16/6/10

9 días de guerra en Facebook


Hasta el 4 de julio se presentó en el foro Sor Juana de la UNAM. Un montaje polémico, vertiginoso y abrumador que, a pesar de su complejidad, se confirmó como un reto lúdico para el espectador.

 Aquí algunos enlaces que podrían hablar con más objetividad. En primer lugar una nota de Ángel Vargas en La Jornada donde arriesga las primeras interpretaciones sobre la obra.

15/6/10

CRISIS POLÍTICA Y TEATRAL EN LOS 70’S

El extensionista, de Felipe Santander
Antecedentes
Para hablar de crisis tendríamos primero que hablar de auges, y México tuvo uno muy significativo en el siglo XX. Se le conoce como el Milagro Mexicano porque constituyó el periodo de mayor crecimiento económico y cultural desde la Independencia. No nos detendremos demasiado en él, pero consideremos algunos aspectos: abarca desde fines del sexenio de Manuel Ávila Camacho (1940-46) hasta los primeros años de Díaz Ordaz (64-70), aunque los cimientos fueron puestos –hay que decirlo– con las expropiaciones del petróleo y los ferrocarriles, “sangre y arterias” del desarrollo venidero, por el presidente Lázaro Cárdenas. En términos generales, el Milagro Mexicano hizo nacer el sistema de salud y seguridad social, conectó todos los rincones del país con carreteras y telecomunicaciones, y otorgó estabilidad a la economía consiguiendo para la población un bienestar que no se conocía hasta entonces. Hoy podríamos decir que ese cuarto de siglo fue algo así como el “vellocino mítico” de un México milagroso (Montaño, 1988), en el que precisamente surgió uno de los momentos más privilegiados en la expresión teatral del siglo XX. En ese periodo que, en nuestra materia, abarca de 1946 (año de la fundación del INBA) a 1973, (momento del cisma en la UNAM) el milagro –acaso más modesto– consistió en el surgimiento de algo que al fin podría llamarse Teatro mexicano.
     Hasta entonces criticado por falta de identidad propia (quizás porque nadie tomaba en serio al género chico), la estabilidad y empuje de la sociedad del medio siglo respaldó la posibilidad de experimentar y reorientar las formas dramáticas y escénicas nacionales; hago el distingo entre dramático y escénico porque precisamente en esa época surgen dos visiones del fenómeno teatral que no se confrontarán sino hasta la década que nos corresponde estudiar: nos referimos a la disputa entre directores y dramaturgos por la preeminencia de una u otra perspectiva del teatro: es el naciente debate entre el que ve al teatro como desprendimiento de la literatura y quien lo entiende desde su sentido espacial y convivial.

19/5/10

ADICTOS ANÓNIMOS o ¿De cuál fuma usted? (1998)

Terapia 
de grupo 
complementada 
con la famosa 
Perorata 
sobre la 
necesidad de 
despenalizar el 
consumo 
de drogas.




