Por: Cristóbal Peláez G.
Teatro Matacandelas de Colombia
Por / Sobre / Contra el actor, el teatro y algunos
vicios nacionales
En el Teatro Matacandelas no existen los que podrían llamarse
"actores profesionales" y rara vez tenemos actores invitados. Somos
una pequeña manada que se ha asociado todo
el tiempo para todos los espectáculos
y para todas las representaciones.
Esto ofrece sus evidentes limitaciones pero también muestra sus bondades.
Aún hoy cuando la entidad
GRUPO es considerada obsoleta, podemos decir que nos ha funcionado a nuestra
manera y ha permitido que esta asociación se convierta en una herramienta en la
que 12 personas -digo personas, no actores- hagamos una cooperativa de
cualidades para utilizar el teatro en provecho propio y público. Una asociación
donde los problemas también se multiplican por 12, pero que así mismo nos
plantea el difícil ejercicio de la tolerancia, de la diferencia, del error a
compartir.
La naturaleza de lo humano
que tiende a la sociabilidad y a la insociabilidad de manera simultánea y
alternada se manifiesta en ese modesto Grupo a plenitud.
No somos una microscópica
sociedad de ángeles, somos in vitro
también la sociedad humana, todavía más cuando nuestras jornadas de trabajo
alcanzan a veces hasta las 12 horas diarias. La convivencia, se llama igual
matrimonio o grupo, es la tumba del respeto y la amistad. Comprendiendo esto
hemos llegado a tolerarnos e incluso hasta a querernos, pues sabemos que
"afuera" la cosa es peor.
Hemos empujado esta
asociación durante estos difíciles y hermosos dieciocho años porque hemos
comprendido que la exploración estética y actoral ofrece sus ventajas con
personas que llevan tiempo de conocerse entre si.
Si alguien afirma que lo más
emocionante y fructífero es trabajar cada vez con un equipo nuevo y nuevos
rostros no estamos dispuestos a contradecirlo. No estamos hechos para defender
ni proponer verdades. Para estar en el mundo hemos elegido libre, voluntaria y
gozosamente el arte del teatro. Compartirlo con un público, por reducido que
sea, es el placer de una expresión, de una comunicación. Para el actor es el
placer de una histeria, de una hipersensibilidad: placer de heteronimia y
prostitución, (multiplicidad) fenómenos que no son exclusivos del actor, pero
que en él se encuentran más latentes, quizá más auto-reconocidos.
No somos tampoco una
asociación inmóvil. Nuestra configuración cambia con las deserciones y los
ingresos. Se requiere una alta dosis de espíritu romántico, quizás de
insensatez, para querer optar por ser socio de una aventura en continua
zozobra. Por eso no somos una opción para actores profesionales, para egresados
que andan buscando una estabilidad artística y laboral. Las decenas de
egresados de escuelas que se acercan huyen despavoridos cuando se enteran de
nuestra realidad interior: un falansterio, una secta de ilusos y utópicos, una
asociación de débiles y pobres, que hemos querido escapar -el Matacandelas es una frágil balsa- a todo
aquello para lo cual estábamos destinados: fábricas, comercio, talleres,
burocracia, cotidianidad, fuerza de trabajo.
Contra un destino trazado
nos hemos rebelado. He ahí porque nuestros actores y actrices no lo sean en el
sentido tradicional, he ahí el por qué de nuestra composición social interna.
He ahí el por qué hemos
renunciado como grupo a la vanidad de la redención externa, a "salvar el
teatro nacional", a emitir conceptos y teorizaciones que muestren "un
camino" y "verdades estéticas". Nuestra única realidad es el
teatro que hemos practicado con pasión, con orgullosa humildad, con mística
voluntad de compartirlo socialmente. Es obra
en marcha, práctica sujeta a verificación, a revisión. Teatro como
escenario de la interrogación y la duda.
Las limitaciones actorales
dentro de los grupos no nos son desconocidas: exceso de práctica, deficiencia
teórica, puesto que los continuos cambios de configuración hacen de hecho
imposible una formación en orden, en escuadra. La urgencia productiva nos
otorga cierta naturaleza de circo o de batalla: aprender viendo, aprender a disparar en el curso mismo de la guerra.
