicia detrás de la pantalla (1995)



Alicia tiene 17 años y vive encerrada en su habitación, con la única compañía del televisor, pero este día sus padres han tomado la determinación de internarla un hospital y ella –al enterarse accidentalmente–, decide evadirse introduciéndose en la televisión. En cuanto traspasa la pantalla, ante ella comienzan a manifestarse como en programas de TV cada uno de los momentos que han dejado cicatrices en su vida: su fiesta de tercer aniversario, momentos de la escuela, la pubertad, sus quince años, etcétera. Conforme se presentan las memorias ella va fundiendo fantasía y realidad hasta que no puede entender una sin la otra. El embotamiento la empuja a tomar una postura trágica o al menos eso nos hace suponer su acción última… 
Alicia detrás de la pantalla se estrenó en abril de 1995 en el Foro Sor Juana de la UNAM con el siguiente reparto: Erika de la Llave, Miguel Flores, Concepción Márquez, Luis Artagnan, Arturo Larios y Luis Mario Moncada/Mauricio Rodríguez. Esc. Philippe Amand; musicalización: Héctor González Barbone; video: Alberto Roblest; dir. Alejandro Ainslie. 

Alicia detrás de la pantalla (2a parte)


Esta obra forma parte de la trilogía denominada Reliquias ideológicas, cuyo eje común es la incorporación  del video al discurso escénico, tal como lo entendíamos hace 20 años. En cada obra se plantea una interacción distinta y se sugieren las distintas posibilidades que este medio ofrecía para enriquecer el lenguaje teatral. En el caso particular de Alicia..., el monitor se convierte en puerta de escape a un mundo evocativo cuyo tiempo ilimitado ocupa sólo unos segundos de nuestra realidad. La trilogía pretende mostrar tres visiones complementarias de un universo común: la familia (Alicia), la pareja (Exhivisión) y la sociedad (Superhéroes) son los núcleos que permiten observar un comportamiento arcaico y en proceso de desintegración. De ahí el título que aglutina a estas obras.

Alicia detrás de la pantalla (3a parte)


Entre los comentarios de la crítica, recojo los siguientes:


"El uso del video en Alicia... sugiere la suscripción de un medio tecnológico en el contexto de un arte arcaico al que acaso revitalice con posibilidades inéditas hasta hace poco tiempo. Este es el sentido de utilizarlo: ampliar los medios narrativos, multiplicar el espacio, acceder a otra dimensión capaz de romper  las paredes que circundan y encierran el espacio teatral al vincularlo con un arte visual". 
Bruce Swansey, La Jornada Semanal
"El resultado es que se producen ante el espectador varios niveles de realidad: la realidad 'real', la realidad de la pantalla y una especie de realidad que podríamos llamar 'virtual' en la medida que los personajes televisivos cobran vida y tienen relaciones interactivas con Alicia. 
Silvia Pelaez, Reforma
"Alicia detrás de la pantalla nos muestra una concepción ideológica y formal propia de un momento de transición, muy pertinente a estos años de fin de milenio. Y lo hace con rigor, un cierto grado de humor negro y una especie de pasión invertida donde la desesperanza y la acusación al entorno y las generaciones anteriores parecen también ellas bidimensionales figuras de hostorieta, luchando para transformarse y adquirir una tercera y más humana dimensión". 
Bruno Bert, Tiempo Libre

16/2/11

Alicia detrás de la pantalla (4a parte)



Me manché haciendo estas ediciones tan largas, pero debo confesar que tengo cierta debilidad por esta obra y este montaje que hoy parecen tan arcaicos y deficientes en su calidad de video. Qué le vamos a hacer. Espero que como registro siga capturando el empuje de una exploración hecha con tres pesos y mucha imaginación. Gracias por llegar hasta el final.

14/2/11

Adiós al fenómeno



Antes de los cumplir 18 calentó la banca mientras Romario levantaba la cuarta copa del mundo para Brasil. Cuatro años después estuvo llamado a ser la gran figura del Francia 98, hasta que un misterioso padecimiento horas antes de la final le hizo ceder el trono al gran Zidane. Con años de lesiones y falsas recuperaciones, a punto estuvo de acabar su carrera prematuramente, pero en 2002 regresó milagrosamente para arrebatar lo que siempre le perteneció: el título del más temible artillero de la historia. Todavía en Alemania el gordito se dio el gusto de romper el récord de anotaciones mundialistas, pero nunca más volvió a ser el mismo. ¿A quién le importa? Quien disfruta de la danza futbolística estará de acuerdo conmigo que Luiz Nazario de Lima ha sido un hombre tocado con el don del implacable matador. No importa que no haya tenido la elegancia de un Pelé, la lucidez de un Johan Cruyff, la destreza mecánica de un Cristiano o la insolente rebeldía de un Maradona, la felicidad de ver a Ronaldo es sólo comparable con la de salir a la calle a jugar una cascarita nocturna, un placer altamente improbable en estos tiempos. No entiendo muy bien el mecanismo, pero para un esteta futbolero de emoción discreta, como un servidor, nunca una jugada ha causado el dolor de aquella en que, con la casaca del Inter de Milán, su rodilla se dobló haciéndole proferir el llanto más desolador que se haya escuchado en una cancha de futbol. Apenas llevaba unos minutos en el campo después de un año de quirófanos y terapias cuando ese llanto pareció marcar el final de todo. Aún así, las mejores páginas de su historia estaban por escribirse, y pocas veces se ha visto un mayor acto de justicia. ¿Dónde radica la grandeza de Ronaldo? Fundamentalmente en el miedo que provocaba en los defensas contrarios: perseguirlo en campo abierto era una hazaña particularmente inútil, y encararlo cuando comenzaba a hacer la bicicleta era presagio de un ridículo seguro. Cuando tomaba el balón en los linderos del área los defensas agachaban la cabeza ante la masacre segura. Sin la magia increíble de Ronaldinho –su hermano de triunfos y debacles– Ronaldo supo siempre resolver sobre la marcha, como cuando el punterazo contra Alemania que coronó la quinta copa brasileña.
    Hoy anunció su penoso retiro, después de años de querer y no poder su cuerpo recuperarse. Se acabó. No habrá más goles del fenómeno, y aún así seguiremos recordando su tranco firme y sus obuses letales. Me pregunto por qué no puedo decir lo mismo de otro nueve casi tan letal llamado Hugo Sánchez, y lo único que se me ocurre es que mientras sus goles eran el producto del tesón y el perfeccionismo, los goles de Ronaldo fueron causa y consecuencia de la simple felicidad del juego.