Hubo un hombre que durante muchos años estudió el teatro Noh hasta que un día su maestro, reconociendo su esfuerzo, le dijo que merecía recibir las tradiciones ocultas de la actuación por lo que puso en sus manos una réplica del codiciado libro secreto del Noh. Lleno de alegría el estudiante agradeció a su maestro y corrió a buscar un lugar apartado donde leer el apreciado libro. Entonces abrió la cubierta. La primera página estaba en blanco. La siguiente página también, y así sucesivamente hasta llegar a la última hoja, que sólo contenía una pequeña frase: “Deposita tu fuerza en el dedo meñique”. El estudiante quedó perplejo; no entendía absolutamente nada. Sin embargo, luego recordó que un consejo similar se daba en las artes marciales. Después de reflexionar largo tiempo sobre la cuestión, incluso de discutirlo con su maestro y realizar innumerables ejercicios, el estudiante vislumbró que el arte de la actuación podía consistir en alejar la energía de la cabeza y comenzar a aprender con el cuerpo.
Aunque El actor invisible es un libro sobre técnica actoral, resulta fundamentalmente un libro plagado de pequeñas historias, suerte de ilustraciones anecdóticas que impulsan al desmenuzamiento metódico de sus partes. A diferencia de lo que se proponía en Un actor a la deriva (El Milagro, 2003), un volumen iniciático que daba cuenta de la confrontación del actor formado en la tradición oriental con las experiencias del teatro europeo, en esta ocasión Yoshi Oida se concentra en el entrenamiento del actor, y al hacerlo nos devela algunos de los centenarios secretos del Noh, el kabuki y el kyogen.
Resulta por demás curioso descubrir cómo la educación actoral propuesta por Oida comienza y termina por los pies (una conclusión a la que también llegó Antonio González Caballero con su método, aún más secreto y desconocido que el del teatro Noh). Por ello Oida cita un viejo dicho según el cual “la gente común y corriente respira por el pecho, el sabio por el hara o el abdomen y el adiestrado (actores y samurais) por los pies”. Tal vez no resulte novedoso adentrarse en algunos aspectos de la técnica oriental; desde la década del Setenta ha sido frecuente la aparición de estudios sobre las características del banraku, el teatro balinés y otras tradiciones centenarias; baste citar la extraordinaria Anatomía del Actor de Barba (Escenología, 198?); lo que El actor invisible aporta a nuestra visión es la experiencia de un actor formado en aquella tradición que ha logrado aplicar sus enseñanzas en el teatro occidental, incluso en el cine y la televisión.
Cinco son las lecciones propuestas por Yoshi Oida en este volumen: el entrenamiento cotidiano, el movimiento, la actuación, el acto del habla y el aprendizaje. Todas ellas parten de la construcción externa; de hecho el trabajo emotivo y psicológico ocupa un lugar marginal en estas notas, lo que resulta por demás saludable. En todo caso el maestro privilegia la progresión rítmica (el jo-ha-kyu), la cadencia, la respiración, el tiempo y la percepción del público como instrumentos para manipular las sensaciones que el personaje debe producir en la audiencia. Por momentos pareciera que Oida habla de trucos efectistas, como aquel donde sugiere la interrupción de la respiración en momentos sumamente dramáticos, pero tal como afirma Peter Brook en el prefacio, la ilusión que nos transmite Yoshi Oida no puede ser por arte de magia, tiene que ser “sólo por arte”.
Para aquellos que, como yo, no somos muy afectos a los libros de actuación, habrá que decir que El actor invisible se lee con placer y asombro, pero sobre todo con la sensación de que uno está accediendo a un libro secreto en el que ha de develarse una verdad oculta. Y esa verdad sale a la luz, no en forma absoluta, por supuesto, sino críptica, bruta, como un material para trabajar y trabajar. No en balde se afirma que todos los libros y cursos son los mapas del pasado que otro ha recorrido; un mapa que ha de asimilarse, pero que no evitará al estudiante hacer el recorrido con sus propios pies.
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