Escena penúltima: La Perorata


Todos los personajes han girado y ahora dan la espalda al público. Al fondo se levanta un estrado en el que aparece el Orador. Antes de iniciar acentúa el silencio y lanza una mirada desafiante.
ORADOR: Señoras y señores: antes de venir hacia este lugar escuché la historia de un borracho en Oaxaca que luego de subirse con su coche a una banqueta, consiguió la libertad provisional porque las autoridades no encontraron una celda dónde meterlo. El bribón tuvo suerte de que el fin de semana en que casi mata a dos peatones, la policía había hecho redada en una discoteque, acción que dio como resultado que las celdas estuvieran ocupadas por muchachos de entre 15 y 18 años, todos ellos consumidores de marihuana y cocaína. ¿No les parece curioso que, ante el sobrecupo carcelario, la justicia haya considerado más lógico dejar fuera al “bebedor social” que al aficionado a las drogas?
De verdad es curioso este asunto, y lleno de entretelones. Estamos frente al negocio más rentable del mundo, un negocio del que somos consumidores más del 50 % de la población mundial, aunque los directamente beneficiados sean muchísimos menos. Incluímos en el número global tanto a comsumidores legales como ilegales, pese a que en términos jurídicos y morales unos y otros reciban hoy en día tratos muy distintos.        
     ¿Qué es lo que hace distinta una adicción de otra? ¿Por qué se toleran unas adicciones, y otras no? Ese es el primer problema que impide acercarnos desprejuiciadamente al asunto de las drogas. Está demostrado que el alcoholismo hace más daño a la estructura y la convivencia social que la adicción a la marihuana, por ejemplo; también está demostrado que durante la prohibición del alcohol en Estados Unidos el problema llegó a extremos escandalosos: no sólo no disminuyó el consumo, sino que el licor adulterado que se conseguía en el mercado negro estaba matando a la población de bajos recursos. En esos años en que el puritanismo ortodoxo gobernó a los norteamericanos se consolidaron las importantes mafias o familias que, en algunos casos, han seguido imponiendo su ley hasta nuestros días. ¿Por qué esta contradicción?
     Una y otra vez la historia demuestra que la prohibición de las drogas no ha dado la razón a quienes argumentan la necesidad de continuar y ser incluso más radicales con este método. En cambio, esta política beneficia a quienes viven del negocio, tanto a los que trafican como a quienes lo combaten. Numerosas instituciones creadas a partir de la década del Ochenta, cuando el presidente Ronald Reagan declaró la guerra santa contra las drogas, numerosas instituciones, decía, perderían su razón de ser e incluso desaparecerían si la guerra terminara y se optara por reglamentar su venta y su uso. Se afirma por ahí que la definición y la imposición de la medida crearon simultáneamente al malhechor, al mercado clandestino y a la institución policiaca encargada de combatirlos. Es decir que estos enemigos irreconciliables son hijos de la misma madre prohibición. En consecuencia, si la prohibición desapareciera también desaparecerían  los jugosos presupuestos que año con año se emplean en este combate.
      Desde 1981 a la fecha el presupuesto asignado por Estados Unidos para librar la guerra contra las drogas aumentó de 645 millones de dólares a más de 16 mil millones anuales; ¡se multiplicó 25 veces! Sin embargo, en ese periodo el problema ha crecido por lo menos en la misma proporción. El desastre público que se quería evitar ya se instaló en cada uno de nuestros países: “más policías, más cárceles, penas más severas, más operativos, más publicidad en contra de las drogas, y todo acompañado no de menos, sino de más adictos, más delitos y homicidios, más corrupción y más víctimas inocentes”.     
       Mientras tanto, la red mundial de narcotráfico se hace cada vez más compleja y poderosa, generando ganancias aproximadas de 500 mil millones de dolares anuales. ¿Quiénes son los poderosos accionistas de esta empresa modelo? ¿A quién le conviene y a quién no le conviene que se modifique el estado de cosas?
     Hasta el momento, los efectos de la persecución al tráfico de drogas son más perniciosos que satisfactorios (salvo para los directamente involucrados), y éstos efectos se desencadenan en una cascada que lo arrastra todo: 
     En primer lugar, el combate al narcotráfico genera violencia del Estado hacia el narco, y viceversa; 
  En segundo lugar, la ilegalidad del narcotráfico genera violencia de narcotraficantes hacia narcotraficantes, debido a que no pueden acudir a instancias legales para dirimir problemas entre competidores y recurren a su propia ley, generando con ello acciones violentas que con frecuencia se extienden hacia la propia sociedad; 
    En tercer lugar, el combate al narcotráfico genera corrupción debido a los grandes recursos que maneja el narco y/o a las amenazas contra los familiares de las propias autoridades; 
     En cuarto lugar, el hecho de que el narcotráfico sea ilegal propicia rendimientos muy altos que, precisamente, sirven al narco para combatir y corromper al Estado que lo persigue; 
