9/7/23

Fedra y otras griegas (2002)

 

Fedra y otras griegas (2002), de Ximena Escalante. Dir. José Caballero. Esc. Jorge Ballina

Fotos: Jorge Ballina. 


Las otras griegas
Texto programa de mano

De Fedra creíamos saberlo todo. Le conocíamos ampliamente su maldita pasión por Hipólito, el hijastro incómodo, por quien transitaba del deseo al despecho y de éste al suicidio. Es una historia que –sin necesidad de esos tintes trágicos--, bien podría ocurrirle a cualquiera que se lo ande buscando. 
     Pero ahora venimos a descubrir que la historia viene de atrás, muy atrás, incluso de la abuela, tan aficionada a los amores prohibidos que en las noches la arrullaba con esta edificante sentencia: “ya deberías saber que el amor se vive en carne propia, sea como sea, sea quien sea, sea donde sea”. 
     Y es que Fedra no cayó de repente en cuenta que se había enamorado de quien no debía; era algo que susvoces le decían cada noche, desde niña, un rumor de apariciones que le anunciaba lo que todos, menos ella, sabían. Tiresias llamaría a eso, “destino”.
     La tragedia de Fedra es una que le anticipan metódicamente las mujeres de Grecia, todas, en orden, justo al atravesar el umbral de la adolescencia. Es la herencia que germina con un sangrado de letras diciendo eres mujer.
     ¿Y quiénes son esas otras griegas que le hacen ver su suerte? ¿Qué ha pasado con ellas? ¿Dónde están? 
     La primera es Ariadna, la hermana grande, que gustaba de llevar a sus novios al laberinto, donde los dejaba perderse un rato y luego los rescataba y los premiaba con un beso. Lo que ella no entendía es que al final los novios prefirieran quedarse adentro que volver con ella. Ariadna no quiere mucho a su hermana, sobre todo después que aquella le arrebató al marido.
     Después viene Medusa, mujer-víbora que Fedra conoció años atrás, una tarde que la llevaron al circo. Según cuenta la historia que quisieron venderle a la niña, las serpientes habrían sido el castigo impuesto a Medusa por haberse enamorado equivocadamente.  
     No podemos olvidar a Pasifae, su madre, quien, según nos cuenta, en su adolescencia sintió un deseo irrefrenable y se transformo en fetiche para seducir a un toro. Lo curioso es que intente consolar a Fedra, como si cumplir 14 años fuese el inicio de alguna caída.
     Entre las conocidas de Fedra hay que destacar a dos sirenas que de tarde en tarde vienen a platicar con ella. Ya no cantan, sólo platican, cotillean y hacen perder el tiempo a los demás. Hace tiempo que perdieron sus rasgos animales, aunque no han perdido el rostro cansado por el tedio de no hacer nada. Bueno, sí hacen, intrigan.
     Por último, al final del camino aguarda Moira, la que siempre espera.  Su plática es suave, placentera. Ella tiene la virtud de consolar y relajar, hacer que sueltes la tensión del cuerpo. No hay de otra, cuando lo logras ya perdiste.
     Evidentemente no son las únicas mujeres de Grecia, allí están la nana y la amiguita desconocida del viaje, con todo y su estirada madre, y hasta la abuela Europa, que tan buenos consejos le da. 
     Todas ellas hacen la conciencia de Fedra, la influyen, la moldean, de tal forma que, en cada uno de sus actos, vemos en Fedra a las mujeres de Grecia. Todas están en Fedra, y algunos hombres también, aunque en esta obra no nos importen demasiado sus destinos.
     No hay mucho más que saber para adentrarse, que no para dilucidar, porque, después de todo, una conclusión que surge a primera vista es: cuán difícil resulta para un hombre entender a las mujeres. Y si no, pregunten.



No hay comentarios.: