18/8/18

Jornadas de la (pos)Verdad.


Todo mundo tiene derecho a la mentira
Edipo

México 2018: la conversación pública inmersa como nunca en la definición de un rumbo estructural; verdades, mentiras e ilusión colectiva se confunden en un ágora virtual donde ciudadanos y bots hacen campaña; diálogo imposible, pero enorme conversación que dará pie a miles de crónicas de un tiempo que muy pronto se hará viejo. Todo es ilusorio en esta realidad y no hay ejemplo más fehaciente que la desaparición de dos millones de pobres por efecto de una milagrosa ecuación. ¿Alguien puede negar que esos pobres dejaron de serlo? ¿Porque qué es un pobre? Lo que se diga en contra o a favor de cualquier teoría termina siendo un acto de fe, todas se equivocan. Por eso el Consejo de la Ciencia ha concluido –por unanimidad–, que existen fenómenos superiores al entendimiento humano. ¿Cómo sacudirnos esta rama que nos impide ver el bosque…, si es que el bosque existe? ¿Cómo encontrar el sentido a esa corriente que nos arrastra y nos hace participar de lo que no entendemos? 
En la ciencia política es conocida la estrategia de Lenin de escribir sobre Japón cuando quiere hablar de Rusia, lo que causa tal efecto de distanciamiento que hasta Brecht asumirá la idea como estructura de su Arturo Ui. En la experiencia del teatro (incluido Brecht), lo habitual es volver al origen y refrescar las ideas en sus fuentes cristalinas, buscar el arquetipo que nos permita proponer un axioma del comportamiento humano. Y aquí encontramos una nueva paradoja, porque qué otra cosa es un mito sino la mentira que engendra una verdad profunda. Exactamente como la ficción: una concatenación de situaciones posibles, pero inexistentes, que toman el cuerpo de un hecho verdadero. 
Veamos el caso de Edipo: Robert Graves afirma que su fábula pudo surgir de una historia inversa: Edipo de Corinto conquista Tebas y se convierte en rey casándose con Yocasta, una sacerdotisa de Hera. Luego anuncia que, en adelante, el reinado se traspasará por la línea paterna, como es la costumbre corintia, en vez de seguir siendo el atributo de Hera, la estranguladora. El inminente cambio de las leyes provocará el suicidio de Yocasta, en señal de protesta, y muy pronto la ciudad entera se hundirá en la anarquía. En respuesta, los tebanos niegan a Edipo la paletilla sagrada y lo destierran. El héroe trágico morirá en un intento fallido de reconquistar su trono mediante la guerra. 
Esto es lo más parecido a un hecho histórico. No obstante, Edipo ha sido secuestradopor Sófocles, cuya maestría en el arte de la psicología y el drama ha terminado por borrar cualquier versión que ose competirle. El Edipo que ha llegado a nuestros días es aquel que se arranca los ojos por no haber tenido la capacidad de ver su tremendo error. Una imagen ciertamente trágica. Visto así, no resulta difícil inclinarnos por el Edipo mítico en lugar del histórico, pues ya sabemos que la historia es errática y no ofrece ninguna lección.  
En alguna medida el Edipo: nadie es ateo de David Gaitán retoma el asunto original, no en su trama sino en su intención. Se trata de un Edipo más político y menos arquetípico, un demagogo que asume y juega con las reglas del poder que, en los tiempos actuales, carecen de sentido; su parámetro es la percepción ciudadana: lo que parece mal está realmente mal; por eso llama la atención que el enunciado más recurrente sea la búsqueda de la verdad por sobre todas las cosas, lo mismo que en Antígona, pieza precedente en su factura (aunque posterior en la cronología), que se debate ante la engañosa autoridad de las palabras. 
Esta otra historia dice así: pese al decreto que anuncia la pena de muerte a quien ose enterrar el cadáver del traidor Polinices, su hermana Antígona intenta darle sepultura bajo un simple argumento: “es mi deber”. El hecho compromete la seguridad del estado, que no puede darse el lujo de nuevas sublevaciones, así que el rey Creonte decide aplicar la ley contra la desafiante mujer. A partir de este acontecimiento se desdobla el alegato sobre las razones superiores de nuestra actuación en el mundo.  Algunos ven en esta historia el primer caso de objeción de conciencia; otros subrayan la crítica contra el déspota que confunde al estado consigo mismo. Al respecto afirma el helenista Karl Reinhardt: “en cierto modo todos los personajes trágicos de Sófocles son unos disidentes”. 
Como se podrá observar, la acción en la Antígona de Gaitán comienza con un discurso en el que se ofrece un lamentable diagnóstico de la realidad, acompañado de una proposición que habrá de ser motor del drama:  
Todo aparato jurídico debe someterse a la decisión del pueblo, sí, pero el pueblo está envenenado. Y el sistema, cegado en su búsqueda de popularidad, está respondiendo a los mismos esquemas simples, esos que con un plumazo descalifican un andamiaje complejo de motivaciones. No propongo extirpar al pueblo de la ecuación. Propongo vacunarnos. Generar espacios de discusión que obliguen a analizar un cuerpo de conflicto en tres dimensiones, en cinco. Discutir no es sólo una capacidad, debemos convertirlo en obligación, mucho más cuando, como ahora, es la justicia el tema sobre la mesa…
