Un día, acabando de renunciar a 15 años en la burocracia cultural, recibo una llamada que me hace confiar en lo que se viene: un viejo conocido que no veo hace por lo menos una decada me invita a actuar en una película española: “es un papel pequeño, pero con mucha carnita” –me dice–, “y además compartirás tu escena con Victoria Abril”. Al escuchar el nombre inmediaramente se despierta mi interés, así que tomo nota del lugar y la hora a la que debo presentarme para la audición.
Al llegar al sitio, donde todos lucen de lo más relajados, descubro que no hay tal audición; el Tano –como llaman al prestigiado director–, me mira unos segundos y afirma: “de puta madre”; ni siquiera es necesario abrir la boca para que me den la fecha del llamado y me despachen de regreso a casa.
Estos españoles sí que van al grano, pienso mientras hojeo el libreto buscando mis líneas; se trata de una sola escena, casi al final del guión, en donde un maestro circunspecto y apocado (o sea, yo), abre la puerta de su departamento y descubre a la madre de uno de sus alumnos –bañada en sangre–, quien le entregará la tarea de su hijo antes de morir a sus pies. Tal vez debiera explicar cómo una madre puede llegar a una situación como ésta, pero básteles saber que se trata de un thriller sobre unas ladronas españolas de poca monta -y brutalmente guapas– que deciden ponerse a las patadas con la mafia tepiteña. Efectivamente, no es gran cosa…, pero es Victoria Abril.
La noche señalada llego puntual al llamado y me doy cuenta que será difícil integrarme al grupo: no conozco a nadie, es mi único día de rodaje y el equipo de producción lleva demasiado tiempo junto; el muegano ya no admite más hojuelas.
Aún así, el encuentro con Victoria –mi Victoria– es cordial y curioso; me mira como buscando al personaje detrás de mi cara y de inmediato corroboro lo que ya me han advertido: “es un poco maniática y te va a querer dirigir”. Venga, yo me dejaré llevar, digo con un gesto, y me uno al grupo de asistentes que la rodean mientras ella narra una de sus experiencias fílmicas en Islandia, una historia no demasiado memorable dado que no me acuerdo de ella. Victoria tiene el cuerpo y la energía de una jovencita, aunque hay algo diferente en su rostro, algo de bisturí, supongo, que le estorba un poco y no le hace falta; ¡joder!, es Victoria Abril.
A la 1.30 de la mañana llega nuestra escena. El director no dirige, o bueno, no hace lo que uno espera de un director; simplemente explica de qué va la situación y agrega alguna referencia más relacionada con la fotografia que con la actuación. Tampoco es que haga falta demasiado para entender, así que la escena sale a la primera. Todo bien, queda como está. Eso me frustra un poco; quiere decir que mi trabajo terminó en un santiamén. Son las dos de la mañana y lo que todos desean es avanzar lo más rápido posible. Además, en ese momento acaba de llegar la otra protagonista, Elena Anaya, quien acapara la atención y hace que mi despedida pase inadvertida.
Pero la verdadera historia apenas empieza, y aquí va: como no quiero parecer ansioso y sé que están en los momentos cruciales de la filmación, dejo pasar dos semanas antes de preguntar por mi pago, que será en dos partes, uno a través de la ANDA, y el otro directamente de la producción, la parte más jugosa, si cabe la expresión. Para mi mala fortuna he olvidado que faltan muy pocos días para terminar las escenas mexicanas y que la producción viajará a España para terminar el rodaje, así que cuando llamo al único teléfono que me dieron la oficina ya ha sido desmontada y no tengo a quién más recurrir. Me resignaré con la modesta cuota de la ANDA, pero qué importa, me digo, si trabajé con Victoria Abril, una experiencia que algún día le presumiré a mis nietos.
Un domingo, ocho meses después, estoy paseando por el tianguis cuando inesperadamente descubro un título que conozco: Sólo quiero caminar, protagonizada por Diego Luna, Chema Yazpik y Victoria Abril. Ni idea que la película ya se había estrenado…, y de hecho no, la copia ha llegado a través de los contactos con los piratas españoles, así que por esta vez no me sentiré mal con el gremio por comprar una copia pirata y correré a mi casa para verla.
Sí, lo confieso, he adelantado el dvd para ver mi escena antes que nada. Ahí está, no es gran cosa, menos de un minuto, pero tampoco está mal; ya puedo regresar al principio para verla completa acompañado de unas buenas palomitas… Pero la película me parece insufrible; ya el guión era un poco incongruente, pero el armado final termina por descomponer cualquier lógica de acciones y de personajes. De no ser por la fotografía y las actuaciones, es una película que bien podrían haber filmado los Almada; pero no estoy decepcionado, tampoco tenía grandes expectativas puestas en ella.