Otro peligro: al cabo de cierto tiempo un actor de grupo se encierra en modos
anquilosados, en un estilo: funciona
"amaestrado", se repite una y otra vez en sus personajes y a menudo
en todas las obras es el mismo personaje: una misma voz, unos mismos
movimientos que sólo cambian de disfraz. Sobre todo porque la madurez actoral
está asociada con un gran manejo técnico del escenario donde el actor se niega
- hasta inconscientemente- a ser otro,
a representar, y sólo quiere ser él mismo, con su gran figura. Teme no ser
reconocido por su público. Cuando se les consiente demasiado adoptan poses de
vedette.
Después de los 20 años -ésta
es una observación empírica y simple, exterior- nuestros grupos teatrales
tienen un aire de cansancio, lucen desgastados por el ejercicio de un oficio
endemoniadamente difícil. El actor ha fatigado sus mejores años y funciona en
la escena con "el piloto automático", ha terminado por convencerse de
que acaso malgastó sus años en divertir a una galería que lo olvida con
facilidad. ¿Hay una realidad más triste para el actor que el Canto del Cisne de Chejov?
Este drama del actor se
acentúa cuando nuestros actores terminan por reconocer internamente su fracaso:
falta de oportunidades, anonimato (el anonimato es ya una tragedia para un
exhibicionista).
La lucha por conservar y
acrecentar una Pasión y una Ética, es actualmente un duelo a muerte. La madurez
representa sencillamente la pérdida de la inocencia.
La joven historia del teatro
colombiano es la historia de una curva asustadora: cúspide y caída brutal.
¿Dónde están los alegres jóvenes saltarines que trepaban eufóricos a un
escenario "por nada"? ¿Dónde están esos alegres rostros que
soportaban la noche, la fatiga, los interminables ensayos? Hoy somos
"maestros respetables", cómodos burgueses o arrugados funcionarios
que nos movemos entre universidad y universidad, enseñamos lo que desconocemos
y damos consejos prácticos a los jóvenes, es decir, estamos muertos.
Nos hemos insertado
solapadamente en el curso normal de los acontecimientos, hemos tardado muchos
años en descubrir que el sistema no es del todo invivible, hemos terminado por parecernos a y pensar como nuestros
padres, a quienes justamente en rebeldía les reprochábamos el ser
inconsecuentes y acabados, porque conflictuaban nuestra vocación teatral que
imaginábamos una isla de fantasía, aparte de los prejuicios y la estupidez
social.
Los románticos de ayer
reprochamos el romanticismo de los jóvenes. Queríamos "cambiar la
vida", pero fue la vida la que nos cambió a nosotros. Deplorablemente.
Como Baudelaire que no veía
más valores que en el profeta, el guerrero y el poeta -"lo demás está
hecho para el látigo"- hemos de pensar que el público empezó a abandonar
las salas de teatro, entre otras razones, porque su profeta-guerrero-poeta, -el
actor-, ha sido económicamente obligado por la sociedad al rebusque, está
obligado a venderle su voz y su imagen a la publicidad para ayudarle a los
comerciantes a vender sus chucherías. En contraposición los comerciantes nunca
nos han ayudado en la promoción del teatro.
Así las cosas miramos con
verdadero horror el futuro, la clase de cadáver que seremos, puesto que la
descomposición ya ha comenzado.
Contra ese espectro hemos,
desde hace rato, emprendido en el Teatro
Matacandelas una dolorosa guerra contra nosotros mismos, para no sucumbir en
el letargo, para "morir con lucidez".
Los puntos que transcribo a
continuación son destellos apenas de prolongadas conversaciones y constituyen
pensamientos y propósitos que bien podrían parecer un Credo. Pero qué va.
Encadenarnos al mástil como
Ulises y tapar nuestros oídos con cera para no oír el canto de las sirenas
(aplausos, éxitos, balandronadas, importancia, prestigio, fama y las mil y unas
formas con las cuales la jauría social construye sus mediocres).