Resulta imposible no hacer un paréntesis para advertir el correlato con el doctor Stockmann del Enemigo del pueblo, obra que Gaitán reescribe en paralelo a estas dos tragedias. Pero concentrémonos en ellas solamente: en Edipo sabemos que hay un pecado oculto que debe ser purgado mediante la confesión y esta sólo se alcanzará mediante el ejercicio del habla. En Antígona la esencia de la Justicia se ha puesto en duda y para recuperarla es necesaria la aplicación hermenéutica, un desmontaje de los términos y los hechos que conforman la ley para, de esa forma, reconstituirla.  En los dos casos el habla es la vacuna contra la mentira, por eso no resulta extraña la fijación que Gaitán tiene con este ejercicio, eje propositivo de ambas obras, para el que incluso establece reglas específicas: 
1.                 El camino para alcanzar la justicia es el debate. No hay exceso de palabras ni argumentaciones superfluas. Antes de decidir, se ha de agotar el lenguaje si es necesario. 2. La fatiga de los implicados no será criterio para el resultado. 3.  El debate será público. Todo procedimiento gubernamental es de interés común, por lo que toda conversación debe ser a puertas abiertas. 4.  El coro testigo de este proceso estará compuesto mayoritariamente por jóvenes; es imperativo que conciencias que aún piensen en la perfección, el idilio social y la utopía de la convivencia escuchen este procedimiento y opinen, si lo creen necesario. 5. Todo ciudadano de Tebas está comprometido con la verdad.
Lo que más llama la atención del procedimiento es la activación del público sin que este tenga que mover un dedo: en la convención de las dos obras (más explícita en Antígona), el público es el pueblo y los actores sus representantes, de allí que en el acto de escuchar el público asuma uno u otro partido. El procedimiento es menos obvio de lo que parece o, por decirlo de otra forma, se subraya para incentivar al público a debatirse desde su butaca. 
Pero hay también una diferencia notable y estructural en las dos obras: mientras en Antígona se apela al debate público, Edipo desmenuza la verdad de lo íntimo y privado; mientras la acción de Antígona ocurre en la plaza, en Edipo se agazapa al interior del palacio (lo que permite el afortunado rolling gag de los reyes siendo sorprendidos en su incontinente cópula). La dualidad adentro-afuera nos permite la observación del fenómeno desde perspectivas complementarias: la del debate (público) y la confesión (privada), dos formas de la verdad que se obtienen, una mediante la argumentación y otra por el testimonio. 
Así como en Antígona se convoca al público a debatir hasta el cansancio, Edipo invitará a sus propias Jornadas de desentrañamiento social, un acto performático en el que la gente se abre en canal por medio de la palabra:
Edipo: Inauguro hoy las jornadas por la Verdad en Tebas. Habrán de mirar a su prójimo y conversar y conversar y conversar hasta agotar el lenguaje, si es necesario. Siempre con la siguiente máxima: todo tebano está comprometido con la verdad. Ensayemos la perfección hasta que –expulsado por el tsunami de la honestidad– emerja a la superficie el cuerpo desahuciado del animal que está infectando la ciudad. Seamos ese pueblo. Estemos por encima de las expectativas que los dioses depositaron en nosotros, obliguémonos a ser las personas que aspiramos a ser, preguntemos lo que no entendemos y prohibámonos el derecho a ser malos actores de nuestra propia vida. La palabra y la acción como indisolubles hermanas. Si Tebas está a la altura de mi idea, se los juro, la peste se irá. 
En su libro dedicado a la catarsis y la medicina[1], Andrzej Szceklik rememora la importancia de la primera conversación con el paciente, que los médicos antiguos llamaban anamnesis, un conocimiento de las cosas que, según Platón, se anticipa a la percepción. “Escúchale una historia del pasado, que diga cualquier cosa, y entonces ese desconocido se convertirá en persona”. Ese instante, ese destello en el que asoma la confesión del cuerpo, se llama diagnóstico. 
Estamos, sin duda, ante dos obras que hacen diagnóstico de la enfermedad social y esta no es otra que el lenguaje; padecemos el cáncer del lenguaje que, lejos de aclarar, confunde al mundo. Tal vez por esa razón el procedimiento deba llegar al extremo y forzar la catarsis, desatar el habla incontinente no importando que sea verdad o que sea mentira, que construya o que deforme, siempre que el paroxismo desemboque en la criba del lenguaje y en la recuperación de su objeto comunicador. Como afirma Szcesklik, tanto la medicina como el arte tienen origen en la magia, un sistema basado en la omnipotencia de la palabra. Es tal su efecto en el espíritu que no importa tanto su significado como su composición sonora. Que los bebés prefieran las consonancias a las disonancias puede indicarnos que la recuperación pasa por poner atención en la armonía. El propio Gaitán, en voz de Edipo, afirma que “la verdad existe antes de que el humano tuviera las herramientas para articularla. 
La misión original del lenguaje es darle cuerpo a la verdad. 
La verdad es poesía involuntaria, es belleza.”  Algo similar piensa Novalis –citado nuevamente por Szcesklik–, cuando escribe que “toda enfermedad es un problema musical, toda curación es una solución musical.” 
Que suene el párodo. 



Gaitán, David (2018), Edipo: Nadie es ateo y Antígona, México, Magnífico Entertainment. 

[1]Szcesklik, Andrzej (2010), Catarsis, sobre el poder curativo de la naturaleza y el arte, Barcelona, Acantilado, 207 pp.

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