Con apenas dos largometrajes y un puñado de cortos, Andrea Arnold acaba de ser nombrada oficial de la Orden del Imperio Británico (OBE) por sus servicios a la industria cinematográfica. Uno se pregunta qué méritos ha acumulado está directora tardía, que filmó su primer largometraje a los 44 años, así que hemos visto sus películas para disipar las dudas.
Arnold debutó como actriz infantil en la televisión británica y durante más de dos décadas trabajó también como conductora, hasta que a principios de los 90's comenzó a estudiar cinematografía y a escribir sus primeros guiones para TV. Sin embargo, no fue hasta 2005 que irrumpió con paso arrollador en las alfombras rojas al ganar el Óscar al mejor corto por Wasp, una historia de 25 minutos que cuenta un día en la vida de Zoe, madre soltera que hará todo lo posible por ocultar sus cuatro hijos a un antiguo novio con el que ha quedado para salir. Como se puede apreciar desde la secuencia inicial (http://www.youtube.com/watch?v=jKPg7-GbK8Q), Zoe es una mujer de armas tomar que no vislumbra las consecuencias de sus actos, provocando que el espectador se conmueva por la suerte de unos hijos al garete. Imposible en este punto no relacionar la historia con aquella Ladybird Ladybird de Ken Loach (con guión de la dramaturga Rona Munro). Sin embargo, mientras para Loach el acento está puesto en el sistema de seguridad social, para Arnold la personalidad femenina lo es todo. En ésta, como en todas sus películas, sus personajes iracundos y golpeados por la vida expresan un hambre irracional de justicia, de equidad; un empuje que uno desea ver coronado siquiera con un triunfo pírrico. Incluso en Zoe, capaz de abandonar a sus hijos por unos minutos de placer, uno desearía que su inconsciencia sea premiada con un poco de cariño.
Su primer largometraje se titula Red road (2005) y es protagonizado por Jackie, otra mujer enojada que conforme avanza la trama nos va mostrando su enorme rencor almacenado, un odio que necesita explotar en contra del individuo que creía borrado del mapa y que acaba de reaparecer en su vida. Thriller voyeurista al estilo dogma –y del que no podemos adelantar trama pues su secreto radica en las paulatinas revelaciones–, lo interesante en este caso es la construcción de los personajes que se nos van haciendo más nítidos conforme avanza la película, alcanzando al final su más humana dimensión. Red road ganó ese año los premios más importantes del cine británico y un año más tarde el gran premio del jurado en el Festival de Cannes, situación que puso a la directora debutante en los cuernos de la luna.
Su segunda y última película hasta el momento: Fish tank (2009) no muestra algo muy distinto, pero tiene una fuerza dramática y está filmada con tal convicción que justifica aquella valoración de Arnold como "la más elocuente narradora de los desamparados". Fish tank es el retrato de Mía, una adolescente de barrio marginal peleada con el mundo pues no encuentra un sitio propio ni al interior de su propia familia. De alguna manera, esta película invierte el punto de vista mostrado en Wasp para desarrollar ahora la reacción de una hija que ve a su madre saltar de una relación a otra sin alcanzar algún tipo de estabilidad. Ante la ausencia de un modelo a seguir, Mía busca desesperadamente un sentido a su propia vida, pero no sabe más que mostrar su descontento visceral y refugiarse en el baile, iluso salvavidas con el que piensa mantenerse a flote. Sin embargo, la aparición de un nuevo hombre en la vida de su madre desata un conflicto inesperado que pone a prueba el temperamento de la joven. Interesantísimo drama de caracteres que traslada a la pecera los experimentos tradicionalmente destinados a las ratas de laboratorio, la película arrasó con los premios Bafta y alcanzó nuevamente el premio del jurado en Cannes 2009. Todo un récord para un director con solo dos largometrajes.
Aunque la mirada de Arnold se centra en las mujeres, hay que decir que la figura masculina juega un papel fundamental, aunque constituya más un pivote o referente para canalizar el análisis de la reacción femenina. Los antagónicos de las tres películas abordadas poseen rasgos similares, pero eluden todo maniqueísmo y se prestan a la exploración de caracteres, alcanzando en cada uno matices particulares.
En resumen, encontramos que las películas de Arnold fijan su interés en la exploración del malestar femenino, pero tienen la capacidad de encontrar el punto de liberación, la purga del enojo acumulado.
No sé si la descripción anterior justifique el cúmulo de honores con que se le ha distinguido, pero en lo personal considero a Andrea Arnold mi hallazgo del año y estoy impaciente por ver su próxima película: una versión de las Cumbres borrascosas que se anuncia para estrenarse el año próximo. Veamos.
Su primer largometraje se titula Red road (2005) y es protagonizado por Jackie, otra mujer enojada que conforme avanza la trama nos va mostrando su enorme rencor almacenado, un odio que necesita explotar en contra del individuo que creía borrado del mapa y que acaba de reaparecer en su vida. Thriller voyeurista al estilo dogma –y del que no podemos adelantar trama pues su secreto radica en las paulatinas revelaciones–, lo interesante en este caso es la construcción de los personajes que se nos van haciendo más nítidos conforme avanza la película, alcanzando al final su más humana dimensión. Red road ganó ese año los premios más importantes del cine británico y un año más tarde el gran premio del jurado en el Festival de Cannes, situación que puso a la directora debutante en los cuernos de la luna.
Su segunda y última película hasta el momento: Fish tank (2009) no muestra algo muy distinto, pero tiene una fuerza dramática y está filmada con tal convicción que justifica aquella valoración de Arnold como "la más elocuente narradora de los desamparados". Fish tank es el retrato de Mía, una adolescente de barrio marginal peleada con el mundo pues no encuentra un sitio propio ni al interior de su propia familia. De alguna manera, esta película invierte el punto de vista mostrado en Wasp para desarrollar ahora la reacción de una hija que ve a su madre saltar de una relación a otra sin alcanzar algún tipo de estabilidad. Ante la ausencia de un modelo a seguir, Mía busca desesperadamente un sentido a su propia vida, pero no sabe más que mostrar su descontento visceral y refugiarse en el baile, iluso salvavidas con el que piensa mantenerse a flote. Sin embargo, la aparición de un nuevo hombre en la vida de su madre desata un conflicto inesperado que pone a prueba el temperamento de la joven. Interesantísimo drama de caracteres que traslada a la pecera los experimentos tradicionalmente destinados a las ratas de laboratorio, la película arrasó con los premios Bafta y alcanzó nuevamente el premio del jurado en Cannes 2009. Todo un récord para un director con solo dos largometrajes.
Aunque la mirada de Arnold se centra en las mujeres, hay que decir que la figura masculina juega un papel fundamental, aunque constituya más un pivote o referente para canalizar el análisis de la reacción femenina. Los antagónicos de las tres películas abordadas poseen rasgos similares, pero eluden todo maniqueísmo y se prestan a la exploración de caracteres, alcanzando en cada uno matices particulares.
En resumen, encontramos que las películas de Arnold fijan su interés en la exploración del malestar femenino, pero tienen la capacidad de encontrar el punto de liberación, la purga del enojo acumulado.
No sé si la descripción anterior justifique el cúmulo de honores con que se le ha distinguido, pero en lo personal considero a Andrea Arnold mi hallazgo del año y estoy impaciente por ver su próxima película: una versión de las Cumbres borrascosas que se anuncia para estrenarse el año próximo. Veamos.
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