No ir en contravía de nada.
Siempre nos volvemos aquello contra lo cual desperdiciamos nuestras mejores
fuerzas.
Disciplina, trabajo,
entusiasmo.
Desorden de los sentidos.
Estremecimiento.
Heterodoxia.
Odiar al sistema social como
a nosotros mismos.
En lugar de escándalo,
esencialidad.
Culto permanente por
nuestros mayores: Poe, Rimbaud, Baudelaire, Flaubert, Andrés Caicedo, Silva,
Shakespeare, Ibsen, Esquilo, Beckett, Maeterlinck, Pérec, Pessoa, Pavese,
Joyce, Kafka, Buñuel, Schopenhauer, Platón, Hitchcock, Freud, Marx, Fernando
González, Zuleta ...
Nunca dejar de ser niños.
Desconfiar de directores,
gerentes, policías, banqueros y comerciantes.
No quejarnos por la elección
de nuestro oficio, pues la práctica del teatro es hermosa y gratificante. Hace
este mundo vivible.
El Estado colombiano es
inferior a nuestra dignidad moral y espiritual.
No adaptación al curso
normal de los acontecimientos.
Nuestra guerra es con
nosotros mismos, contra nuestra propia adaptabilidad,
El Teatro Matacandelas es un teatro pequeño, ínfimo, íntimo, para un
reducido público. A las muchedumbres es imposible dirigirse.
La publicidad es una
práctica infame.
El hombre más fuerte del
mundo es el que está sólo (Ibsen).
"Ser sublimes sin
interrupción" (Baudelaire).
El teatro no se resiente,
impugna.
Las enfermedades actorales,
poses, extroversión y pedantería, deben ser contrarrestadas por el silencio, la
reflexión y el ejercicio escénico diario.
El contacto frecuente con el
público infantil purifica.
No descreer del fracaso.
El teatro es hermoso por lo
inútil.
El arte, cualquiera que sea
su expresión, tiene un momento pleno; intangible e indefinible: la poesía.
Azotar diariamente al
burócrata que llevamos dentro.
Una finalidad de la vida,
suponiendo que la tenga: El Juego.
Para Matacandelas es tan importante una representación en Londres como
una representación en un barrio de Medellín.
"Aviso a los
no-comunistas: todo es común, incluso Dios" (Baudelaire).
Está muy bien que nos
muramos - morir con lucidez- para que lentamente vayan desapareciendo las viejas
ideas, las obsesiones irracionales y los prejuicios éticos. Lo nuevo irá
apareciendo lenta y magníficamente sobre nuestros cadáveres. Así será, así debe
de ser.
El mundo ha cambiado, ya el
hombre no es el centro del universo ni de la creación, ya no es la medida de
todas las cosas y el mal estilo es el hombre. Es una criatura enemistada con la
totalidad. El arte trata de justificarlo. Es nuestra ilusión.
Un Hamlet, una fuga de Bach,
las pinturas del Bosco, acaso compensen el paso de esta horrorosa criatura
sobre la tierra.
El comercio es una práctica
delincuente.
El país no puede vivir sin
poesía, como los chanchos.
Un exceso de realidad nos
destruye. El actor trata de escapar a ese exceso.
Su grito de combate es el
mismo de Blanche en Un tranvía… de
Williams: "No quiero realismo, quiero magia".
En cualquier parte se puede
aprender el arte del teatro, donde menos en un escenario.
La desgracia de muchos
actores proviene de que han elegido un oficio pensando que pueden parecerse a
los burgueses. Como son hijos de comerciantes quieren parecerse a sus padres.
Hay demasiada Zona Rosa en nuestros actores, demasiado
bohemismo de papel maché. Su actuación también es rosa, su intención estética
es rosa, su vida es rosa, ni blanca ni roja: la medianía.
Hay directores que escalan
poniendo su suela en las cabezas de los actores.
Las "hojas de
vida" son expedientes necrológicos.