De cualquier forma tengo curiosidad de saber cómo le fue a la película en España, así que me pongo a explorar en internet y me entero que la recepción ha sido gélida; había cierta expectativa dado que se trata de una secuela de Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto, película para algunos de culto, y para otros por lo menos significativa del cine español de los 90s. El caso es que la prensa la ha ninguneado y el público también. En la entrega de los Goya, sin embargo, alcanza dos nominaciones, una para Diego Luna como actor y otra para la fotografía, que como decía es de lo más decente de la película.
Algunas semanas más tarde, al ver el primer anuncio espectacular en el Viaducto, decido prepararme para la premier en México. Al menos voy a disfrutar el momento –pienso-, y con suerte me toca ver a Victoria una vez más. Sin embargo, al martes siguiente un amigo me felicita por mi actuación y pregunta por qué no fui a la premier, y yo lo único que pienso es que nadie tuvo la delicadeza de avisarme. Entonces sí me da coraje el ninguneo y abro mi perfil en Facebook para teclear frenéticamente: “¡¡¡No me invitaron a la premier de Sólo quiero caminar, pero no me importa porque la película está bien chafa!!!”... Estoy a punto de publicar mi estado, pero me arrepiento de último momento y mejor lo borro. No hace falta, me digo dándome golpecitos en el pecho, lo importante es que conociste a Victoria Abril, quien siempre te ha recordado a tu hermana Kika (mira qué coincidencia con los nombres, ¿no es Victoria la protagonista de aquella cinta de Almodóvar?)
Pero esto no acaba todavía. La semana pasada fue mi suegra al cine; fue con su hermana, a quien convenció diciéndole que iban a ver “mi” película. Al terminar la función le hablan a Katia para decirle que no salgo. ¿Cómo? Que no existe ninguna escena mía con Victoria Abril. Y entonces todo me parece más claro: como la película no funcionó en España (era lenta y confusa) han decidido meterle mano y entre las escenas que se han ido al caño está, por supuesto, la mía; es por eso que no me invitaron a la premier; hubiese sido bochornoso estar ahí y salir con la cabeza entre las patas, después de presumir a medio mundo que tienes una escena con Victoria Abril.
La verdad es que la explicación me ha tranquilizado y, ahora sí, espero que a la película le vaya como le tiene que ir, sin resentimientos; total, ya no tiene que ver conmigo. Lo único que me desconcierta es que a mi suegra no le haya parecido tan mala. Ni hablar, mi historia con Victoria Abril es sólo mía y me la llevaré a la tumba.
Sin embargo, esa misma madrugada me despierto sudoroso, preguntando: ¿y mi amigo, por qué me felicitó? Estoy realmente desconcertado. ¡Dijo que había ido a la premier y que había visto mi escena! Por mi cabeza pasan toda clase de hipótesis, entre ellas que debe haber algunas copias con la edición española circulando por ahí. De pronto me viene el impulso de ir a los cines y descubrir si hay alguna sala donde yo aparezca. Es absurdo, pero algo que ya estaba totalmente asumido comienza a ser una obsesión. No puedo dormir más. Temprano en la mañana le marco a mi amigo y le pregunto con voz febril dónde fue que me vio, y él, que siempre ha querido codearse con gente importante, reitera que fue a la premier. Yo insisto, desesperado, que eso no puede ser, que yo no estoy en la edición mexicana de la película. Después de presionarlo un poco más, él termina confesando que no fue a la premier, que alguien le prestó la versión pirata y allí fue donde me vio. Respiro. Cuelgo. Todo está claro.
Lo que tengo en mis manos es el únco testimonio de que esta historia es real. No tengo un contrato ni tengo un crédito en el film, pero tengo una película pirata. He estado tentado a correr al tianguis y comprar copias para todos mis amigos, pero decido que no, que el mundo siga su curso y yo continuaré sin debutar en el cine mexicano. Sin embargo, tengo algo que no cualquiera podría presumir a sus nietos: si creen que fui un actor incidental de una película cualquiera, puedo decir que no, y si no me creen vayan al tianguis y verán que yo soy el actor pirata de Victoria Abril.
3 comentarios:
Me he reído tanto... estoy a punto de salir corriendo al tianguis!! Feliz año!!
Claudia Espejel
No corras, Claudia; creo que ya ni en el tianguis se consigue. Nos queda la memoria. Abrazos y cuéntame cuando repongan La historia de un triunfador.
Wow! QUe buana historia.... si un día te invitan al chou de David Letterman esa es la historia que tienes que contar.... Saludos.... Que chido que viste mi blog y mil gracias por ponerlo en el tuyo, cuando yo aprenda haré lo propio con el suyo.... saludos Toño Vega
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