     En quinto lugar, la ilegalidad del narcotráfico propicia el empleo de cuantiosos recursos económicos por parte del Estado, que, de no dedicarse a ese fin, se podrían invertir en programas de prevención o de tratamiento a adictos, por no hablar de inyectar mayores recursos a la educación. 
     Aquí cabe agregar, también, que todos estos efectos tienen una carga doble en el propio consumidor ya que la ilegalidad le obliga, por un lado, a comprar la droga a precios altos y, por otra, a financiar con sus impuestos la lucha contra el flagelo.
            ¿Entonces por qué nos seguimos contradiciendo?
            Aquí nos topamos con un nuevo problema: la fuerte penalización que se aplica al uso de sustancias prohibidas es por el momento inamovible debido a que ningún país latinoamericano puede modificar su ley sin el visto bueno de nuestro vecino; Estados Unidos ha hecho de éste un asunto de interés estratégico y por ello extiende certificaciones a cada país. No es necesario afirmar que las certificaciones representan bonos para seguir recibiendo créditos y otros “beneficios” comerciales.
            Ciertamente para nuestros gobiernos no resulta fácil enfrentar esta postura frente a su más importante “socio comercial”. Pero, ¿qué ocurre?, ¿por qué nuestros países ven el problema desde la óptica de Estados Unidos si la problemática interior es de muy diversa índole? Estados Unidos es el principal consumidor de psicotrópicos, mientras que México, Colombia, Bolivia y otros países de Latinoamérica son consideardos países productores y de tránsito de drogas. Los argumentos a favor y/o en contra que unos y otros países tienen no pueden ser los mismos por la simple y sencilla razón de que las implicaciones sociales, psicológicas y hasta económicas que recaen sobre cada país son abosulutamente distintas.
  En la búsqueda de un enfoque múltiple del problema, un diagnóstico elaborado por el gobierno peruano indicaba tres formas de relacionar a las drogas con la población, :
Población ligada a la producción ilícita,
Población ligada a la comercialización, y
Población ligada al consumo.
     Bajo estas tres perspectivas, el mismo diagnóstico consideraba que incluyendo a los “campesinos que cultivan la hoja de coca como trabajo derivado de la pobreza - unas 200 mil familias -, los aproximadamente 500 mil usuarios ocasionales o habituales de drogas; y a una indeterminada pero creciente población ligada a la comercialización y al lavado del negocio, no menos del 7 % de los 22 millones de habitantes del Perú mantenían el "elemento droga" ligado a su proyecto de vida. 
      Pese a estos argumentos, y aquí hay que recordar que el déficit de empleos prevaleciente en nuestros países no se puede menospreciar, los criterios que nuestros gobiernos utilizan para afrontar el problema de los estupefacientes son exactamente los que dicta el “socio mayoritario”. Ante esta situación no se puede por una parte “pecar por omisión” y, por otra, aplicar preceptos morales. Sabemos de la moralidad de Estados Unidos cuando se trata de intereses políticos y económicos.
      En este punto se vuelve necesario decir: ¡No podemos aceptar una postura que no incluya nuestra postura! Se deben revisar todos los acuerdos de cooperación y combate a las drogas (tanto los oficiales como los secretos) y buscar consensos incluyentes. Lo que nuestro país debe hacer al respecto no puede más que pensarse en una óptica constructiva y en diversas etapas. En primer lugar, el gobierno debe aceptar que un porcentaje significativo de la población está ligada directa o indirectamente a cada uno de los derivados del negocio de las drogas; en segundo lugar, debe encontrar a los países que experimenten la misma problemática y hacer frente común con ellos; este bloque defendería en foros internacionales la despenalización de algunos aspectos del flagelo, así como su estricta reglamentación. Pero una vez instrumentadas las reglas, debe activar con vigor la naciente agro-industria, pues constituye hoy por hoy la más prometedora herramienta para el renacimiento económico de nuestra región.
        No se plantea en ninguna medida una promoción del consumo, sino un enfoque distinto para tratar el asunto. Si actualmente se destina menos de la tercera parte del presupuesto global del combate a las drogas para la prevención y el tratamiento de las adicciones, creemos que la cifra debe revertirse de modo que en lugar de castigar al adicto, se le cure. El reforzamiento de este enfoque debe tomar en cuenta muy especialmente la protección a los niños a través de la educación; medidas restrictivas sobre las drogas legales sin llegar en ningún caso a la prohibición;  orden y seguridad públicas;  protección de la salud pública; respeto por los valores relativos a la libertad y responsabilidad individuales...
Súbitamente FANATICA se levanta de su lugar y apunta a ORADOR  con un arma.
FANATICA: ¡Toma mi mano, Señor!
Dispara tres veces sobre ORADOR, quien cae muerto.Inmediatamente después se produce el alboroto. Los oyentes (salvo FARMACODEPENDIENTE) saltan de su asiento y comienzan a correr hacia todos los puntos cardinales, desarrollando una fuerte atmósfera de persecución. Finalmente el escenario quedá prácticamente vacío, sólo bañado por el charco de sangre que fluye a borbotones detrás del estrado del orador, y por las lágrimas de FARMACODEPENDIENTE, que solloza desconsolada desde su asiento.