A nuestros actores se les
niega el status de artista, pues ya
no se parece al escultor, ni al pintor, ni al novelista. Es artista, pero
desconfía de sí mismo con desprecio. Está ya más cerca del perifoneador de
pasaje comercial que del arte.
Hay dos clases de seres
humanos: Los exhibicionistas y los vouyeristas. El exhibicionismo del actor es
de naturaleza. Un arduo trabajo contra sí mismo debe indicarle la mesura y el
recato.
En las Escuelas de Teatro se debe contemplar la idea de retomar el
zurriago, como elemento pedagógico.
Al aspirante a actor se le
debe azotar para matarle el bandido que lleva adentro.
Nuestros actores leen poco y
estudian poco el entorno porque creen que todo lo tienen dentro. Extraño para
una criatura que ha escogido un oficio donde se es lo otro.
Es cierto que al Estado, a
nuestros dueños, ya no les interesa el control de ciertas esferas sociales, por
ejemplo la Universidad, pero por nada del mundo perderían el control de la
Televisión. Esto deben saberlo los actores que aspiran a vender allí sus
encantos.
Una escuela de teatro
debería prohibir el primer año el ingreso a profesores de teatro. Allí el nuevo
alumno estaría orientado por astrónomos, militares, biólogos, sicólogos,
cocineros, aventureros, ex presidiarios, albañiles, marineros, guerrilleros,
pintores, artesanos, y sobre todo por novelistas. En un segundo nivel sólo
música y arquitectura.
Dadme un aprendiz de músico
y al cabo de un tiempo os entregaré dos: Un músico y un actor.
Todos los días, como una
oración, antes, en medio y al terminar cada sesión sería obligatoria la lectura
de la buena poesía y de la buena prosa.
Toda la tarea en la formación
de un actor consiste en ayudarlo a convertirse en un ANIMAL de la escena, es
decir, que viva con el DIABLO adentro. De ahí que el maestro es un instigador,
un provocador, un indisciplinador.
El nombre de todo actor es
LEGION ("Mi nombre es Legión, somos muchos").
Hay profesores teatrales que
tienen fisonomía y ademanes de notario.
Hay alumnos que suspiran por
el cargo del profesor. No quieren formarse, quieren quitarle el puesto.
Algunos actores piensan con
estupidez que su ejercicio de actor es una etapa inferior a la dirección
escénica.
Más que verdaderos
directores de escena lo que abunda en el país son los líderes, caudillos del
entusiasmo.
Más que verdaderos actores
lo que abunda son los espectadores agitados por el teatro.
Aplicable a muchos grupos:
"Ah, qué bueno sería que desaparecieran todos los grupos de calidad para
que el único grupo bueno sea el mío".
En nuestros grupos también
se usan las mañas de los mercaderes: las rebatiñas desesperadas por el cliente.
Si la poesía como práctica diaria no me estremece, entonces ¿a qué?
Amonestación a las gentes de
teatro: Se suele pensar que poesía "es todo aquello que se escribe de para
abajo". La poesía no es necesario escribirla. De Rilke se dice que hacía
poesía incluso cuando se lavaba las manos.
En nuestras Escuelas y en
nuestros Grupos hay tufo a entidad comercial. Huele a centro comercial.
Estamos imbuidos por el
ansia de novedad. Hay que ser novedosamente anticuado, hasta prehistóricos.
"Los griegos son mis contemporáneos" (Borges).
A los integrantes del Teatro Matacandelas se les acusa de dos
cosas: Demasiado estáticos en su actuación y demasiado pálidos. Lo estático es
un trasunto, una higiene coyuntural contra la epilepsia móvil que ha invadido
el país. La palidez es el resultado del trabajo, del encerramiento. También
puede haber cierto aire de melancolía: el mundo nos agobia, nos duele.
Habría una tercera instancia
para señalar, "gente demasiado apartada". El ambiente gremial,
cualquiera que sea el gremio, es detestable.
Si la calidad de muchos de
nuestros actores y grupos se midiera por la intensidad se sus
"rumbas", estaríamos haciendo el mejor teatro del mundo.
