Por Ariane Mnouchkine [1]
(Traducción de Beatriz Luna)
Un actor, como todo artista,
es un explorador; es alguien que, armado o desarmado, más comúnmente desarmado
que armado, se adentra en un túnel muy largo, muy profundo, muy extraño, a
veces muy negro, y que al igual que un minero, regresa con piedras: entre estas
piedras, él deberá encontrar y tallar el diamante. Yo creo que es esto a lo que
los comediantes llaman "la aventura". Descender en el alma de los
seres, de una sociedad, y regresar, esa es la primer parte de la aventura. La
segunda parte de la aventura, es cuando se trata de tallar los diamantes sin
romperlos; encontrar en la piedra la forma original del diamante.
[...] Yo pienso que el
teatro, el juego del actor, depende de la claridad de una visión, en todo
momento. Para que el actor pueda actuar, hace falta que tenga, no sólo una
vista clara de las cosas, sino visiones
claras, en el sentido visionario del término, no solamente en el sentido
"proyecto" del término (seguro que también hace falta un proyecto
claro), pero el actor, ésta siempre en el presente; él debe actuar el presente
del personaje a cada instante. Este es la manera en la cual trabajamos. El
actor debe tener la fuerza y la musculatura imaginativa para recibir y generar visiones; para después
transformarlas en imágenes claras para los otros; y no podrá hacerlo salvo si
él mismo sabe recibir visiones, estados, emociones, muy claros
[...] En cuanto a la
infancia, sí, yo creo que es necesario jugar como los niños. ¿Qué quiere decir
esto? Esto quiere decir, primero, creer, tan simple como eso: jugar verdaderamente al rey, jugar verdaderamente a la reina. Uno de los
dones del juego, del teatro, es el placer, la alegría de estar ahí, la alegría
de transformarse, de vestirse, de disfrazarse, de ser amado, de saber que
durante cuatro horas, se va responder a una necesidad y que esta necesidad es
recíproca.
A las seis y media de la
tarde, hay seiscientas personas que vienen a dar algo, y, del otro lado
cincuenta personas, en las que la vida entera, el trabajo entero está dirigido
hacia ese instante. Es un milagro que haya gente que ha elegido pagar,
desplazarse, liberarse, desobstruir un momento su vida, para venir a escuchar y
ver una historia.
[...] En el teatro, son
siempre muchas las historias que se cuentan. No hay espectáculos de teatro sin
historia del teatro en su interior; incluso cuando un espectáculo cuenta la
historia de una catástrofe, una historia odiosa, que describe la oscuridad del
linaje humano, no impide que -puesto que la obra existe y seres humanos la
representan- incluso en éste hecho exista Esperanza en la Humanidad. No es
posible hacer teatro si no estamos conscientes de esto. Hay personas que pueden
pensar que: "no hay nada qué rescatar de la naturaleza humana"; pero
¡su presencia aquí lo desmiente! El hecho de que el Théatre du Soleil exista, lo desmiente. Y aunque después de 20 o 30
años dejemos de existir, no se podrá hacer como si nosotros no hubiéramos
existido. Esto quiere decir que a cada instante, hay personas que han aceptado
pagar el precio -completamente legítimo- del arte. Para el arte hay un precio
muy alto que pagar, siempre.
Agamemnon, mise en scène d Ariane Mnouchkine, Paris, Théâtre du Soleil, 1990 - © Michèle Laurent |
[1] Extracto
de la entrevista realizada el 17 de abril de 1984, en Fruits, No. 2/3, junio de 1984, pág. 202-209.
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