10/5/10

Ixtlixochitl (Escena eliminada)








c.a 1400; Los príncipes descansan en uno de los tradicionales baños de Texcoco, fumando todos de la misma pipa.

IXTLIXOCHITL:  Ahora cuéntanos tú, Tochitzin.
TOCHITZIN:         Qué cosa.
ZIHUACNAHUACATZIN:     No te hagas que ya lo sabemos.
IXTLIXOCHITL: ¿Por qué andabas el otro día rondando Xochimilco?
TOCHITZIN:        ¿Yo?
ZIHUAC...:           ¿Quién más?
IXTLIXOCHITL: No sería por Tochcuaye, ¿verdad?
YACANEX:         ¿Tochcuaye? ¿La princesa?
TOCHITZIN:      ¿La conoces, Yacanex?
YACANEX:        De niña.
ZIHUAC:            ¿Y está tan buena como dicen?
YACANEX:        Bueno, prometía.
IXTLIXOCHITL: (A Tochitzin) ¿Entonces?
TOCHITZIN:      Qué quieres que te diga.
IXTLIXOCHITL:Descríbela. Dinos si la leyenda le hace justicia.
TOCHITZIN:       Se van a morir de la envidia.
ZIHUAC:             ¿Ya te entendiste con ella?
TOCHITZIN:      No sé de qué hablan.
IXTLIXOCHITL: Ahora resulta que te nos vas a adelantar, infeliz.
YACANEX::       Quién te viera.
ZIHUAC:            ¿Por qué?
YACANEX:        Va a ser la boda del año.
ZIHUAC:             Pero sabes lo que se dice de Tochcuaye, ¿no?
TOCHITZIN:      ¿Qué?
IXTLIXOCHITL: No se lo digas, gordo.
YACANEX:         ¿Qué cosa?
ZIHUAC:             Que en las noches se convierte en axolote.
TOCHITZIN:       ¿En qué?
ZIHUAC:              Sí, una larva anfibia de cuatro patas.
YACANEX:         Aún así te la vas a llevar a Huexotla, ¿no?
TOCHITZIN:       ¿Cómo que en axolote?
IXTLIXOCHITL:¿Te da miedo?
ZIHUAC:              ¿Y dónde va a ser la boda?
TOCHITZIN:       Oigan, apenas la conocí hace siete días.
ZIHUAC:              Nos preocupa tu futuro, Tochitzin.
IXTLIXOCHITL:No te vemos muy decidido a sentar cabeza.
TOCHITZIN:       Ustedes que ya están güevones. Pero yo...
ZIHUAC:             Qué.
TOCHITZIN:      Tengo muchas cosas por conocer.
IXTLIXOCHITL:Qué raro, porque últimamente no te hemos visto por el calmécac.
TOCHITZIN:        Yo hablo de viajar.
ZIHUAC:             ¿Viajar? ¿A dónde?
TOCHITZIN:       No sé. A Tikal, o más lejos. Estoy seguro que más allá hay un mundo por descubrir.
ZIHUAC:             ¿Qué tonterías dices?
TOCHITZIN:      Un mundo de “hombres peludos”.
YACANEX:        (Quitándole la pipa) Esta cosa te está haciendo daño.
IXTLIXOCHITL: “¡Tochitzin, el explorador que reencontró a Quetzalcoatl!”
ZIHUAC:             ¡¡Y que le aterran los axolotes!”.
TOCHITZIN:      ¿Quién dijo que me aterran?
YACANEX:         Lo que quiere es huir de su obligación.
TOCHITZIN:       O alargar mi libertad.
ZIHUAC:              Pero a todos nos llega la hora, Tochitzin.
YACANEX:         Y cuando te llega no hay nada que hacer.
IXTLIXOCHITL:Sí, esto de nacer príncipe es un fastidio, ¿no?
YACANEX:         Depende. Yo, por ejemplo, ya convencí a mi padre que mi primera boda sea en los jardines del templo de Tláloc.
IXTLIXOCHITL:Qué bien. Ahora sólo te falta tener prometida, Yacanex.
YACANEX:          Minucias.