No se pueden enseñar
emociones, ni sentimientos. Pero se puede pelear por transmitir autenticidad,
sinceridad, honestidad, vértigo. Digo, se puede pelear.
Se puede ser actor todo el
tiempo, hasta el día en que nos damos cuenta que somos aptos sólo para otros
oficios.
Las concertaciones
económicas con el Estado son necesarias, aunque peligrosas. Ellas han
significado oxigeno económico. Pero por paradoja en esa misma medida ha
decrecido la pasión por el oficio.
Las concertaciones
económicas con el Estado también pueden crear un pequeño ejército de
mantenidos. Que Dios me perdone lo que acabo de escribir.
El Estado debería crear un Cuerpo Especial de Policía de Concertación.
Llevarían máscaras y porras y aplicarían en algunos casos trabajos forzados
(hay mucho campo sin arar).
Las concertaciones con el
Estado de algún modo nos alivian el fardo de la penuria, pero al mismo tiempo
nos ponen rostro de mendigos.
Aviso a los funcionarios del
Estado: cuando se trata de dineros de concertación ustedes no tienen la misma
enjundia que ponen para reclamar sus sueldos.
El teatro tiene un gran
drenaje en lo femenino. Ya es casi imposible ver una mujer hermosa en nuestros
escenarios. Todas están haciendo casting.
Los actores de televisión
una y otra vez declaran infatigablemente que lo suyo es el teatro. Viven en
constante estado de culpa y disculpa con la escena viva. Tienen un aire
cansado, triste, satisfecho, pedante. Pocos llevan el valor y la autenticidad
en el rostro. Pocos, qué digo, no, ninguno.
Nuestra fuerza proviene de
un hecho simple: nuestra ambición siempre ha sido hacer teatro, y lo estamos
haciendo. Así sea con tracción a sangre.
Al actor lo mata el carecer
de la fuerza del solitario.
Nuestra alma pide
representación. Teatro le damos. No es más.
La sola correspondencia de
Flaubert, bien estudiada y aplicada, es un verdadero Organón para cualquier
arte, para cualquier oficio estético. Supera el brechtianismo.
Si Flaubert hubiera
dispuesto de teléfono y fax no tendríamos hoy este maravilloso método.
Hay grupos que llevan hasta
20 años haciendo mal teatro convencidos de que el del mal gusto es el público.
A eso se llama morir con las botas puestas.
No tendremos un gran teatro
hasta que no hayamos superado lo fársico y alcanzado el drama. Válido también
para dramaturgos.
Para actores y directores:
vivir a sacudidas, por descargas.
Al actor y al director les
falta la serenidad y la paciencia del escritor: es decir, del verdadero
artista.
También deberíamos
procurarnos una lista intima de personas y comportamientos detestables en el
teatro. Publicable dentro de 50 años.
El teatro no es una
hermandad. La discusión y el odio también nos hacen crecer.
Actor: refinamiento,
personalidad escurridiza. Carece de forma, porque allí se anida la humanidad.
Para el actor, para el
director: La residencia de Dios es el detalle.
Para el actor, para el
director: La residencia de la profundidad es la superficie.
Un buen actor, por paradoja,
debe mantener cierto desprecio por su público.
El director debe montar su
espectáculo para él solo, el público viene de último.
En el Teatro Matacandelas un texto se escoge y se hace pensando en el
gusto de sus actores, para sus fisonomías, para su concepción de la realidad,
para sus alcances. No hay un criterio trazado de antemano. Se trata de sucumbir
ante determinado texto que aparece de repente como una iluminación para nuestra
preocupación existencial.
El Teatro Matacandelas goza de buen público desde que dejamos de
trabajar para él.
Nuestros actores, los
colombianos, con unas excepciones muy raras, no saben de recitado. Remarcan
demasiado la "s" y prolongan insoportablemente la vocal finaaaal.
Algunos, muchos, hablan con un temblor extraño. Como si estuvieran copulando.
Sobre todo las actrices.
