No nos habíamos dado cuenta, pero al ver estas recurrentes imágenes descubrimos que el mundo está de fiesta. ¡Estamos en plena fiesta de la democracia! La gente grita, entusiasmada, porque están llegando los hombres (y las mujeres, perdón), que van a cambiar el mundo.
Los discursos hablan de que hay esperanza y que todos juntos llegaremos a buen puerto. Algunos más realistas –sobre todo aquellos que ya alcanzaron su meta–, dicen que con el cinturón bien apretado y un poco de disciplina fiscal, el dolor pasará pronto.
Ante tal algarabía, se explica que echemos la casa por la ventana. ¿Para qué está, si no, el presupuesto, sino para transmitirle a la gente que la abundancia está a la vuelta de la esquina? No importa que sea rigiéndonos por el viejo adagio dinosáurico: "no me des, ponme donde hay".
Ya habrá tiempo para explicar que no hemos sido nosotros, sino la crisis global, o la oposición paralizante, la que ha impedido que se logren las reformas. Por hoy, sigamos la fiesta democrática.
Y para que esto no deje nunca de ser una fiesta sana y propagadora de los mejores valores nacionales, cuando alguien diga que el otro hace trampa, que todos es un montaje mediático, que sus candidatos son unas fichitas, nada más sonríe y deja que pase. Es una fiesta, y de las fiestas hay que rescatar lo bueno.
Y si de plano estamos de fiesta, hay que sonreír y olvidar los rencores del pasado, por graves que pudiesen haber sido. Es hora de amarnos porque sí, porque ya estamos cansados de tirarnos mala leche.
El ejemplo es tan loable que, uno se pregunta: ¿por qué nos deprimimos si el mundo está de fiesta? ¿A quién le preocupa la recesión mundial, si podemos ser felices? ¿Quién ha dicho que la caballada está muy flaca, si las toneladas de plástico que se acumulan en las calles nos ratifica su bien ganada popularidad?
No nos amarguemos, señores, y sigamos la fiesta. Es que somos muy mal pensados y eso nos hace daño. Aunque nosotros creamos que las cosas no pueden estar peor, las encuestas demostrarán muy pronto que nosotros no existimos, y que (con un margen de 3 % de error), la mierda nunca, nunca nos llegará al cuello.
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