Un sirviente se acerca para decir algo al oído de Ixtlixochitl, quien se pone serio.

ZIHUAC:              Yo pienso hacer una fiesta de cinco días en las grutas de Cacahuamilpa.
YACANEX:         ¿En serio? ¿Y cómo vas a meter allí a los viejos?
ZIHUAC:             Ellos tendrán su fiesta en la primera cueva. Pero para quien se anime más adentro vamos a tener algunas sorpresas.
TOCHITZIN:      ¿Como cuales?
ZIHUAC:             Ya las verán. ¿Y tú, Ixtlixochitl?
IXTLIXOCHITL: (Levantándose para marcharse) A mí, compañeros, me llegó “la hora”.
 ZIHUAC:             ¿La hora?
IXTLIXOCHITL: De dar el sí.
TOCHITZIN:         Mi más sentido pésame.
YACANEX:          Sobre todo por los cuñaditos que te vas a cargar..
IXTLIXOCHITL: Bueno, no me pienso casar con ellos.
ZIHUAC:             ¿Y cuándo se cierra el asunto?
IXTLIXOCHITL:A eso voy, precisamente.
TOCHITZIN:       ¿Es cierto que Tecpa es mayor que tú?
IXTLIXOCHITL: Eso no es lo grave, amigo; sino que tiene chuecos los pies.
TOCHITZIN:       ¡Jodido!
IXTLIXOCHITL: Y de día y de noche es un monstruo marino.
ZIHUAC:              ¡Pero tiene una fortuna ...!
YACANEX:          Algo debía tener, ¿no?
IXTLIXOCHITL: No, amigos, ustedes no comprenden que lo mío es un sacrificio por el bien común. Cuando sus cosechas prosperen y no tengan que entregárselas a Azcapotzalco me lo van a agradecer.
ZIHUAC:              Gracias, hermano; nosotros te acompañamos en tu dolor.
IXTLIXOCHITL: Pero les advierto que nadie me toca a Atotoxtli.
TOCHITZIN:        ¿No que nos la ibas a heredar?
IXTLIXOCHITL: Ni lo sueñen. Esa niña tiene dueño, guardián y verdugo. Atotoxtli está reservada para el futuro Señor de Texcoco, ¿entendido?.
ZIHUAC:              ¿Una última fumada?
IXTLIXOCHITL: Para el viaje.
ZIHUAC:               Pero nos veremos en la fiesta de la luna llena, ¿no?
IXTLIXOCHITL: (Conteniendo  el humo) ¿Alguna vez he faltado?  (Exhala) Tochitzin, salúdame a Tochcuaye cuando la veas.
TOCHITZIN:        ¿A Tochcuaye?
IXTLIXOCHITL: Dile que ojalá siga tan sensual y cariñosa como siempre.
TOCHITZIN:        ¿No se supone que no la conocías?
IXTLIXOCHITL: ¿Cómo crees que iba a dejar pasar un animalito como ese?
TOCHITZIN:        ¿Qué estás queriendo...?
IXTLIXOCHITL: ¿Tú qué crees?... Pero no es cierto. No te pongas pálido, Tochi.
TOCHITZIN:         Me estás vacilando.
ZIHUAC:               Eh, sí le interesa... sí  le interesa...

Entre todos le dan una pamba a Tochitzin, quien sólo se cubrela cabeza. 
Ixtlixochitl se va.

