3/10/10

El cabaret místico de Jodorowsky



En el caso de Alejandro Jodorowsky resulta cada vez más difícil separar al personaje del autor. La percepción no es nueva, se remonta tal vez a la década del Sesenta cuando, conocido simplemente como Alexandro, inauguró la práctica de descolocar al público con sus efímeros pánicos. Llamados también happennings, performances o, en sus propios términos, actos poéticos que irrumpen en la realidad para modificar nuestra percepción del entorno, Jodorowsky debió hacerse protagonista de estas novedosas formas de intervención y, con ello, provocó que la gente, su público, lo mirara como un ser irreal, mitad persona y mitad personaje.
         Pero fue con la aparición de La danza de la realidad (Mondadori, 2000) que su vida terminó por convertirse en una novela. No dudamos de la veracidad de los acontecimientos narrados en su autobiografía, pero están concatenados de tal forma que uno parece asistir a otra más de sus fábulas; como si cada capítulo de su vida respondiese menos a los accidentes propios de nuestra diaria existencia que a una cierta causalidad aleccionadora. Cómo olvidar, por mencionar uno, el bochornoso encuentro con André Bretón, a quien descubrió sentado en el baño de su casa, con los pantalones en las rodillas; “había sorprendido cagando al sumo pontífice del surrealismo –escribe en su autobiografía-, no podía seguir pisando el mismo suelo que él… y me fui a México”.
         En los últimos años su producción literaria ha sido abundante y, no obstante, siempre asociada, tal vez ya definitivamente mimetizada, con sus experiencias en el campo de las artes curativas (o en la autoayuda, como pensarán otros más sarcásticos a quienes, no obstante, habría que responder que el prestigió de Jodorowsky como artista está fuera de toda duda). Y es que no deja de ser portentosa y desconcertante, aunque no exenta de una lógica muy personal, la evolución de un artista que comenzó como acróbata de circo y fue transitando de éste a la pantomima, al teatro (con todo y sus hallazgos parateatrales), al cine, el comic  y la interpretación del tarot para llegar, finalmente, a su creación más acabada: la psicomagia. Esta disciplina única (en tanto no se propone como escuela y tiene a Jodorowsky como exponente solitario) ha resultado de la apropiación de técnicas teatrales, psicoterapéuticas y del chamanismo para resolver los problemas psicológicos y hasta somáticos de sus pacientes. De alguna forma, explicará él mismo, la ruptura con el arte tradicional surgió cuando comprendió la incapacidad del artista para curar el dolor espiritual de las personas.
         Desde hace más de 30 años Jodorowsky  se ha consagrado a la atención de personas que lo escuchan como a un sacerdote, gurú, médico de almas, y en este tiempo ha venido perfeccionando sus técnicas de tratamiento. Cabaret místico es uno de sus últimos juguetes dramáticos y curativos, si bien resultado de años de exploración. De alguna manera tiene conexión con un trabajo anterior: La sabiduría de los chistes (1997), que abordaba los relatos humorísticos como lecciones de vida. En el caso de esta última publicación, se trata, podríamos decir, de la transcripción de las sesiones que periódicamente sostiene con una audiencia que escucha sus chistes y fábulas esperando la moraleja que ayude a mejorar sus vidas. A diferencia de las representaciones escénicas, el cabaret de Jodorowsky prescinde de luces, decorados e incluso, extraña paradoja jodorowskiana, de personajes. En sus palabras, el intérprete es una “persona tratando de encontrarse a sí misma” y usando para ello la técnica de la risa.
         En contraste con la psicomagia, que sirve a padecimientos espirituales muy específicos, Cabaret místico es un prontuario de vida, un llamado a misa que los adeptos valorarán con devoción y los escépticos tomarán con desconfianza.
         Pero yo debo fijar mi postura, y para ello nada mejor que un chiste tomado del último capítulo:
         “El hombre más viejo del mundo recibe la visita de un joven periodista activo e impetuoso.
-   Señor, usted, que ha logrado vivir tan enorme cantidad de años, ¿tiene un método?
-   Sí. Tengo un método.
-   ¿Y cuál es?
-   Algo muy simple; nunca contradigo a nadie.
-   ¿Sólo eso? ¡No es posible!
-   Sí, sí, no es posible”
Si necesita usted la explicación acuda velozmente a la página 270.  


Jodorowsky, Alejandro, Cabaret místico, México, Ed. Grijalbo/Mondadori, 2008, 288 pp. 

Notas sobre la Catarsis


Desde la aparición del escrito más antiguo sobre el teatro, la Poética de Aristóteles, el término Catarsis estuvo asociado exclusivamente a la tragedia: su propósito era  purificar las pasiones humanas a partir de la yuxtaposición de dos sentimientos contrastantes hacia el héroe: la conmiseración y el horror. La muerte de la tragedia –que Steiner diagnostica cuando el teatro adquiere conciencia ideológica–, supondría por tanto la desaparición de la experiencia catártica de los escenarios. Hasta aquí podemos seguir la formulación como una evolución lineal de los preceptos fundacionales. No obstante, ahora que Jorge Dubatti ha propuesto una "reconsideración ontológica del teatro como acontecimiento y zona de experiencia, superadora de los conceptos de 'teatro de la representación' y 'teatro de la presentación'"(1), cabría preguntarse si términos como éste no estarían sujetos también a una reconsideración. En abono de esta inquietud podemos hablar de la mención de la catarsis en escritos anteriores a la Poética, relacionados estos con la medicina y los humores del cuerpo. Todo lo anterior nos plantea elaborar algunas notas que, tal vez, inviten a preguntar sobre la inserción que la catarsis puede tener en el teatro contemporáneo. Serán notas sueltas, asociaciones libres, si se quiere, reseñas de otros autores, que en conjunto pretenden abrir el tema a discusión.


Dubatti, Jorge, Filosofía del teatro I, Buenos Aires, Ed Atuel, 2007, p. 5