A propósito de cópulas. El
olor a sexismo ha invadido toda la escena colombiana, la dramaturgia, los modos
de actuación. La represión se toma las tablas. Orinar, excretar, copular, orar
y comer son actos de la intimidad. La poesía es como el acto del amor, a puerta
cerrada y sin testigos, como le gustaba a Bretón.
Ciertos asuntos obligan a la
metáfora y a la metonimia.
Y al decoro. Leer a Lessing.
Los grandes maestros del
arte lo son por el manejo de la metonimia.
"El cine nos muestra al
hombre que corre, nosotros lo queremos inmóvil, que es cuando piensa"
(Ramón Vinyes).
Hay algo de aberrante y
horrible en el oficio del actor: necesita un público.
La pregunta no es qué tipo
de actuación, qué tipo de teatro requiere el público, la pregunta es a qué tipo
de actuación a qué tipo de teatro lo obligo.
No tener miedo a quedarnos
solos.
El público es una
abstracción.
¿Pero, hay algo más triste
que la taquilla?
El teatro - se lo oí a
Santiago García- debería ser gratuito, como la educación, como los museos, como
los parques.
El teatralismo, la
enfermedad infantil del teatro, consiste, entre otras cosas, en hablar como en
el teatro, comportarse como actores, hacer teatro como hemos visto en el
teatro. Casi todo el teatro que veo es como un remedo del teatro que veo.
El arte de la actuación no
conoce un solo camino. El joven que se aventura en el aprendizaje se afilia
desde un principio a "una escuela" a "un estilo". Está
indefenso ante una orientación.
No habría un ser humano que
agotara todas las complejidades del arte del actor. Solo Satanás puede adquirir
todas las apariencias, todas las formas del ser. O Proteo.
Desde mucho tiempo atrás la
iglesia católica miró con malos ojos y condenó al actor porque consideraba que
fingir ser "otro" en "otra" situación era EL MAL, una
situación donde el ser humano, templo de espiritualidad celestial, desafiaba la
UNICIDAD y LA INDIVISIBILIDAD. Esa conversión, esa transmutabilidad es un
crimen contra natura. La iglesia tenía razón.
He trabajado con muchos
actores, no habría uno que pudiera considerarse un ser humano
"normal". Y el que lo es no es actor.
Los actores no buscan un
director, buscan un padre. La orfandad es más frecuente de lo que creemos.
Consejo de Lao Tsé para
cualquier artista: “La eternidad empieza en tus pies”.
El triste animal urbano que
somos y a quien pocas cosas le ocurren - pues estamos ya lejos de lo épico-,
ese consumidor que reparte sus días entre el cine, el supermercado y los
insignificantes sobresaltitos cotidianos - a esto llamamos vida-, se hace actor
para ponerle a su existencia DIOS Y MAQUINA para vivir otras épocas, otras
situaciones, arrienda su Yo durante
varias horas para ser otros, el Yo ideal. Porque la imaginación es un
músculo que se divierte trabajando.
Todo lo escrito hasta aquí y
lo que sigue no merece tomarse en cuenta, es lectura para el olvido. No
constituyen dogmas. Todo está por verse. Ojalá no le sirva a nadie.
CUESTION
DE HONOR.
Como en ciertas profesiones,
debería existir un CODIGO DE HONOR TEATRAL que prohibiera:
Las truzas negras.
Los zapatos chinos.
Los tapa rabos.
Las bufandas.
Los personajes alegóricos
("la Violencia", "El Mundo", "La Naturaleza").
Las gafas negras.
Las gabardinas.
Las escuelas de teatro de
prestigiosos actores de TV.
Las voces de locutor.
Los personajes maquillados
mitad blanco, mitad negro.
Los mimos remedadores.
Los mimos con una lágrima
pintada.
Los directores tenaces que hacen
experimentos tenaces.
Las actrices de televisión
que cuando el entrevistador les pregunta cómo estuvo la filmación, responden
"Chévere, más que un equipo fuimos una familia".
Los cambios escenográficos
con cortina musical y a media luz.
