24/3/25

Jesús Hernández y sus espacios para la escena


Más allá de sus múltiples creaciones con otras compañías y proyectos, las colaboraciones de Jesús Hernández con la Compañía Titular de Teatro de la Universidad Veracruzana (la Orteuv) en el periodo que va de 2014 a 2022, fueron fundamentales para definir una renovada identidad artística. Comenzó con su incorporación al proyecto Psicomebutidos (2014), uno de esos casos en los que la definición del espacio transforma la concepción de la obra e incluso obliga a reescribir el texto. En diálogo con el autor y director Richard Viqueira, el espacio transformó una obra de estructura convencional en una instalación que obligaba al desplazamiento; en ella el público se detiene en múltiples estaciones para interactuar con los personajes. El encuentro es uno a uno, de tal suerte que el espectador vive una experiencia individual, aunque simultánea al resto. En sus momentos climáticos, la estructura sostiene a 19 espectadores y 19 actores ofreciendo un concierto caótico de voces y movimientos que, paradójicamente, producen una enigmática armonía para el observador externo. Un hallazgo inesperado del formato fue, precisamente, que la obra se apreciaba de una manera al realizar el recorrido y de otra muy distinta al mirar desde afuera y dejarse atrapar por la contemplación de esa extraña Babel caleidoscópica en transformación continua. La segunda colaboración con Orteuv, El puro lugar (2016-17) fue igualmente compleja, aunque menos evidente, en la medida de que se trataba de un proyecto de sitio específico, que se caracterizó por potenciar espacios urbanos que, de alguna manera, convirtieron al populoso barrio de San Bruno, en Xalapa, en el escenario de una gran escenificación de corte documental. De vuelta a los escenarios del Teatro del Estado, Jesús Hernández completó su colaboración con tres proyectos elocuentes: Ojo de Perdiz (2018), donde despliega imaginativamente el tejido de bejuco característico del sur de Veracruz; Cherán o la democracia según cinco indias rijosas (2019), que nos reserva la sorpresa de la fogata como emblema de resistencia y ritual comunitario, y, finalmente, el musical Trotsky, el hombre en la encrucijada (2022), una estructura espectacular que permite la interpretación en tres pisos y –gracias a su movilidad–, distintos niveles de cercanía con el público, potenciando con ello la expresión muralística que precisan aquellos episodios, mitad trágicos y mitad cómicos, como suelen ser las representaciones de la vida política en nuestro país. En suma, los diseños de Jesús Hernández para Orteuv ayudaron a redimensionar el trabajo artístico de la compañía y fueron vitales para posicionar su trabajo a nivel nacional e internacional, tal como demuestran las giras y reconocimientos obtenidos en ese periodo. 

Psicoembutidos. Foto Samuel Padilla Adorno

El puro lugar, cap. 4 (2016)

Ojo de perdiz (2018)

Trotskyh, el hombre en la encrucijada (2022)

Espacio para la escena, Exposición de Jesús Hernández 2025

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Cédula dedicada a los trabajos de Jesús Hernández con la Orteuv en la exposición El espacio para la escena. diseños para teatro, danza y ópera de Jesús Hernández. 

23/3/25

Teatro anteopocósmico, edición 2025

(Foto de Antonio Prieto Stambaugh)

Formo parte de una generación cuya primera noción de teatro participativo nos la proporcionó el Taller de Investigación Teatral de la UNAM. Recuerdo muy nítidamente una madrugada de 1983 en la que, en punto de las 5:30am, acudí a una cita que, según marcaba la revista Tiempo Libre, debía congregarnos en el mercado de flores de constituyentes, en las faldas del cerro del Chapulín, donde iniciaríamos el trayecto denominado Aztlán, una acción que en su momento entendimos como la persecución del amanecer pues se trataba de caminar en grupo hacia la cumbre del cerro, justo a tiempo para ver el surgimiento del astro rey que, esa mañana, se revestía con el manto de una deidad prehispánica para integrarnos en un hecho comunitario y místico. “La intención del teatro antropocósmico – afirma Núñez– es la de hacernos conscientes de que nosotros somos el cosmos”. El trayecto continuaba más adelante con un descenso que, de manera alegórica, completaba el mítico viaje de regreso a Aztlán. Entre ejercicios mántricos y el movimiento habitual de quien comienza la jornada laboral en la Casa del Lago, volvíamos a nuestra realidad para dirigirnos después a nuestras propias actividades cotidianas.

Estudiaba yo el primer semestre de la carrera de