TOCHITZIN:          Es mentira, ¿verdad? Díganme que no es cierto. 
ZIHUAC:                Pregúntale a ella,Tochitzin. Pregúntale qué piensa de Ixtlixochitl…




29/4/10

Una de abogados



Hace algunos años, mientras trabajaba para la administración pública, enfrenté un caso que me obligó a contratar los servicios de un abogado.  
Acababa de ser nombrado director de una dependencia y, como cualquier profesional que en México  llega a ocupar un cargo público (…), elaboré un diagnóstico de funcionamiento del lugar y formulé una serie de cambios para mejorar el desempeño y optimizar los recursos. Desde mi punto de vista, los resultados se mostraron en muy corto plazo.
Sin embargo, al realizarse meses después la primera auditoría pública salieron a flote algunos aspectos que, a decir de los contralores, suponían un manejo inadecuado  heredado de administraciones anteriores.
Confiado en mi diagnóstico y en la subsecuente reestructuración de la dependencia, colaboraré con la auditoría exponiendo mis consideraciones y ponderando  la eficacia de los cambios que había implementado, algunos de los cuales –explicaba yo– han significado ahorros importantes para la dependencia.
Pero cada uno entiende los problemas a su manera, y donde yo vi una reingeniería eficaz, ellos vieron falta de denuncia, lo que en términos de la Ley de los Servidores Públicos constituye un mal desempeño como funcionario.
A pesar de no ser un estudioso de la ley yo me sentía tranquilo porque, a mi entender, la denuncia es resultado de la sospecha de un delito, y yo nunca tuve sospechas de nada; si acaso reconocía poco rigor en el control previo,  no tenía elementos para intuir otra cosa. Sin embargo, cuando de pronto mis declaraciones comenzaron a ser usadas en mi contra  sugiriendo algún nivel de complicidad, alguien me sugirió que me callara la boca y que mejor contratara a un abogado. El consejo incluía los datos de un pequeño despacho que se especializaba en asuntos del servicio público.
Cuando llegué a ese oscuro departamento de la colonia doctores, a sólo unas calles de los juzgados federales, estaba indignado y un poco asustado; no podía creer que, en el mejor momento de la dependencia por mí encabezada, y con el mayor reconocimiento público, tuviera yo que aclarar cosas con la justicia. Así se lo hice saber al abogado gordo y engomado a quien vi como un primer espárring con quien ejercitar la exposición de mi inocencia.
Pero el abogado no pareció escuchar ninguno de mis argumentos y en cambio me propuso la ruta más eficaz para impedir que se me aplicara una sanción adminstrativa y económica, como había determinado la contraloría interna de la institución. Desde su punto de vista, lo mejor era abrir un juicio de amparo centrado en aspectos de procedimiento, lo que desembocaría en la anulación de la sentencia. Si la estrategia prosperaba en la primera instancia muy pronto estaría yo despreocupado del asunto; en caso de que se rechazara el amparo podríamos seguir dos o tres etapas de amparo más antes de pedir la nulidad definitiva del proceso, lo que ciertamente sería un proceso más largo.
      La normatividad del Estado está tan mal fundamentada –me explicó con diáfana lucidez el abogado–; que pierden 9 de cada 10 casos por vicios en el procedimiento.
Yo estaba por la opción de demostrar categóricamente mi inocencia y continué acumulando pruebas para mi exonerarción, aún a sabiendas de que tarde o temprano chocaría con la estrategia de un abogado que no consideraba la presentación de  pruebas o atenuantes, sino la nulidad absoluta del proceso.  El día del choque llegó, lo hablamos  y llegamos a la conclusión de que si yo insistía en presentar mis argumentos Contraloría sentenciaría omisión de denuncia. Entonces desistí de mi idea y me puse en sus manos.
Como era de esperarse, tratándose de la justicia en México, el caso no se resolvió en el corto plazo y  tuvieron que pasar cerca de tres años para que se emitiera una sentencia definitiva. En ese periodo sufrí en mi casa la reiterada visita de Hacienda, que necesitaba inventariar los bienes que me embargaría en caso de no pagar la presumible sentencia condenatoria.  En todas las visitas, mientras los pobres emisarios levantaban el inventario, yo me desahogaba con ellos insultándolos como si fuesen los autores intelectuales de la arbitraria acción.
La sentencia fue en mi contra. 

