16/1/10

La moda en París (un argumento)


Apenas una semana atrás Tere y Amanda sobrevivieron milagrosamente a un intenso semestre: el trabajo final había sido preparar los vestidos para un desfile  del que se elegiría a un equipo para representar a la escuela en la Pasarela de la academia Saint Lauren, en París. Tere y Amanda no eran muy buenas amigas, y sus diseños tampoco eran tan afines. Pero por alguna extraña razón decidieron trabajar juntas y hacer una mezcla de las propuestas de cada una en una serie de chamarras y accesorios de invierno.
El tiempo se les vino encima, como siempre en la escuela, y las últimas noches tuvieron que intensificar las dosis de cocaína y de alcohol (las mejores amigas del barrio), de otra manera no hubieran llegado. Pero llegaron. Y el resultado fue que ganaron el viaje a París. Tere y Amanda estaban un poco devastadas por el esfuerzo, pero después del desfile, en el coctel, celebraron de buena gana el premio a su esfuerzo. Amanda acababa de meterse una tacha para dar rienda suelta al reventón, cuando la directora de la escuela, Dorothy Mcgee, se le acercó para citarla al día siguiente a las ocho de la mañana. El trabajo apenas iba a comenzar.     
     La fiesta había terminado relativamente temprano: a las 3 de la mañana, pero ellas, el “equipo”, no podían dejar de platicar sus experiencias de las últimas noches, y lo que se venía por delante. Lo primero: ver quien se ligaba primero a un franchute. Y así las sorprendió la luz del día.