Los actores que salen a
escena llevando la silla en donde se van a sentar.
Los actores que se retuercen
mucho porque "sienten mucho".
Los textos llenos de lirismo
(Ej: “OH, noche que te ciernes sobre mi carne trémula de amor, ven hacia mi,
goza cual mariposa...”, etc.)
La invasión de textos
incoherentes (Ej: “Te amo con amor odio, odio rencor, rencor rencor, miércoles,
pesadilla amor, encuentro desencuentro...” etc., etc.).
Los festivales para pasarle
chévere.
El vaginismo escénico.
Las cortinas musicales con temas
de Carmina Burana.
Los personajes que salen por
entre el público.
Los viejos temas de viejas
maneras que incluyen un televisor y cuatro saltitos de danza-teatro para que la
obra sea post-moderna.
La danza-teatro que nos
muestra una actriz representando la soledad con rostro compungido, pega con su
palma en el muslo y después en la frente y da un giro (¡Santo Dios! ¿Dónde dejé
mi revolver?).
Los teatreros brasileños en
festivales que hablan cantadito, y las muchachas que se derriten.
Los teatreros argentinos que
ya inventaron todo (y los españoles).
Los grupos de teatro que han
hecho tres saliditas al exterior y hablan de 40 giras internacionales.
Los grupos de teatro que
hacen 30 funciones al año y hablan de 120.
Los grupos que anuncian su
obra con el repetitivo "a petición del público".
Los actores que desertan a
la doceava representación.
La gente de teatro muy creativa (pues no hay gente
creativa, solo hay dos instancias: La disciplina y el trabajo).
La obviedad.
Los actores callejeros que
instan al público a "derrotar las tristezas".
Dramatizar cuentos de Jairo
Aníbal Niño.
El teatro como salvación
social.
El actor que no se peina
para salir a escena.
Los foros.
Los directores que salen a
presentar su obra al público y hablan de "un proceso" de puesta en
escena "complicado" y de "mucha investigación".
Los grupos que se arman y
montan para llevar obras a festivales.
El tufo de los festivales.
Las rumbas de los
festivales.
Los actores que consideran
que el teatro es la antesala del cine o la televisión.
Los actores que creen que el
público infantil es un público pueril.
Las obras infantiles con
nubecitas y personajes tiernos.
Todas las obras de Darío Fo.
Las modas (Beckett, Müller,
Kantor).
Los actores que se asustan
si su espectáculo no agota boletería.
El teatro para complacer.
Los actores que piensan que
no han alcanzado el éxito porque no han encontrado un buen director. Y
viceversa.
Los personajes de duquesas,
condes y marqueses.
Los que escudan su medianía
en la falta de recursos.
Los tallerófagos.
Los que se eternizan en las
zonas rosas montando "obras maestras".
Calificar de post-modernas
las obras que no entendemos.
Creer que es post-moderna la
falta de estructura dramática.
La falta de pudor.
Los grupos de teatro que
retrasan o cancelan sus funciones por problemas técnicos (En un 99% es falta de
oficio).
Los directores muy bravos.
Los directores que se las
saben todas con decirlas.
Los directores con pose de
director.
Los directores que ponen
cara de directores.
Los directores que se
sientan a mirar una escena, se llevan la mano a la mandíbula y miran muy
concentrados con ojos de expertos.
Los ensayos con gritos de
nerviosismo.
La histeria en los estrenos.
La famosa frase: "En
tal obra la luz es un personaje más".
Tal Código de Honor podría
impulsar en cambio cosas como:
La sobriedad.
El vacío.
El misterio.
El silencio.
El verbo como acción.
La quietud.
La metonimia.
El minimalismo.
La oscuridad.
Lo irregular.
La embriaguez de los
sentidos.
Lo extraño.
La magia.
La hechicería.
El estremecimiento.
La patafísica.
Lo irreal.
Lo inverosímil.
Lo único.
La excepción.
Lo ambiguo.
Foto: Andrés Carmona |
En:
Página web del grupo: www.matacabndelas.com
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