Cuando el juez emitió la sanción yo ya no trabajaba en esa dependencia y me había mudado de casa, por lo que nunca fui notificado del resolutivo, ni por parte de mi abogado –quien nunca me buscó–, ni por Hacienda, a la postre el brazo ejecutor de la sentencia.
De hecho me olvidé completamente del asunto. Lo supuse un caso cerrado, pensé que en alguna farragosa instancia de apelación se había esfumado la denuncia.
Pero hace una semana llegó a mi antiguo domicilio un empleado de Hacienda, con una notificación de embargo. Un ex vecino les informó que yo ya no vivía allí y aseguró desconocer mi paradero, aunque pocos minutos después me habló por teléfono para advertirme del suceso. Un buen amigo mexicano.
Alarmado por la noticia, que representaba un fracaso absoluto en la estrategia de mi abogado, tardé más de una semana en contactar a una de sus asistentes, la encargada de las diligencias; lo deduje porque casi sin pensarlo me confirmó que tres años atrás la corte había determinado la improcedencia del amparo y la ratificación de la sentencia.
– ¿Y por qué no me lo dijeron? –pregunté–  ¿No decían que era prácticamente infalible? ¿Qué hago ahora? ¿Estoy condenado a pagar un supuesto quebranto que ni existe ni cometí?
– No se preocupe –me dijo–, lo único que tiene que hacer es esperar. La sentencia prescribe en un lapso de tres a cinco años (según la gravedad), y en su caso ya llevamos más de tres.
– ¡¿Esperar?! –reaccioné irritado– ¿Esperar qué? ¡Si Hacienda me está buscando! Y las instancias de apelación ya se acabaron. Para decirlo en sus propios términos: ¡es cosa juzgada! ¿No debería presentarme y decir que acato la sentencia y, en todo caso, pedir una financiación de la deuda?
– De ninguna manera–, atajó la pasante–. ¿Sabe cuántos casos de este tipo llegan al límite de tiempo? Hacienda ha visto que el tiempo se agota, así que mandó una diligencia para cumplir con la norma, pero la lentitud con la que actúa es tal que dudo que den con su nueva dirección antes que fenezca el plazo.
– ¿Y si me encuentran?
  Si de casualidad alguien llega a su domicilio –me ordenó–, simplemente dé instrucciones para que digan que usted no vive allí. Ellos no pueden proceder con el embargo en su ausencia. Así es como esperaremos a que el plazo prescriba.
  ¿Y cómo me garantiza que no va a pasar nada?
   No se lo puedo garantizar.
Más perplejo que antes, colgué el teléfono y me quedé pensando en las estrategias tan peculiares de los abogados. Si el objeto es liberarme del pago de una sanción y para ello debo esperar más de un año con la esperanza de que la sanción muera de inanición, ¿no estoy pagando un precio más alto a través de mi intranquilidad y la de mi familia?
Por otro lado, y a pesar del respeto que le debo a las leyes mexicanas (…), mi conciencia respalda la decisión de no pagar por una falta que nunca cometí. Pude tener errores o faltar a las normas, pero nunca fui responsable ni cómplice de algún quebranto económico en contra de la institución. Si la angustia y la incomodidad exacerbada  a lo largo de este proceso que ya alcanza siete años cuenta algo, para mí ya ha habido suficiente expiación.
Ese es mi propio veredicto.

Lo cierto es que no soy un prófugo de la justicia mientras no sea notificado oficialmente de ninguna resolución, así que, damas y caballeros, el único procedimiento que se me ocurre es el siguiente: doy acuse público de la sentencia, pero me niego a tomar la iniciativa para que la sanción se cumpla. Si Hacienda me encuentra cumpliré la sanción bajo protesta, y si Hacienda nunca toca a mi puerta  pensaré que existe la justicia divina.
Lo peor de todo es que si el la sentencia realmente prescribe, mi abogado podrá decir que su estrategia dio resultado y que me ha librado de pagar la sanción correspondiente.
Y yo quedaré convencido que los abogados siempre piensan –o bueno, creen– que lo importante es el resultado final, aunque eso implique llevarse a las personas entre las patas.