     A las ocho de la mañana Dorothy las recibió en su despacho, donde les leyó casi un interminable listado de reglas de la pasarela de París; eso significaba tres cosas: trabajar, trabajar y trabajar. Para comenzar, tenían que realizar todos los trámites, que iban desde la actualización del pasaporte hasta la obtención de cartas de recomendación y la elaboración de un itinerario de visitas a diversas casas de diseño, algunas por simple bagaje cultural y otras por encargo de la propia escuela. A continuación debían reformular algunos diseños y trabajar más en el concepto de la presentación para terminar con la tarea de buscarse una definición profesional, un sello de identidad.
     La semana pintaba pesada, así que Amanda sugirió encargar una dotación doble de polvo blanco, que sólo consumirían en el taller que habían montado en el garage de Tere. En cuanto llegó el pedido establecieron una administración de los estimulantes, a cargo de Amanda, así como un plan de trabajo para dividir responsabilidades; Tere se encargaría de la parte de conceptos y relaciones públicas; Amanda la supervisión y elaboración de los patrones. Y entre ambas iban a coser.
     Las siguientes seis noches fueron maratónicas, algunas trabajando en solitario, y otras con el apoyo de compañeras que hacían labores de asistencia. Resultaba curioso que, habiendo escogido precisamente sus diseños, éstos estuviesen cambiando tanto en el transcurso de una sola semana. ¿Estarían perdiendo su naturalidad y ahora se volvían diseños rígidos al servicio de un concepto? Ellas preferían pensar que habían perdido objetividad y que debían dejar que las cosas evolucionaran sin mayor sentido crítico. Sin embargo, durante toda la semana se enfrentaron a un obstáculo que no habían imaginado: la inseguridad. Todo lo cuestionaban. Lo que en un principio parecía una gran idea de síntesis asomaba ahora como una idea trasnochada y artificial. Aún así continuaron trabajando, aunque el cuerpo cada vez les reclamaba más la falta de descanso.
     Por oro lados, las voces externas intervenían cada vez más: la madre de Tere, que quería que prevaleciera el estilo de su hija; las opiniones de algunas amigas, que sugerían que Amanda era la auténtica artista y que Tere sólo tenía dinero y buenos conectes. El caso es que la crisis del “equipo” se hizo presente y varias veces estuvo a punto de hacer naufragar la empresa. Pero sea por interés, por orgullo, o simplemente por no dejarse, ninguna de las dos se bajó del barco y continuaron trabajando.
     La penúltima noche recibieron en el taller la visita de Dorothy, quien aprobó fríamente los diseños y realizó todavía numerosas observaciones. Las últimas 24 horas resultaban claves para llegar a París con buenas cartas credenciales. Así que pusieron manos a la obra y decidieron dar el último jalón (en todos los sentidos). A ese se sumaron muchas manos y muchas narices, lo que obligó a hacer un encargo especial. Aún así, fue una noche memorable, todos trabajando a gran intensidad y con las ideas muy claras.
     En el aeropuerto fueron despedidas por familiares, amigos y compañeros, que les desearon mucha suerte. Apenas ocuparon sus asientos en el avión, cerraron los ojos y se durmieron prácticamente el vuelo entero.
     Pero al bajar del avión un nuevo aliento las empujó a dar una vuelta por ahí. Tere quería reservar energías para la mañana siguiente; les tocaba presentarse en el desfile a las nueve de la mañana. Claro, eran estudiantes –y mexicanas–, así que no podían exigir un mejor horario para presentarse. Aún así, estaban seguras que París y Saint Lauren, la pasarela más multinacional del mundo, harían del siguiente su gran día. Entonces sólo tomarían una copa, cenarían algo rico y se irían a la cama.
     Caminaron un poco por el centro, se metieron a un bar y observaron a la concurrencia. Muy pronto encontraron a un joven llamado Arnaud, con quien trabaron contacto visual. Las dos amigas se guiñaron el ojo por la facilidad con la que la ciudad del amor ratificaba su fama, así que quisieron jugarse a la suerte si alguna de las dos llevaría preferencia con ésta, su primera conquista de París. No llegaron a un acuerdo y decidieron que la cosa fluyera. Para su sorpresa, Arnaud no mostraba claramente una predilección por alguna y ellas no podían descifrar su abierto coqueteo con ambas. Al final de cuentas, viendo que el terreno era propicio, y que estaban en París, las dos compañeras aceptaron meterse al mismo cuarto con Arnaud. Él tenía un poco de hash, que los tres fumaron, y se dedicaron a sacudirse tantas horas de trabajo y de tensión.
     Nadie se acordó de poner el despertador. Cuando Tere abrió los ojos, eran las 8:45. De un salto salió de la cama y le pegó un grito a Amanda, quien todavía tardó unos segundos en reaccionar. A las 8:50 ya habían salido del cuarto, aunque tuvieron que regresar porque habían olvidado algunos accesorios para el desfile. Corrieron hasta la calle y esperaron un taxi, pero cuando llegaron a la pasarela e intentaron entrar por la puerta de participantes, el empleado del registro les dijo que ya era tarde. El desfile estaba comenzando y se había tenido que recorrer la programación para sustituir a las diseñadoras mexicanas que ¡no habían llegado! Amanda rogó que las pusieran en la cola, que aunque fuese al último las dejaran presentar sus diseños, pero el ruego fue inútil; ni siquiera los gritos más agresivos de Tere lograron modificar la situación, de hecho la empeoraron. Terminaron echadas a la calle y, sin más remedio, se sentaron en la banqueta e intentaron llorar, pero estaban tan cansadas que ni siquiera eso pudieron hacer.
     Cuando llegaron al hotel, varias horas después, vieron el recado de Dorothy, desde México. Le habían llamado de la academia Saint Laurent para explicar la descalificación de las alumnas. En consecuencia, Dorothy había llamado a una reunión urgente del Consejo de la escuela, donde se determinó la expulsión de Tere y Amanda. Las dos amigas se preguntaron si debían llamar a México para explicar la situación, pero decidieron posponerlo para después de dormir. Más despejadas tomarían mejores decisiones. Aún así, después de apagar las luces y cerrar las cortinas, tuvieron tiempo de discutir a quién había preferido Arnaud, antes de quedarse completamente dormidas.

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